Hace unos cuarenta años, un joven político llamado Jordi Puyol pensaba como conseguir un puesto de presidente de Cataluña inspirándose en las doctrinas y métodos de Adolf Hitler: su genialidad comunicativa y su capacidad de movilización de los instintos y emociones del pueblo llano para sus propios fines. En el caso de Jordi Puyol, como se ha visto por los hechos, sus propios fines eran el poder y el enriquecimiento personal a coste del pueblo catalán, por mucho que se llenara la boca con la palabra Cataluña. El recurso de prometer al pueblo “más libertad” para la región (me gustaría saber en que se ha traducido eso a nivel individual a lo largo de estos años), y mayor protagonismo para el idioma catalán convenció a parte de la población y consiguió su objetivo.
Una vez alcanzado el poder, bajo su dirección, se empezó a falsificar la Historia de Cataluña y las raíces y causas del limitado alcance, en su propia zona de influencia, del idioma catalán (necesitaban un culpable). Solamente de esta manera, construyendo una falsa base, podía desarrollar la ideología nacionalista en la que se fundamentan sus intereses personales. Pero como todas estas invenciones eran mentira, fue necesario falsificar también (eso de repetir la mentira hasta que sea verdad), los libros de texto sobre Historia de los alumnos en escuelas y universidades. Todos estos libros se imprimieron de nuevo y se distribuyeron obligatoriamente en los centros de enseñanza de todos los niveles donde correspondiese. (Las editoriales podían elegir entre transmitir los bulos, o no vender.)
Los profesores, muchos de ellos de total acuerdo, pero otros violentados en su libertad de cátedra, fueron obligados a enseñar estas mentiras como si fuesen verdades para, mediante un sibilino e inteligente plan progresivo, intoxicar la juventud con la ideología nacionalista. (Ya se sabe, somos los mejores, pero un odioso enemigo exterior nos impide demostrarlo.) La táctica fue inicialmente suave (basada en el victimismo), con gradual endurecimiento, al estilo de la clásica rana hervida sin que se dé cuenta cuando el agua se calienta poco a poco. Los resultados, y los objetivos, están a la vista.
Como sabe quien quiere informarse, Cataluña (con más precisión, inicialmente, el condado de Barcelona), formó parte de la corona de Aragón, aunque conservando sus usos y costumbres, desde la boda de Petronila (hija del rey de Aragón Ramiro II), con el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV (1150), y antes de ello, la actual Cataluña estaba formada por diversos condados, hijos de la Marca Hispánica de Carlomagno, que no formaron ninguna unidad política independiente ni antes ni después de esa unión. El catalán, por otra parte, es una lengua románica que se forma inicialmente en la llamada Cataluña Norte (a través del occitano, principalmente), desde donde se va extendiendo hacia la Cataluña actual, Valencia y Baleares. culminando su expansión en el siglo XV (podríamos ironizar diciendo que fue una expansión imperialista de una lengua transpirenaica). Por esas fechas comienza también el desarrollo del castellano en Cataluña como consecuencia de la mayor influencia política, militar y económica de Castilla (algo así como lo que pasa actualmente con el inglés).
Pero todo esto es Historia. Y la Historia está bien para comprender el pasado (por eso de no repetirlo) aprender de él y hacer honor a nuestros ancestros. Pero la Historia no puede utilizarse para repartir derechos en una sociedad moderna, que se define como democrática, lo cual, en el fondo, sólo significa igualdad ante la ley y renuncia a los derechos “de cuna”. Un verdadero demócrata, sintetizando, jamás recurrirá a la Historia para reivindicar “más derechos” que su vecino. Y eso no está en contradicción con la defensa de sus raíces y cultura, a menos que lo quiera hacer por imposición autoritaria disfrazada de ley. Vamos, que no existe ningún derecho a obligar a nadie a aprender una lengua en supuesto peligro de extinción como no se puede obligar a nadie a ir a misa los domingos porque las iglesias están vacías. Recuérdese aquello de “Cataluña será cristiana o no será” del obispo nacionalista decimonónico Torras i Bages (entonces se podía utilizar ese argumentarlo que hoy causaría risa). Las cosas, entre ellas las lenguas y las culturas, se mueren cuando las gentes dejan de amarlas o cuando simplemente, pierden su interés. Otras, evidentemente preferidas, las sustituyen. Atacarlas o imponerlas, no puede considerarse democrático. Defenderlas sí.
