La imagen que proyecta en estos momentos quien iba a tomar el cielo al asalto y consideraba que en la política española, incluso en la historia de España, había un antes y un después de él, es la de un pedigüeño. Recuerda a la de quienes se acercan a los políticos para preguntarle cómo va lo suyo. Lo suyo son ministerios, nada de subsecretarías o direcciones generales. En esa tesitura lo han colocado los malos resultados de Unidas Podemos en las elecciones municipales, autonómicas, generales y europeas, donde ha cosechado un descalabro detrás de otro.
Esos reveses lo han situado en una posición políticamente algo más que deslucida. En nuestra opinión su situación es la consecuencia de un hecho concreto que ha tenido más influencia que el cainismo desatado en las filas de su partido que el fiasco que han supuesto los cuatro años de quienes iban a protagonizar el gran cambio en los ayuntamientos. El hecho de mayores consecuencias en la debacle podemita en tan poco tiempo ha sido comprar un casoplón en Galapagar por quien se presentaba como uno más de los que acampaban en tiendas de campaña en la Puerta del Sol, se jactaba de vivir en un piso de sesenta metros cuadrados en Vallecas y criticaba con fiereza a quienes se compraban, estando en el ejercicio de un cargo público, una casa justo como la que él se ha comprado. Esa compra puso de relieve cuál era su verdadera pasta humana. Su comportamiento era engañoso.
En estos días el PSOE de Sánchez, que se siente con la sartén por el mango y el rábano cogido por la hojas, en lo que se refiere a la negociación de posibles apoyos para su investidura, Iglesias Turrión no tiene el menor empacho en renunciar a alguno de los principios que decía, sólo lo decía, defender. Se muestra dispuesto, por ejemplo, a renunciar a un referéndum en Cataluña, que había sido uno de los ejes de su discurso, a cambio de una vicepresidencia en el gobierno. La realidad es que se conformaría con algún ministerio de menor entidad. Un ministerio que quedaría muy lejos de poder ejercer el control de las pensiones, los servicios sociales del país, el control de las fuerzas de seguridad del Estado, tener en sus manos la televisión pública o los servicios de inteligencia, como reclamaba no hace tanto tiempo.
Lo suyo a estas alturas es conseguir una sinecura política. Verdaderamente patético en quien, sólo hace dos o tres años, estaba dispuesto a cambiar la historia de España. Su problema es que, desde las filas del Partido Socialista no están dispuestos a satisfacer esta ambición personal y han estado semanas entreteniendo cualquier decisión con el invento de un gobierno de cooperación.
Lo último que Sánchez, que ha estado la friolera de dos meses bloqueando su propia investidura y sólo ahora ha planteado la apertura de una mesa de negociación que va más allá de sus encuentros con Iglesias, ha dado a entender que existiría la posibilidad de entregar alguna cartera ministerial, de las consideradas menores, a algún independiente de la órbita podemita, pero a Pablo Iglesias de ninguna de las maneras. Algo que deja al líder de Unidas Podemos en una posición particularmente incómoda al tener que renunciar a sus pretensiones personales o descubrir que la posibilidad de un gobierno de izquierdas pasaría por satisfacer su egolatría. Verdaderamente patético.
Artículo de opinión publicado en ABC de Córdoba, por
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