Nada azuza tanto el instinto criminal de quien se considera superior al resto como la certeza de impunidad. Si a ello sumamos la garantía de un sustancioso botín y el acicate añadido de humillar al otro, contemplado como víctima resignada a obedecer y callar, obtenemos los ingredientes de la tormenta perfecta: o sea, la situación creada en Cataluña por la combinación letal de un nacionalismo supremacista investido de amplio poder y un gobierno de España débil y carente de honor.
El nuevo «trío de la bencina», integrado por Pedro Sánchez, Carles Puigdemont y Joaquín Torra, ha convertido la antaño próspera comunidad autónoma en un territorio sin ley del que huyen las empresas en busca de seguridad.
Por eso Madrid, mucho más pequeña, menos poblada, alejada de las rutas marítimas y situada en medio de la meseta, la supera ya con creces en Producto Interior Bruto y renta per cápita. Madrid se abre al mundo mientras Cataluña se encierra en un círculo vicioso de ombliguismo, desprecio por la norma, coacción y violencia creciente, no solo consentido por la falta de actuación de los organismos competentes sino alentado desde el Consejo de Ministros con promesas de nuevas dádivas.
Una deriva perversa, que mantiene sumida en el abandono a esa mitad de la ciudadanía cuyo derecho a ser protegida y amparada por el Estado al que pertenece es sistemáticamente ignorado por quien debería ser su garante. Pónganse ustedes en su lugar.
Sientan la frustración, la rabia, el miedo, la impotencia de todos esos compatriotas que trabajan, pagan sus impuestos y hasta sus multas, cumplen con sus obligaciones y respetan escrupulosamente la legislación vigente, mientras asisten, atónitos, a la escalada chulesca del desafío separatista protagonizado por sus gobernantes con cargo a nuestros bolsillos.
Si a cualquier español bien nacido, provisto de dignidad, le subleva la lectura del periódico por la ración diaria de humillación contenida en sus páginas, traten de suponer lo que debe experimentar un catalán disconforme con esta locura ruinosa. El ejemplo de civismo que está brindando esa gente es merecedor de encomio, porque hasta hoy ni una sola de las provocaciones del bando independentista ha sido respondida con acciones semejantes. Veremos hasta cuándo…
Y es que, lejos de remitir como consecuencia del juicio que se celebra en el Supremo, la osadía del golpismo va en aumento. El president Torra, teledirigido desde Waterloo, se fuma un puro con las resoluciones de la Junta Electoral Central, se arriesga a ser inhabilitado y mantiene en los edificios públicos toda clase de símbolos partidistas, incompatibles con la neutralidad exigible a las instituciones e insultantes para España y para la democracia misma.
¿Sabrá él algo que los demás ignoramos respecto de eventuales indultos? Parece altamente probable. Los alumnos aventajados de la kaleborroka etarra, encuadrados en las CUP, de las que depende el Ejecutivo local, multiplican sus maniobras intimidatorias y tienen la desvergüenza de reivindicarlas.
La cárcel de Brians 2, sujeta al control de la Generalitat, pone en libertad a Oriol Pujol, miembro ilustre de una saga de acreditados corruptos, tras apenas dos meses de prisión efectiva, como para dar patente de corso al latrocinio que se perpetra en nombre de la «nación catalana». Y suma y sigue.
Esta es la tónica desde hace ya demasiados años. Atrincherados en su capacidad de condicionar gobiernos, los separatistas han puesto a prueba nuestra paciencia con movimientos considerados hasta hace poco impensables. Imaginen lo que nos aguarda si, a lomos de un constitucionalismo dividido, Sánchez regresa a La Moncloa de su mano.
Isabel San Sebstián ( ABC )
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