Con la intención de contentar las ideologías nacionalistas se crearon las Autonomías en la Constitución del 78. Invento que pudiera haber funcionado bien de haber habido lealtad a la unidad ciudadana de los españoles, cosa que podemos ver que no ha sucedido, lo cual destruye de raíz la principal razón (si es que hubo otra), para que siga existiendo este engendro tan caro, insolidario e ineficiente del Estado Autonómico como viene demostrando. (La prueba es que casi nadie está contento con ellas, aunque sea por distintas razones.)
Los nacionalistas insisten en que no adoctrinan en las escuelas. En realidad, carecen de cualquier crédito, pues tienen un objetivo que los coloca, a sus ojos, moralmente por encima de la ley y la verdad. Eso tan viejo de que el fin justifica los medios. Pero basta con profundizar un poco en cualquier escuela para verificar que el adoctrinamiento se realiza de muchas maneras. Una de las más insidiosas es no hablar nada de la patria común: España (salvo para hablar mal), e inundar al mismo tiempo las cabezas indefensas de los niños con la palabra Cataluña, su bandera y su historia inventada. Incluso por ese medio, aunque todo lo que se enseñase fuera cierto (que no lo es), el alma del niño crecería (y así ha sido), ajena a todo sentimiento positivo por la patria común y por el concepto de ciudadanía española, herencia valiosa de la que se le pretende privar (no les importa, por lo visto, a los nacionalistas, desheredar a sus hijos). Y eso es adoctrinamiento. De facto, todos los niños castellano hablantes son discriminados en Cataluña respecto de su lengua materna. La mejor prueba de que se está discriminado con respecto a alguien es proponer el intercambio posiciones, lo cual no significaría nada de no existir discriminación. Inténtese hacer eso con las dos lenguas y los nacionalistas se opondrán como gato panza arriba. Alegarán cosas como que eso pondría en peligro la existencia de la lengua catalana (una prueba más de que se pone la lengua por delante de los derechos individuales) y de que se fracturaría la sociedad catalana, pero por la misma razón se podría alegar que la postura actual fractura la sociedad española (como así está siendo, pero no por esa razón, sino por el adoctrinamiento que supuestamente no existe, pero que produce los resultados que estamos viendo; mayoría independentista entre los jóvenes).
Es una frivolidad, por parte de los secesionistas, despreciar para ellos y para sus hijos la ciudadanía española que les permite moverse por cualquier punto del país en calidad de iguales a los nativos de la zona. Imaginemos que existiese la nacionalidad europea (un noble objetivo), y que hubiera un sector de la población que quisiera, voluntariamente, privar de ella a sus hijos alegando que lo que aman es su terruño. La ciudadanía es un concepto político, no emocional, y renunciar a ella sólo indica el nivel de obcecación mental en que han caído los secesionistas.
Pero en realidad, el problema que plantean los secesionistas es ficticio, y generado por intereses espurios. Los niños se enamoran y adoptan lo que se les ofrece sin resistencia. Si les enseñas a amar, amarán, si a odiar, odiarán. De haber empezado, hace ya 40 años, a enseñar las dos lenguas como propias. El amor al pueblo natal, a su provincia, autonomía, país, etc., los niños habrían adoptado todo ello como propio, porque todos esos sentimientos no son incompatibles, sino que por el contrario, mutuamente se refuerzan. Lo que debilita al individuo y al país del que forma parte, en consecuencia, es, en realidad, los sentimientos negativos. Es un crimen introducirlos en la mente de un niño. Y una forma de hacerlo, es negándole el derecho al conocimiento de sus orígenes y sus historia. En este sentido, lo que se ha hecho, en especial, con los hijos de los inmigrantes españoles en Cataluña, muchos de los cuales reniegan de sus orígenes (a pesar de que según dicen, no han sido manipulados), es un verdadero crimen contra sus derechos más elementales. Es un acto de auténtica maldad.
