EL GRAN FESTIVAL DE LA SONRISA FALSA
No es sencillo hallar a ambos lados de Despeñaperros dos políticos que se dispensen tanto desprecio y animadversión como Pedro Sánchez y Susana Díaz.
Hablamos de una pareja imposible que lleva teniéndoselas tiesas desde aquel día del motín de Ferraz, cuando la dirigente andaluza mandó a una partidaria suya a tomar posesión del PSOE con aquel memorable «ahora mismo la autoridad soy yo», pronunciado desde la acera de la calle porque el guardia jurado no la dejaba entrar en la que fuera casa de Pablo Iglesias, el Pablo Iglesias de toda la vida -para aclararnos-, no el nuevo «héroe doméstico de España que cambia pañales», que este no tiene la casa en Ferraz, sino en la sierra.
Aquel día tan surrealista, con los bares cercanos a la sede socialista repartiendo paella en la calle para entretener el hambre de los que asistían al sainete, Díaz y Sánchez se declararon la guerra. Y hasta hoy, que siguen vivas las escaramuzas, las riñas y las guantás en las que últimamente solo ríe el doctor.
«Tomo nota», se limitó a decir Díaz cuando en el último Comité Federal fue informada de que le imponían en las listas andaluzas al Congreso a «gente que ni conocemos», partidarios todos del sanchismo.
Dedazo inmisericorde, casi humillante, que remataba la mala racha que vive el susanismo desde la noche negra del pasado 2 de diciembre, en que el régimen socialista firmó su capitulación en las urnas de las autonómicas y el fin de un régimen hegemónico.
Y vaya que si «tomó nota» Susana, que sus fieles, que aún son muchos, meditan convertir el PSOE andaluz en una organización casi tan independiente de Ferraz como el PSC de Iceta, que prácticamente no está sometido al Comité Federal.
Ayer en Málaga volvieron a coincidir los litigantes en un mitin convertido en el gran festival de la sonrisa mentirosa, falsas muecas que trataban de aparentar una cordialidad inexistente pero que escondían en realidad un aborrecimiento mutuo a estas alturas inextinguible.
Pase lo que pase, solo puede quedar uno. No hay posibilidad alguna de cohabitación, sobre todo mientras Sánchez siga probando las bondades del colchón nuevo que los separatista le compraron para La Moncloa y Susana, fuera de San Telmo, tenga que conformarse con un jergón que presenta la misma comodidad que la tabla de pinchos donde se acuesta un faquir.
Álvaro Martínez ( ABC )
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