POBRECITO MI PATRÓN
Pablo Echenique es un hombre comprensivo y no ha tardado ni un minuto en entender que su ex compañero Iñigo Errejón debe conservar el acta de diputado, porque según ha dicho si se va del parlamento no tendría de qué vivir, aunque creo que lo minusvalora porque “el niño de Podemos” sabe perfectamente cómo ganarse la vida fuera de la política. Solo tienen que conseguir que le hagan un nuevo contrario de investigación en la Universidad de Málaga, y luego no ir.
Pero el argentino sabe de lo que habla porque allende los mares posiblemente estaría pasando penurias y aquí no le falta de nada. Es un experto en vivir de la subvención y reúne todas las condiciones para que en un país solidario como el nuestro tenga coche, ayudante, y señora Dominga, con cargo a los presupuestos, porque sus credenciales son inapelables: es inmigrante, tiene una discapacidad de grado alto y además es político. Su canción preferida es la que escribió su compatriota Facundo Cabral: “Pobrecito mi patrón, piensa que el pobre soy yo”.
Conozco a otras personas, con ésas o más graves necesidades, que carecen de esas ayudas porque no ostentan ningún cargo público que es la condición imprescindible para que no les falte de nada.
Cada vez que escucho que los políticos en España están mal pagados me voy al muro de las lamentaciones y me doy unos cuantos cabezazos, porque algunas de las últimas camadas de concejales y diputados nacionales y autonómicos parecen haber sido paridas en un establo y jamás había hecho nada productivo ni de provecho hasta llegar a los parlamentos, donde siguen sin hacerlo.
No me extraña que España sea el país con mayor número de políticos de toda la Unión Europea, porque vivir de la mamandurria es el proyecto vital de mucha gente que a lo largo de su vida no habrá hecho nada de provecho en favor de la sociedad.
Aquí pagamos con nuestros impuestos a cuatrocientos mil políticos, uno por cada 115 personas si incluimos en esta cifra a asesores y cargos de confianza que también viven del presupuesto del estado, según estimaciones publicadas por El Economista.
Me abstengo de describir otros privilegios de los que gozan – como la jubilación máxima con solo doce años de cotización en el parlamento – porque a Iñigo Errejón y a su amigo Echenique aún les quedan unos años para consolidar ese derecho.
Solo diré que este país necesita más vomitorios, y no me refiero a los pasillos situados detrás de las gradas de los estadios de futbol para que los espectadores puedan salir rápidamente cuando acaban los partidos, sino a lugares de alivio en los que poder echar la pota cuando algo nos repugne tanto que no podamos aguantar en el estómago lo que hayamos comido.
Diego Armario
viñeta de Linda Galmor
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