domingo, 9 de diciembre de 2018

Un día en la UCI del Hospital Reina Sofía de Córdoba, la unidad de la «cama caliente»

Más de 150 profesionales trabajan en el servicio de Intensivos, que registra casi 2.000 ingresos al año y estrena jefa.
Dos profesionales sanitarias con un paciente en la UCI - ÁLVARO CARMONA

QUE el doctor Rafael León tenga barba no es una casualidad ni un gesto coqueto. «Me la dejé desde aquel día. Ese que nunca olvidaré y que me cambió la vida. Para comunicarle a un padre que su hija ha fallecido hay que parecer una persona mayor, no un chaval, como era yo cuando me tocó hacerlo por primera vez». El médico tiene ahora cuarenta y dos años y entonces, cuando apenas sumaba veintisiete y era residente, le avisaron de que estaba a punto de llegar a la UCI una joven con criterios de muerte cerebral.
«Ella tenía veintidós años, y no se pudo hacer nada por salvarla: me tocó salir a decirle a su familia lo que había pasado», añade el facultativo en uno de los pasillos de la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Reina Sofía de Córdoba, situada en la primera planta del edificio principal del recinto sanitario y en el que trabajan más de ciento cincuenta personas. Ese tipo de experiencias le ha dado a León un poso de tranquilidad existencialista que resulta evidente cuando habla.
El doctor Rafael León, de 42 años.
«Mire: aquí aprendes a vivir la vida de una forma acelerada. ¿Cómo no te va a cambiar que de un día para otro tu compañero, con el que compartes guardias, de repente se ponga enfermo y lo ingresen en esta misma unidad y seas tú el que tengas que asistirlo en sus horas finales? La percepción de la muerte, o de lo poco que nos separa a los vivos de ella, es aquí muy fuerte. Y eso te llega dentro, te cambia. Yo, por ejemplo, ya no discuto con nadie, es muy difícil que me enfade con alguien».
Fatiga por compasión. Ése es el nombre técnico de los hechos que relata Rafael León. La directora de la Unidad de Gestión Clínica de Medicina Intensiva del Reina Sofía, Carmen de la Fuente, es muy consciente de que el equipo que dirige arrastra este tipo de síndrome. «En la UCI sufrimos un desgaste profesional más acusado que en otros servicios, porque estamos en contacto con situaciones muy difíciles. Queremos poner en marcha un protocolo que atenúe este factor entre el personal», indica De la Fuente, que se hizo cargo de la unidad hace nueve meses después de una andadura de dos décadas en el Hospital Infanta Margarita de Cabra.

El doctor León: «La percepción de la muerte, de lo poco que nos separa a los vivos de ella, es aquí muy fuerte»

«Somos una unidad transversal en el Hospital, una de las más grandes que hay en él: registramos casi dos mil ingresos al año, de ahí que digamos que somos una unidad de ‘cama caliente’, y ofrecemos toda la cartera de servicios del Servicio Andaluz de Salud (SAS) menos el programa del gran quemado, que está centralizado en el Virgen del Rocío de Sevilla», asegura la doctora. «Cubrimos a una población de hasta un millón de personas, porque en algunas patologías no solo somos la referencia en Córdoba, sino también en Cádiz y en Jaén», añade.
La UCI que dirige, que cuenta con treinta y dos camas de ingreso, está dividida en cuatro áreas: la del corazón, la de trasplante, la neurológica y una polivalente que presta atención especial a los enfermos con problemas respiratorios y urológicos. Ochenta y ocho enfermeros, cuarenta y tres auxiliares, dieciséis celadores, quince médicos y un administrativo forman la plantilla de una unidad que desarrolla su actividad a un ritmo frenético, si bien sus profesionales hablan de su trabajo con una calma pasmosa.
Puesto de control de la UCI de Reina Sofía.

