miércoles, 24 de enero de 2018

Puigdemont demostró con su viaje a Dinamarca que es un fulero, un embaucador y un payaso de tomo y lomo


Antonio Burgos: "Que un Parlamento autonómico proponga como presidente a un sedicioso, cobardón prófugo de la Justicia, no es un referente. Es una desgracia"


Puigdemont copa este 24 de enero de 2018, día de San Francisco de Sales, patrón de los periodistas, las tribunas y editoriales de la prensa de papel. El viajecito a Dinamarca del expresidente catalán y prófugo de la justicia española ha dejado retratado al político al que ya sólo le quedan los juegecitos y numeritos de artificio para que alguien le haga caso.

Santiago González, en El Mundo, le mete una buena dosis de espabilina a Carlos Puigdemont por dárselas de culto cuando es más zote que Belén Esteban:

Una de las virtudes más útiles para un tonto es el desacomplejamiento, la desenvoltura con que maneja sus carencias y, en los casos más sobresalientes, el ejercicio de la alteridad. El que fue presidente de la Generalidad hasta el 27 de octubre de 2017 no es un hombre de saberes renacentistas. Tampoco tiene conocimientos específicos, salvo rudimentos de Filología catalana que aprendió en el C.U. de Gerona, donde empezó la carrera, pero no la terminó.

ABC le recuerda a Puigdemont que su mayoría parlamentaria no le libra en modo alguno de tener que cumplir sus causas con la Justicia española:

A Puigdemont se le estrecha el cerco y es consciente de ello. Por eso, su última sandez es exigir al Estado que se humille porque goza de una mayoría parlamentaria suficiente para ser investido, como si eso fuese un salvoconducto para violar la legalidad sin consecuencias. La perversión de las palabras en Puigdemont es tan detestable como su desprecio por la legalidad. Es él quien delira, y no el magistrado Pablo Llarena, que cumple con su obligación de intentar que llegue a ser juzgado por todos los delitos cometidos, y no solo por los que decidan el fugado o un juez belga o danés.

Antonio Burgos resalta que a Puigdemont le han convertido en un referente de la ilegalidad suprema:

Puigdemont se ha convertido en un referente. ¿Referente de qué? Pues referente del miedo del Gobierno central a poner sobre la mesa los valores de la Constitución. Y referente de la tozudez de los «indepes» en saltarse a la torera, como la suerte de la garrocha en un viejo grabado de Goya, las leyes del Reino: la Constitución, el Estatuto de Autonomía de Cataluña, las sentencias del TC y del TS y lo que haga falta. Que un Parlamento autonómico proponga como presidente a un sedicioso, cobardón prófugo de la Justicia, no es un referente. Es una desgracia. Que, encima, muchos ven como lo más normal del mundo.

José María Carrascal deja a Puigdemont a la altura del betún tras su despropósito continuo en el que que convirtió su viaje a Dinamarca:

Es un fulero, un vendedor de crecepelos, un peligroso embaucador que amenaza no sólo a España sino también a Europa y, más que a nadie, a quienes le creen. Puigdemont no es que tenga encima paja y polvo, tiene un estercolero.

El editorial de La Razón es claro a la hora de sumarse a las tesis del Gobierno de tener todo atado y más que atado a la hora de recurrir a los tribunales ante la investidura de Puigdemont:

El Gobierno considera que no es suficiente la publicación del candidato Puigdemont en el Bolentín Oficial del Parlament para pedir su suspensión cautelar ante el TC. El Gobierno no quiere cometer errores, a sabiendas de que los independentistas están buscando precisamente un fallo a su favor del Alto Tribunal o una sentencia que no cuente con la mayoría de magistrados. Si Puigdemont provoca una investidura de manera que haya que esperar a la celebración del pleno para saber si el candidato está o no presente, éste puede ser el momento para presentar el recurso al comprobar que se busca una investidura telemática.

Alfonso Ussía define de manera clara lo que ha hecho Puigdemont en su periplo danés:

Por si me distraigo y se me olvida. Puigdemont ha hecho el payaso en Dinamarca y el magistrado Llarena no ha caído en la trampa.


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