Pero habíamos empezado hablando de un tal Jordi Pujol, del cual hemos afirmado que se mueve por sus intereses personales, y no por un supuesto amor a Cataluña (sea ese amor lo que sea que él entienda). Y no decimos esto por decir, sino porque el maltrato y daño que ha causado, junto con sus sicarios, a la Cataluña real, no demuestra amor de ningún modo. Nadie hace daño a lo que ama. Así que la Cataluña que en sus sueños húmedos se supone que ama, no es ésta, sino otra, en la que sólo caben los que piensan como él, o vete tú a saber. Y si para llegar a ello hay que destruir la actual, pues no les temblará el pulso, siempre que la sangre la pongan los demás. En eso están. En eso llevan años, sin prisa ni pausa, pero sin desmayo.
Y haciéndose eco de eso de que “por sus obras los conoceréis”, sólo hay que seguir la trayectoria del clan Pujol para saber cuáles son sus prioridades, y sólo hay que teclear en Google “el clan Pujol” para obtener más de 230.000 resultados. Algo muy significativo si los miramos en el único aspecto económico. Resulta hasta aburrido informarse de la larga retahíla de casos pendientes, dinero viajando en el maletero de un coche, dinero reconocido como evadido, blanqueo de capitales, etc. (Que trabajen los jueces, como es su misión.) Pero si se multiplican los años por los sueldos reconocidos, no salen los miles de millones que parecen poseer ni de lejos. Ese dinero ha salido, por tanto, de los ciudadanos catalanes (los “verdaderos” y los “falsos”, según ellos, que a la hora de pagar no hacen distinciones). Y no es un caso aislado. Su partido (CiU3%), ha tenido que cambiar de nombre tantas veces hasta el punto de que no creo que ni ellos mismos sepan cómo se llaman hoy. Así que al calor de la defensa de “su” Cataluña ha medrado mucho mediocre que no creo que en el mercado libre, sin tráfico de influencias, sirviera para algo.
Lo sorprendente del caso es que mientras se van resolviendo los casos de corrupción en los partidos políticos, a pesar de la exasperante lentitud de la Justicia española (no se salva nadie de los que han tocado poder), el clan Pujol, parece inmune al paso del tiempo y salvo alguna detención “simbólica”, todos siguen en su casa, como si de hurtar una crema en un supermercado se tratara. Por mucho menos que eso se le ha levantado recientemente el asiento a todo un presidente del país. Pero hay siguen, envueltos en el cálido silencio mediático. Será que no interesa.
Estas cosas no pueden suceder por casualidad. No se entienden sin un poderoso entramado de intereses ocultos que probablemente, nunca, llegaremos a conocer totalmente. Y lo más seguro es que el jefe del clan acabe sus días en la cama como ya nos vamos acostumbrando en este país.
En conclusión: no se puede desarrollar una ideología que pretenda ser justa y beneficiosa para la sociedad a base de falsificaciones y mentiras. Sólo se le causará daño moral y material, y al final desembocará, necesariamente, en una dictadura del tipo que sea (entre la verdad y mi madre –o sea yo- prefiero a mi madre). Las causas justas no necesitan de mentiras sino de verdades. Sólo la verdad nos hace libres.
Desconfiad de los que mienten, engañan y juegan sucio. Tienen muchos disfraces. A veces muy atractivos. Pero su alma siempre es totalitaria.
Karl Jacobi.
Empresario alemán residente en Cataluña, España
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