miércoles, 3 de enero de 2018

Puigdemont especula con volver oculto en un barco

También sopesa entrar en España escondido en un maletero, disfrazado, o por las montañas, y presentarse en el «Parlament» para ser investido.

Carles Puigdemont especula con volver a España para ser investido. El plan es abandonar Bruselas escondido en un maletero, disfrazado, o por las montañas; e ingresar en territorio nacional del mismo modo. También se ha planteado hacerlo oculto en un barco.
Los que han visitado a Puigdemont en Bruselas, y han alcanzado un cierto grado de intimidad con él, se han dado cuenta de lo preocupado que está por su seguridad y de la psicosis con que teme el espionaje del Gobierno.
Pero a la vez está envalentonado, sobre todo tras el subidón por haber derrotado a Junqueras, y se ilusiona con que la jugada podría salirle bien, como el golpe de efecto que sin duda el independentismo consiguió dar el 1 de octubre. Es cierto que el Gobierno dice tener perfectamente vigilado a Puigdemont, pero también lo es que quienes lo dicen son los mismos que hasta el día antes dijeron que no habría urnas para el referendo secesionista.
Puigdemont cree que podrá contar con la ayuda de algunos agentes amigos de los Mossos d’Esquadra para que no le veten la entrada en el hemiciclo, pero la parte más fantasiosa del plan es la de considerar que, una vez investido «president» de este modo sorpresivo, «España no se atreverá a detener y encarcelar a un presidente de la Generalitat y que, si lo hace, Europa no lo tolerará».
Si alguna cosa hemos aprendido del llamado «procés», y de su crucifixión con la aplicación del artículo 155, es que cuando el Gobierno ha dejado de actuar acomplejadamente en Cataluña no ha encontrado ninguna objeción ni en los catalanes ni en los funcionarios encargados de implementarla.
Con la misma claridad hemos visto no sólo el respeto sino la solidaridad con que la Unión Europea y la comunidad internacional apoyaban a España en la defensa de su Ley, su Constitución, su libertad y su democracia.
La decisión no la tiene aún tomada, pero sus colaboradores más inmediatos -Joan Maria Piqué y Jaume Clotet-, dos alocados periodistas, mitad supremacistas, mitad de Acció Catòlica, le animan a que lo haga y él parece estar dispuesto, como mínimo, a considerarlo.
Tanto Piqué como Clotet han dado siempre los más extravagantes consejos a aquellos con los que han trabajado sin que nunca nadie se los haya reclamado.
Piqué empujó a Mas al 9-N, pero es a Mas y no a Piqué a quien le han embargado la casa. De muy menor categoría, en todos los sentidos, Clotet hundió la carrera política del exconsejero de Esquerra, Joan Carretero, instándole a realizar las más incendiarias declaraciones contra el tripartito, cuando los republicanos formaban parte de él; y abandonó igualmente a Joan Puigcercós a las garras de «La Vanguardia», creando una desafortunada confusión sobre que iba a retirar la bandera española de su consejería.
Pese a la euforia y al manifiesto desequilibrio de sus asesores, Puigdemont y sobre todo su esposa también cuentan con que podría salirle todo al revés, y que lo torpe que fue el CNI con las urnas no lo fuera para controlarle a él, y que fuera apresado en Francia, en el supuesto barco, o justo al pisar España.
Al expresidente catalán también podría sucederle que no hubiera agentes de los Mossos dispuestos a arriesgar la seguridad económica de sus familias por algo que en cualquier caso tendrá mucho más de circo que de realidad, y por supuesto es mucho suponer creer que España no se atreverá a hacerle cumplir la Ley, como a cualquier otro de sus ciudadanos. De lo de Europa es llamativo que él mismo no se dé cuenta, sin poder salir de Bélgica.

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