Fernando Múgica Herzog y Joseba Pagazaurtundua.
El pensamiento único no tiene límites. Es insaciable. Su afán por reescribir la historia le ha llevado a reformular tantos epígrafes de nuestra memoria que todo lo que sabíamos a través de los especialistas en la materia o por nuestros maestros ha quedado obsoleto. Falsamente obsoleto, pero obsoleto al fin y al cabo porque del lado de la neutralidad y la verdad no hay nadie. O sí, unos pocos que dan la cara, como OKDIARIO, y una mayoría silenciosa que acepta los abusos de ese pensamiento único al más puro estilo cristiano: poniendo la otra mejilla día sí, día también. Especialmente miserable me resulta el intento de la izquierda por borrar del imaginario colectivo la existencia de una banda terrorista, ETA, que asesinó a 857 compatriotas, secuestró a tres o cuatro decenas, hirió y/o extorsionó a miles, dejó tocados psicológicamente de por vida a cientos de miles y causó un terror colectivo que perdurará varias generaciones.
Llegados a este punto, cualquiera diría que ETA jamás existió. O que fue una guerra, como la Civil, de malos contra malos. Esto es tan vomitivo como equiparar moralmente a los nazis con los judíos, a los bosnios de Srebrenica con las malnacidas huestes de Mladic, a los 30.000 desaparecidos argentinos con las Juntas Militares o a las víctimas de abusos sexuales con los sacerdotes pederastas. Contra la banda terrorista no cabe olvido ni perdón. Menos aún, el negacionismo o el relativismo moral.
El PSOE de Felipe González no fue dudoso al respecto aunque se pasase de acelerón en la lucha contra el terrorismo por GAL interpuesto. Pese a aquella salida de pata de banco del “Movimiento de Liberación Nacional Vasco”, a Aznar pocos peros se le pueden poner en la materia. Entre otras cosas, porque detenta la condición de víctima y porque tuvo de ministro enseña a un Jaime Mayor Oreja que es el que mejor calibró lo que era, lo que es y lo que será esta gentuza. Fue José Luis Rodríguez Zapatero el que otorgó estatus de interlocutores a los criminales, el que forzó la máquina para anular su ilegalización y el que negoció el fin del matonismo a cambio de meter a los matones en las instituciones, por cierto, cuando esta panda de mafiosos estaba en sus estertores.
De aquellos polvos vienen estos lodos. El socialismo dejó de ser fiable desde que se fue un Felipe González al que jamás nadie le podrá negar sentido de Estado, haber gobernado para la mayoría de los españoles y/o haber chalaneado con los terroristas. Zapatero fue la quintaesencia de la traición moral a los españoles de bien con el chivatazo del Faisán como repugnante epítome de una manera de hacer las cosas que acabó por destrozar su legado. Y Sánchez, como en todo, deja reducido al segundo presidente socialista de la democracia a la condición de mero aprendiz del mal. Ciertamente, el marido de Begoña Gómez ha mejorado el concepto que teníamos de ZP.
¿Qué se puede esperar de un sujeto que llegó a Moncloa con los votos a favor de todos los enemigos de España, desde Podemos hasta los golpistas, pasando por los proetarras de Bildu? Un presidente con estos antecedentes es capaz de cualquier cosa. Un individuo que acepta los “síes” de quienes han perpetrado un golpe de Estado ocho meses antes y de quienes asesinaron a 11 compañeros de partido es un indeseable, un ADN que no es de fiar, mala gente en resumidas cuentas.
Pedro Sánchez no es el más listo de la clase pero seguro que no se le escapa que ETA asesinó a 11 compañeros de partido: Germán González, Vicente Gajate, un simple afiliado como el anterior, el senador Casas, Fernando Múgica, Fernando Buesa, Juan María Jáuregui, el ex ministro de Sanidad Ernest Lluch, los concejales Elespe y Priede, el jefe de la Policía Municipal de Andoain, Joseba Pagaza, e Isaías Carrasco, cuyo gran delito era también poseer un carné con un puño y una rosa. Por no hablar de otras tres víctimas que no eran socialistas pero estaban muy próximos al partido fundado por el otro Pablo Iglesias: Paco Tomás y Valiente, Eduardo Puelles o mi compañero José Luis López de Lacalle.
