Tras una semana de disturbios callejeros alentados por los capos separatistas, que han devastado el centro de Barcelona y dejado más de trescientos policías heridos (uno de ellos en estado muy grave), la respuesta del presidente del Gobierno ha sido visitar una comisaría de la Ciudad Condal para infligir un discurso electoralista a los sufridos agentes allí presentes.
Un discurso electoralista y cantinflesco, con pasajes inenarrables como éste: «Es evidente que los radicales y los violentos han decidido que Barcelona sea el teatro de operaciones para trasladar fuera, y también al conjunto de la sociedad española, su contestación, e incluso también convertirlo en algo mucho más extraordinario de lo que sin duda alguna lo es».
Gran cobarde, Pedro Sánchez ni siquiera tuvo este lunes la gallardía de someterse a las preguntas de los periodistas, en unos momentos de grave crisis social y política. En lugar de atender a tan elemental deber político, Sánchez orquestó su visita a Cataluña como un acto más de su campaña electoral, que por la tarde continuó en Castilla-La Mancha «con toda normalidad», como diría su deplorable ministro del Interior, ese Fernando Grande-Marlaska que se ha ganado la enemiga de todos los sindicatos policiales.
Pero nada es normal en la España de Sánchez, y mucho menos en la Cataluña de su gran facilitador Torra, energúmeno que debería no sólo estar fuera de la Generalidad sino sometido a escrutinio exhaustivo por parte de la Fiscalía General del Estado. En lugar de actuar como debe un gobernante en horas críticas para su nación, Sánchez se ha limitado a remitir al esbirro del prófugo Carles Puigdemont una carta en la que le pide melindrosamente que deje de excitar a los violentos y condene sus acciones.
Un presidente del Gobierno no está para someter a terapia emocional a un hatajo de golpistas con mando en plaza, sino para reprimir con toda la fuerza del Estado de Derecho a quienes amenazan el orden constitucional y ponen en peligro la seguridad ciudadana.
Pero Pedro Sánchez se niega a cumplir con su deber. Él prefiere darse a profanaciones que tienen por objeto dinamitar los pactos de la Transición. Como para confiar en que vaya a ser él quien cumpla y haga cumplir la Constitución.
Libertad Digital
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