lunes, 20 de noviembre de 2017

Lo que significa el franquismo para un español que nació días después de la muerte de Franco

Una aproximación a ese régimen desde una óptica ni franquista ni antifranquista

Lo que significa el franquismo para un español que nació días después de la muerte de Franco

    
Hoy es 20 de noviembre, y como cada año, en España vuelve a ser noticia Francisco Franco, que sigue centrando discusiones tantos años después de su muerte, ocurrida tal día como hoy.
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A diferencia de muchos españoles, para los que seguramente el 20 de noviembre tenga otro significado, al acercarse esta fecha suelo pensar más en una cuna que en una tumba, pues nací unos días después de la muerte de Franco. Cuando vine al mundo ya se había iniciado el reinado de Juan Carlos I, así que pertenezco a esa parte de los españoles que sólo hemos conocido el franquismo a través del testimonio de nuestros padres, los libros de historia y los documentales de la tele. No soy franquista ni antifranquista, y no por ser equidistante, sino porque me parece absurdo definirme políticamente por una dictadura que acabó hace tanto tiempo. Aunque sé que eso es lo que ilusiona a muchos, entre mis metas en la vida no está ganar ninguna guerra pasada, ni echar de menos el haber corrido ante los grises, sino conocer la historia, tanto lo bueno como lo malo, para a ser posible que no se repitan los errores del pasado.
No todas las dictaduras son iguales, pero son dictaduras
A la hora de abordar el franquismo, parto de una premisa: no me gustan las dictaduras de ningún signo político. Creo que con todos sus inconvenientes y defectos, la democracia es el más justo de los sistemas políticos porque otorga a los gobernados la posibilidad de decidir su futuro como pueblo, garantiza un necesario pluralismo político y nos permite criticar la actuación del poder sin miedo a ser castigados por ello. Por supuesto, no considero que todas las dictaduras sean iguales. Dentro de las propias dictaduras comunistas, por ejemplo, las que padecieron en Polonia o Yugoslavia eran malas, pero las de Camboya, Albania, la China de Mao y Corea del Norte resultaron mucho peores. Dentro de un mismo país, los ciudadanos soviéticos no sufrieron tanto con Gorbachov como con Lenin o con Stalin. En comparación con otros países, durante el siglo XX en España hubo dictaduras menos severas otras del estilo en Europa, como la de Primo de Rivera y también la de Franco. Pero no por ello dejaban de ser dictaduras…
¿Se puede justificar una dictadura por el progreso social y económico?
Hoy algunos defienden la dictadura castrista alegando los altos niveles de alfabetización o la sanidad pública de Cuba, sin hacer el más mínimo ápice de crítica a esa dictadura. Ciertamente, algunas dictaduras han arruinado a países enteros (ahí están los ejemplos de Venezuela, Cuba -por mucho que digan los castristas, los cubanos viven en la miseria-, Camboya y Corea del Norte), mientras que otras han facilitado o han puesto las bases para un claro progreso económico (es lo que ha pasado en China paradójicamente con la introducción de la economía capitalista, o lo que pasó en Chile con la apuesta de Pinochet por el libre mercado). Creo que el franquismo está entre las segundas, pues es innegable que España vivió un notable despegue económico durante ese régimen. Reconocer ese hecho no impide reconocer otro hecho: que una dictadura consiga un menor o mayor progreso económico no la justifica. Occidente es la prueba más clara de que no se necesita un régimen dictatorial para conseguir un notable desarrollo económico. De hecho, la existencia de un marco democrático suele proporcionar una mayor seguridad jurídica para que ese desarrollo se produzca. Por otra parte, una economía de libre mercado suele facilitar la introducción de libertades políticas, ya que resulta incongruente tener libertad para comerciar y no tenerla para poder desplazarte por tu país o expresar tus opiniones o creencias.
Una historia de buenos y malos que no es creíble
