“El Presidente de gobierno tiene que ser una persona decente, señor Rajoy, y usted no lo es”.
La frase, la recordaran todos, se la dijo Pedro Sánchez a Mariano Rajoy en un debate electoral el día 14 de diciembre del año 2015 y hoy, casi tres años después sería legítimo que alguien se la repitiera al actual presidente del gobierno para que tomase nota de que, según sus propias palabras cuando se está en ese cargo hay que ser decente.
La decencia es una virtud no solo aplicable y exigible al gobernante para que no tolere la corrupción económica, ni mire para otro lado cuando en su partido hay gente que roba y es procesada y condenada por esos delitos como le sucedió al Partido Popular y al anterior presidente del gobierno.
La decencia tiene que ver también con valores éticos como son la verdad, la lealtad al cargo que se ocupa, el respeto a la ley y a las promesas que se hicieron de cumplirla y hacerla cumplir. La decencia en un gobernante exige trabajar por el bien común y no por el beneficio particular. La decencia en un presidente de gobierno implica mantener la palabra dada, defender el estado de derecho, proteger a los jueces de los ataques de los golpistas, no pactar con ellos concesiones que van contra la unidad de España cuando cada día sus dirigentes sostienen en público que continúan con su ruta unilateral de seguir incumpliendo las leyes para proclamar la república catalana.
En tratándose de este asunto medular la cuestión no es ser de izquierdas o de derechas, sino ser decente o indecente cuando se ostenta ese cargo principal en una nación soberana.
Desde un partido político se puede decir lo que se desee y defender lo que entiendan que se adecúa a su ideología por más que sus planteamientos repugnen a un sector de la población, porque serán los ciudadanos los que en unas elecciones decidirán apoyar o no cualquiera de las propuestas que lleven en su programa, pero cuando uno es presidente de gobierno está sometido a unas reglas marcadas por la ley.
La orden del ejecutivo de Pedro Sánchez a la abogacía del estado, que depende directamente del Ministerio de Justicia y por tanto tiene obediencia jerárquica a su titular, para que rebaje la petición de pena y su calificación de rebelión a sedición se contradice con la convicción rotunda que demostró en una entrevista en televisión al decir que estaba convencido de que los dirigentes catalanes incurrieron supuestamente en un delito de rebelión el día uno de octubre del pasado año.
Es cierto en vivimos en una sociedad en la que cuando un dirigente de un partido político miente, incumple sus promesas, se trasviste según conveniencias o estrategias, maquilla su pasado y oculta sus vergüenzas, sigue teniendo el apoyo electoral de su cuadra, porque la clave que condiciona la decisión de los votantes en la mayoría de los casos es la fidelidad a las siglas, independientemente del comportamiento de sus dirigentes.
Por eso no creo que su diletante y veleidoso comportamiento político le pase factura a Pedro Sánchez, porque trabaja en un oficio en el que entre ellos saben cómo perdonarse a sí mismos sus excesos y sus comportamientos inmorales.
Diego Armario
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