PUIGDEMONT NO VA A EUROVISIÓN
La idea de transformar el Parlamento europeo en una versión legislativa del Festival de Eurovisión ha sido una constante entre quienes desde el submundo freak, cuando no puramente delictivo, han tratado de aprovechar las ventajas de la circunscripción única, según el patrón de esos concursantes de reality shows que sobreviven en la tele a través del voto telefónico de aluvión.
Cerramos líneas. Carles Puigdemont y sus gogós -Toni Comín y Clara Ponsatí- son a la escena comunitaria lo que Chikilicuatre a la música pop, un esperpento que explica la deriva antisistema de una industria del entretenimiento en la que ha entrado con fuerza, como en los 40 Principales, la política. Ya lo dijo la CUP: «Ahora empieza el mambo». Siempre ha habido ganas de marcha. Ahora, además, hay profesionales del género.
La decisión de la Junta Electoral Central de rechazar la candidatura europea encabezada por Puigdemont, Comín y Ponsatí frena en seco la carrera comercial de un grupo de fugados que como mejor nombre artístico se hacen llamar Libres por Europa y a los que Antonio Tajani, presidente de la Eurocámara, ni siquiera deja entrar a la Cámara de Estrasburgo como invitados.
Tampoco Canadá ha permitido que Puigdemont cruzara la frontera e hiciera un bolo en Quebec. Sin galas en directo, al expresidente catalán no le queda otra que seguir ejerciendo de influencer, de capa caída desde que es ERC el partido que manda en Cataluña.
Después de que la Justicia de Alemania, Bélgica y Escocia pusiera en entredicho nuestro sistema de libertades y las garantías de nuestro ordenamiento jurídico, a España solo le quedaba sufrir la humillación de ver sentado en la Eurocámara -y en representación de su soberanía nacional- al cabecilla de una banda de fugados. Incluso la Agencia Efe, muy dispuesta, normalizada y agradadora, estaba negociando una entrevista con el candidato Puigdemont, blanqueado en una lista que desde ayer es papel mojado.
La presencia en Estrasburgo y Bruselas del trío Libres por Europa no solo hubiera representado una nueva vejación institucional para España, sino para una comunidad que todavía se autodenomina «unión» y se apellida «europea».
Con cinco golpistas juzgados en el Supremo y con todas las papeletas, ya contadas, para pasarse un día de estos por la carrera de San Jerónimo, tenemos mambo de sobra. Podemos dar lecciones de tolerancia, democracia e incluso verbena, pero no exportar eurodiputados que no son sino forajidos o bufones. Para eso estaba ya lo de Eurovisión.
Jesús Lillo ( ABC )
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