Nunca Gabriel Rufián ha sido más rufián que hoy, y eso que lleva años haciendo méritos para obtener el güines de la indecencia verbal en un parlamento, porque hasta antiguos militantes o simpatizantes de ETA como Francisco Letamendia tuvieron más dignidad formal cuando defendía sus tesis en la tribuna del Congreso que la del charnego independentista que actúa como si estuviese en la barra de un club de alterne y se considerase el chulo del personal que allí trabaja.
Es cierto que el nivel de algunos parlamentarios que aposentan sus cuartos traseros en los escaños de la Carrera de San Jerónimo deja mucho que desear en el fondo y en la forma de sus intervenciones, porque cuando se ha leído poco la huella de la ignorancia no hay quien la disimule.
Sin embargo la dignidad parlamentaria, que no es otra cosa que la educación de quienes deben saber comportarse en la sede de la soberanía popular, generalmente la mantienen unos y otras, excepción hecha de ese diputado de Ezquerra Republicana que hace honor a su apellido comportándose cada día con la indecencia de la que esta revestida su mente y su conciencia.
Confunde el hemiciclo con la pista de un circo, que sería el lugar más adecuado para que cuando se retire o le retiren de la política, actúe contando chistes verdes, porque la criatura no da para más, y su vis de matón de barrio convierte sus intervenciones en insultos ad hominem a sus adversarios políticos, pero ignora que las ofensas que les dirige son los calificativos que mejor le cuadran a él.
Hoy ha calificado a José Borrel de indigno, hooligan y filofascista, aunque en el fondo se estaba haciendo un autorretrato, porque a Rufián le cuadran estos tres calificativos, incluido el de fascista, ya que su comporta miento y el de sus amigos independentistas catalanes hace tiempo que empezó a parecerse al de las juventudes hitlerianas.
Al final el más rufián del congreso ha sido expulsado del hemiciclo por no atender las tres llamadas al orden que le ha hecho la residente del Congreso Ana Pastor, porque en este Parlamento no nos falta de nada, aunque ninguno supera a este indigente intelectual y moral que se viste en Zara, se alimenta en un Burger y defeca dos veces por semana en el Parlamento..
Diego Armario
viñeta de Linda Galmor
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