Once personas que seguro se estarán revolviendo en sus tumbas al presenciar los acontecimientos de esta semana. Once socialistas cuyas once familias andarán entre alucinadas e indignadas contemplando al actual líder del partido salvando sus seis decretazos de la mano manchada de sangre de Bildu. Once sagas de huérfanos que se debieron llevar las manos a la cabeza al leer el viernes en este periódico que el libro Moción de la periodista Lucía Gómez Lobato desvela otra ignominia que desconocíamos: cómo el ahora presidente del Gobierno subió a la cafetería privada del Congreso para “agradecer” personalmente a Bildu sus dos “síes” en la moción de censura.
Tan o más repulsivo moralmente se antoja lo acontecido esta semana en el Parlamento Vasco. El PSE, es decir, la sucursal del Partido Socialista, dijo “sí” a la ley para el reconocimiento a las víctimas de “abusos policiales” que no es sino una nueva forma de equiparar a los etarras con la Policía y la Guardia Civil. El tiro, y desgraciadamente nunca mejor dicho, les salió por la culata: un parlamentario proetarra llamó “nazis de Núremberg” a los miembros de la asociación policial Jusapol presentes en la sesión. El Grupo Popular, comandado por Alfonso Alonso, tomó las de Villadiego tras el rebuzno de una mala bestia llamada Julen Arzuaga. Los socialistas no sólo no se inmutaron sino que dieron carta de naturaleza a una ley basuresca a más no poder. Y que no me vengan con el cuento chino de que Bildu no es ETA porque el 25% de sus cargos institucionales estuvo en la banda o colaboró con ella.
Ni el fin justifica los medios ni todo vale en la vida. Es una traición moral infinita acostarte políticamente con quienes mataron vilmente a tus correligionarios; con quienes dejaron sin padre a once personas; con quienes segaron de por vida proyectos, ilusiones, emociones y sentimientos. Otro motivo más para que los socialistas de bien den la espalda a quien se está cargando un partido que tanto aportó para consumar el regreso de las libertades a nuestro país, aun a fuerza de perder a 11 de los suyos en el camino. Lo que nadie nunca pudo sospechar es que la sangre de 11 compañeros se fuera por el sumidero de la historia por culpa de un secretario general que antes pacta con el diablo que con Dios. Nunca en 40 años uno solo hizo tanto daño a tantos.
Llegados a este punto, cualquiera diría que ETA jamás existió. O que fue una guerra, como la Civil, de malos contra malos. Esto es tan vomitivo como equiparar moralmente a los nazis con los judíos, a los bosnios de Srebrenica con las malnacidas huestes de Mladic, a los 30.000 desaparecidos argentinos con las Juntas Militares o a las víctimas de abusos sexuales con los sacerdotes pederastas. Contra la banda terrorista no cabe olvido ni perdón. Menos aún, el negacionismo o el relativismo moral.
El PSOE de Felipe González no fue dudoso al respecto aunque se pasase de acelerón en la lucha contra el terrorismo por GAL interpuesto. Pese a aquella salida de pata de banco del “Movimiento de Liberación Nacional Vasco”, a Aznar pocos peros se le pueden poner en la materia. Entre otras cosas, porque detenta la condición de víctima y porque tuvo de ministro enseña a un Jaime Mayor Oreja que es el que mejor calibró lo que era, lo que es y lo que será esta gentuza. Fue José Luis Rodríguez Zapatero el que otorgó estatus de interlocutores a los criminales, el que forzó la máquina para anular su ilegalización y el que negoció el fin del matonismo a cambio de meter a los matones en las instituciones, por cierto, cuando esta panda de mafiosos estaba en sus estertores.
