Desde que en la Antigua Grecia se consagrara la idea de que las mayores responsabilidades públicas debían corresponder a los ciudadanos más virtuosos, se repite sin cesar que la política debe atraer a los mejores. Pero esto último con el tiempo se ha acabado convirtiendo en una frase hecha y hueca, como demuestra la mediocridad que abunda en las cúpulas de los partidos, donde resulta mucho más eficaz mostrarse genuflexo ante el líder de turno que acumular criterio y currículum.
Como en todo, hay grados. Y lo que se está viendo últimamente en algunas formaciones, además de insultar a la inteligencia, socava el ya maltrecho crédito de nuestra democracia entre la ciudadanía. Así, la designación por parte de Podemos como candidata a la Alcaldía de Ávila de Pilar Baeza, condenada hace 30 años nada menos que por asesinato, o el estupor que ha causado la detención en Lérida del dirigente local de Vox por abuso sexual a dos discapacitados, son dos ejemplos paradigmáticos de la mala praxis que se está adueñando de los partidos.
El hecho de que algunas formaciones estén creciendo por aluvión en tiempo récord, sumado a la concurrencia de tantas citas electorales, lleva a que se cuelen o se escojan candidatos moralmente reprobables e incapaces, sin pasar por filtro alguno y con una rebaja de los estándares éticos hasta lo insoportable.
Ylo peor es que cuando se conoce un historial como el de Baeza, desde la formación de Pablo Iglesias, en vez de asumir el error, se enquistan en un sostenella y no enmendalla que convierte la actividad pública en algo fétido. Hoy publicamos en Crónica el escalofriante testimonio del coautor del asesinato por el que la ahora alcaldable fue condenada hace tres décadas. Arroja luz sobre un episodio que vuelve a la actualidad con la pretensión de Baeza de saltar a la primera línea política.
De forma interesada, desde Podemos se intenta estos días mezclar churras con merinas y defender que alguien que ya ha cumplido condena está limpio como una patena para hacer de su capa un sayo. Pero la ciudadanía, por fortuna, parece colocar los listones éticos mucho más altos que los de Iglesias, como se demuestra por el malestar que está causando esta candidatura.
Porque una cosa es que quien cumple su pena por hechos tan graves tenga derecho a la reinserción, y otra muy distinta es que se pueda convertir en un referente social y liderar a toda una ciudad. Máxime cuando, para colmo, no se observa en esta candidata arrepentimiento por su pasado y al parecer incluso insiste en mentir sobre extremos delicados de aquel crimen.
Volviendo a los clásicos, la política necesita un grado de virtud mayor al exigible en otras esferas. De ahí que, por ejemplo, sea deleznable que etarras se blanqueen como candidatos políticos por más que hayan cumplido sus penas. Podemos, que ayer selló un pacto con los de Otegi para concurrir unidos en Navarra al Senado, demuestra que escrúpulos no tiene.
El Mundo
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