Isabel Gallo Alguacil es una de las veteranas de la UCI. Con sesenta y cuatro años cumplidos y cerca de la edad de jubilación, empezó su trayectoria laboral en un hospital público de Tenerife. «Allí me tocó vivir momentos muy intensos, como el del fatal siniestro aéreo de Los Rodeos: ese día estaba de guardia», explica la mujer. «Lo que me gusta de la UCI es que hay que tomar decisiones de una manera muy rápida: la ventaja que tenemos aquí los enfermeros es que podemos actuar hasta que llega el médico, algo que no ocurre en otros servicios del hospital», resume Gallo.
La clave, la diferencia respecto a otras secciones del recinto sanitario público de la ciudad es que de esas decisiones a las que se refiere la enfermera puede depender que un paciente sobreviva o no. «Por fortuna, el ochenta por ciento de las personas que entran aquí salvan su vida. Esa es nuestra recompensa», explica en este punto Isabel Amor, que es la supervisora de Enfermería de la UCI. Pero cuando la alarma se enciende porque hay un «evento adverso», como estos profesionales denominan a una situación crítica, nadie sabe cómo va a acabar el episodio. Si la cosa pinta mal, la medicina es tan útil como la bonhomía y la sensibilidad del personal sanitario.

«Ahora está de moda hablar de la humanización de los Cuidados Intensivos, pero en el Reina Sofía llevamos trabajando este tema treinta años», aprecia la jefa del servicio. La humanización no es un concepto abstracto: consiste, por ejemplo, en que los pacientes tengan habitaciones individuales con iluminación natural, que nunca pierdan el concepto del día y de la noche y que sus familiares puedan entrar a verlos de modo flexible.
«Hemos puesto en marcha un programa de puertas abiertas, esto es, que nos adaptamos a los horarios en los que los allegados de nuestros enfermos pueden venir a visitarlos. Y si hay que dejar que celebren aquí un cumpleaños, pues se hace lo posible. Porque nos hemos dado cuenta de que cuanto más nos conoce la gente, o más conoce lo que hacemos, más aprecia nuestro trabajo», se extiende la doctora De la Fuente.

«También cura el trato que recibes»

Un ejemplo de ese trato cercano que combina el seguimiento asistencial con la empatía lo personifica Pedro Pablo, un paciente de 45 años que se recupera de una operación cardíaca. En sus gestos y en sus palabras no hay duda de que está agradecido. «Dentro del sufrimiento que lleva uno dentro te sientes afortunado por estar acompañado no solo de buenos profesionales, sino por gente que se preocupa por tu estado de ánimo, que te da confianza. Eso también cura, se lo digo yo», declara en uno de los boxes de la unidad.
Pero hay situaciones que se vuelven irreversibles: en las que el final está escrito y es muy triste. «Cuando nos damos cuenta de que un enfermo va a morir, de que ya no podemos hacer nada por él tratamos de que se marche a una planta para que sus familiares puedan estar con él en el trance. Es lo menos que podemos hacer», señala Isabel Amor.

Carmen de la Fuente es la jefa de la Unidad desde hace nueve meses, por jubilación del Dr. Guerrero Pabón
Y si el compadecimiento con quien lo está pasando mal es importante, también lo es la tecnología. Pocas unidades del Reina Sofía desarrollan su labor con un equipamiento más avanzado y más cambiante. «Tenemos a dos auxiliares que se ocupan en exclusiva del mantenimiento del aparataje y de la maquinaria, desde los respiradores, a las mascarillas y al resto del material fungible. Todo esto va acompañado de un programa de formación continua de nuestro personal, que ha de estar al día siempre para responder de un modo rápido a todo tipo de situaciones, incluyendo al Código Ictus y al Código Infarto, que son dos programas específicos para las patologías en cuestión», suscribe la jefa del servicio.

«Mi maestro me dijo una frase que no olvido: que tu cara puede ser la última que vea el paciente», afirma la jefa

En ese objetivo participan todos los miembros de la plantilla de la UCI, desde los cirujanos más especializados a los celadores o los operarios de limpieza. «Aquí todo funciona muy rápido, ser ágiles es esencial. Unos minutos pueden ser claves para salvar a alguien», comenta la doctora Carmen de la Fuente. De uno de sus jefes aprendió que la Unidad de Cuidados Intensivos ser médico exige un plus personal. «Él me dijo algo que no olvidaré: que quizás la última cara y la última voz que va a escuchar una persona en su vida es la tuya», concluye. Y guarda silencio.






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