De aquellos polvos vienen estos lodos. El socialismo dejó de ser fiable desde que se fue un Felipe González al que jamás nadie le podrá negar sentido de Estado, haber gobernado para la mayoría de los españoles y/o haber chalaneado con los terroristas. Zapatero fue la quintaesencia de la traición moral a los españoles de bien con el chivatazo del Faisán como repugnante epítome de una manera de hacer las cosas que acabó por destrozar su legado. Y Sánchez, como en todo, deja reducido al segundo presidente socialista de la democracia a la condición de mero aprendiz del mal. Ciertamente, el marido de Begoña Gómez ha mejorado el concepto que teníamos de ZP.
¿Qué se puede esperar de un sujeto que llegó a Moncloa con los votos a favor de todos los enemigos de España, desde Podemos hasta los golpistas, pasando por los proetarras de Bildu? Un presidente con estos antecedentes es capaz de cualquier cosa. Un individuo que acepta los “síes” de quienes han perpetrado un golpe de Estado ocho meses antes y de quienes asesinaron a 11 compañeros de partido es un indeseable, un ADN que no es de fiar, mala gente en resumidas cuentas.
Pedro Sánchez no es el más listo de la clase pero seguro que no se le escapa que ETA asesinó a 11 compañeros de partido: Germán González, Vicente Gajate, un simple afiliado como el anterior, el senador Casas, Fernando Múgica, Fernando Buesa, Juan María Jáuregui, el ex ministro de Sanidad Ernest Lluch, los concejales Elespe y Priede, el jefe de la Policía Municipal de Andoain, Joseba Pagaza, e Isaías Carrasco, cuyo gran delito era también poseer un carné con un puño y una rosa. Por no hablar de otras tres víctimas que no eran socialistas pero estaban muy próximos al partido fundado por el otro Pablo Iglesias: Paco Tomás y Valiente, Eduardo Puelles o mi compañero José Luis López de Lacalle.
Once personas que seguro se estarán revolviendo en sus tumbas al presenciar los acontecimientos de esta semana. Once socialistas cuyas once familias andarán entre alucinadas e indignadas contemplando al actual líder del partido salvando sus seis decretazos de la mano manchada de sangre de Bildu. Once sagas de huérfanos que se debieron llevar las manos a la cabeza al leer el viernes en este periódico que el libro Moción de la periodista Lucía Gómez Lobato desvela otra ignominia que desconocíamos: cómo el ahora presidente del Gobierno subió a la cafetería privada del Congreso para “agradecer” personalmente a Bildu sus dos “síes” en la moción de censura.
Tan o más repulsivo moralmente se antoja lo acontecido esta semana en el Parlamento Vasco. El PSE, es decir, la sucursal del Partido Socialista, dijo “sí” a la ley para el reconocimiento a las víctimas de “abusos policiales” que no es sino una nueva forma de equiparar a los etarras con la Policía y la Guardia Civil. El tiro, y desgraciadamente nunca mejor dicho, les salió por la culata: un parlamentario proetarra llamó “nazis de Núremberg” a los miembros de la asociación policial Jusapol presentes en la sesión. El Grupo Popular, comandado por Alfonso Alonso, tomó las de Villadiego tras el rebuzno de una mala bestia llamada Julen Arzuaga. Los socialistas no sólo no se inmutaron sino que dieron carta de naturaleza a una ley basuresca a más no poder. Y que no me vengan con el cuento chino de que Bildu no es ETA porque el 25% de sus cargos institucionales estuvo en la banda o colaboró con ella.
Ni el fin justifica los medios ni todo vale en la vida. Es una traición moral infinita acostarte políticamente con quienes mataron vilmente a tus correligionarios; con quienes dejaron sin padre a once personas; con quienes segaron de por vida proyectos, ilusiones, emociones y sentimientos. Otro motivo más para que los socialistas de bien den la espalda a quien se está cargando un partido que tanto aportó para consumar el regreso de las libertades a nuestro país, aun a fuerza de perder a 11 de los suyos en el camino. Lo que nadie nunca pudo sospechar es que la sangre de 11 compañeros se fuera por el sumidero de la historia por culpa de un secretario general que antes pacta con el diablo que con Dios. Nunca en 40 años uno solo hizo tanto daño a tantos.
EDUARDO INDA
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