EL EFECTO MILAGRO DE LA MANIFESTACIÓN
Después de organizar una especie de cumbre bilateral con lazos y flores amarillas; después de un Consejo de Ministros con la calle llena de idiotas que creen que la república existe; después de aguantar que aireen el documento de 21 puntos que Sánchez hubiera debido rechazar y ni siquiera tomar en su mano; después de soportar que escupan a Borrell; después de trasladar a presos a las cárceles próximas a casa; después de tragarse lo del mediador para las famosas mesas en Cataluña y a nivel nacional… sale la señora Calvo, vicepresidenta del Gobierno, y dice que los independentistas no aceptan el marco de negociación.
Curiosamente lo anuncian unas horas antes de que arranque la concentración convocada por varios partidos en defensa de la dignidad del Estado. ¿Qué tendrá esa concentración que ha hecho despertar al Gobierno de España, o a lo que sea eso, y a desdecirse de todo?
Ignoro si el cuerpo de analistas de Moncloa ha sido incapaz de prever o intuir que la paciencia de los ciudadanos, de los que perciben los mensajes ocultos de la política, tiene un cierto límite, pero algo ha ocurrido para que, de repente, se den cuenta de que los independentistas son eso, independentistas y, por lo tanto, traidores al acuerdo general de todos los españoles para convivir en paz y en igualdad.
Hace escasamente tres días, la proteica Carmen Calvo alababa y ponderaba las bondades del diálogo, además de contrastar la indudable oportunidad de la figura del mediador. Todo era maravilloso. En dos días, y sin explicar por qué, todo ha cambiado. ¿Qué ha pasado?
¿Cuándo han dicho que no aceptaban esa oferta? ¿De qué forma? ¿Tiene que ver la reacción política de indignación general, incluida en las filas socialistas, con esa repentina negación al chiringuito montado? El Gobierno de la Generalidad dice que no han negado nada, están perplejos y aseguran que es cosa exclusiva de la gente de Sánchez. El Manual de Resistencia les ha servido de poco, dicen.
Es muy probable que la manifestación del domingo tenga mucho que ver. Una manifestación a la que es comprensible que mucha gente quiera asistir por varias razones: una de ellas es la alarma creada por el Gobierno mediante las cesiones permanentes al independentismo catalán con el solo fin de conseguir un voto afirmativo a los Presupuestos de Sánchez.
Otra es la reacción razonable de aquellos a los que niegan el derecho a manifestarse. Los mismos que justificaban de forma relamida el cerco al Parlamento andaluz con motivo del gobierno pactado entre PP y Cs, son los que hoy vociferan contra la convocatoria de la Plaza Colón. El mismo individuo que califica de «nauseabunda» la manifestación de españoles de bien -tan de bien como los otros que, por lo visto, sí pueden manifestarse- en defensa de la dignidad del Estado, es el Ortúzar de turno que babea por rendir homenaje a viejos asesinos etarras a la llegada a su pueblo.
Los mismos que justifican cualquier tipo de escrache con motivo de interpretaciones varias de la injusticia social, son los que hoy hablan de crispación, de regresión, de reacción y de varias cosas más. No se dejen engañar: para la izquierda española, la calle les pertenece de nacimiento y solo hay legitimidad si son ellos los que la ocupan con sus proclamas.
Por lo tanto no hagan caso: si su conciencia o su exigencia de integridad les llama a manifestarse en Madrid este domingo, vayan y reclamen lo que consideren oportuno. El Gobierno de Sánchez está asustado con lo que se le viene encima, en forma de protestas o en forma de desafección electoral, y se ha inventado un cuento para recular echándole la culpa a los otros. No les importe si mañana les llaman franquistas, guerracivilistas, retrógrados, reaccionarios. Insista: es el único lenguaje que entiende esta gente.
Carlos Herrera ( ABC )
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