Indudablemente, las familias de las víctimas de la represión franquista, que acabó con decenas de miles de vidas, tienen motivos sobrados para rechazar esa dictadura. Tantos motivos como las familias de las víctimas de la Segunda República hacia ese régimen, que durante la Guerra Civil actuó de facto como una dictadura comunista, perpetrando decenas de miles de asesinatos. A mí no me vale el discurso que sostienen algunos de que aquella fue una guerra entre buenos (rojos) y malos (fachas), porque tanto unos como otros eran contrarios a la democracia y cometieron crímenes horrendos. A estas alturas los españoles ya deberíamos reconocer lo obvio: ninguno de los dos bandos de la Guerra Civil pretendía instaurar una democracia. Sin ir más lejos, el PSOE abogaba por la “dictadura del proletariado”, al más puro estilo comunista, y los gobiernos de los socialistas Francisco Largo Caballero y Juan Negrín actuaron en la Guerra Civil como simples satélites de la URSS de Stalin. Si los franquistas hubiesen perdido la guerra, España se habría convertido en el primer país títere de la URSS en Europa (por aquel entonces Stalin sólo tenía un títere exterior: Mongolia).
¿Habría sido mejor una dictadura comunista en España?
Abordar la historia de la Guerra Civil -la contienda en la que dio comienzo el franquismo- es un reto que acaba por enfrentarte a una clásica pregunta: “¿Y si…?” ¿Qué habría pasado si en España se hubiese instaurado el comunismo? Indudablemente, y teniendo en cuenta la espantosa experiencia que por entonces ya había sufrido la URSS -y la que posteriormente sufrirían otros países europeos-, creo que una dictadura comunista habría sido peor para España que el franquismo. Basta con señalar el dato de que en poco más de seis años de dictadura, Lenin asesinó a diez veces más gente que Franco en casi 40 años, con métodos de tortura mucho más brutales y retorcidos que los del franquismo. Pero quienes mejor atestiguan las grandes diferencias entre el franquismo y el comunismo son quienes pudieron conocer ambos sistemas. Un caso conocido es el de Alexander Solzhenitsyn, Premio Nobel de Literatura y antiguo prisionero del Gulag (la terrible red de campos de concentración de la URSS), que visitó España en marzo de 1976. Aunque Franco ya había muerto, la estructura política de la dictadura aún se mantenía intacta (no sería desmantelada hasta abril del año siguiente). Al ver cómo se vivía en España, el escritor ruso declaró a Televisión Española:
“Sus progresistas llaman dictadura al régimen vigente en España. Hace diez días que yo viajo por España y he quedado asombrado. ¿Saben ustedes lo que es una dictadura? He aquí algunos ejemplos de lo que he visto. Los españoles son absolutamente libres para residir en cualquier parte y de trasladarse a cualquier parte de España. Nosotros, los soviéticos, no podemos hacerlo. Estamos amarrados a nuestro lugar de residencia por la propiska (registro policial). Las autoridades deciden si tengo derecho a marcharme de tal o cual población. También he podido comprobar que los españoles pueden salir libremente al extranjero. Sin duda saben ustedes que, debido a fuertes presiones ejercidas por la opinión mundial y por los Estados Unidos, se ha dejado salir de la Unión Soviética, con no pocas dificultades, a cierto número de judíos. Pero los judíos restantes y las personas de otras nacionalidades no pueden marchar al extranjero. En nuestro país estamos como encarcelados.
Paseando por Madrid y otras ciudades, he podido ver que se venden en los kioscos los principales periódicos extranjeros. ¡Me pareció increíble! Si en la Unión Soviética se vendiesen libremente periódicos extranjeros, se verían inmediatamente decenas y decenas de manos tendidas, luchando por procurárselos.
También he observado que en España uno puede utilizar libremente máquinas fotocopiadoras. Cualquier individuo puede fotocopiar cualquier documento depositando cinco pesetas en el aparato. Ningún ciudadano de la Unión Soviética podría hacer una cosa así. Cualquiera que emplee máquinas fotocopiadoras, salvo por necesidades de servicio y por orden superior, es acusado de actividades contrarrevolucionarias.
En su país —dentro de algunos límites, es cierto— se toleran las huelgas. En el nuestro, y en los sesenta años de existencia del socialismo, jamás se autorizó una sola huelga. Los que participaron en los movimientos huelguísticos de los primeros años de poder soviético fueron acribillados por ráfagas de ametralladoras, pese a que sólo reclamaban mejores condiciones de trabajo. Si nosotros gozásemos de la libertad que ustedes disfrutan aquí, nos quedaríamos boquiabiertos.
Igualmente revelador fue el testimonio del socialista polaco Leszek Kolakowski, un filósofo que intentó durante años conjugar su ideología marxista con sus creencias católicas. En 1968 se vio forzado a exiliarse de Polonia a causa de sus críticas al comunismo. Visitó España un par de veces cuando aún vivía Franco, y en 1974 publicó lo siguiente en Socialist Register:
“Te enorgulleces de no ir de vacaciones a España por razones políticas. Yo, un hombre carente de principios, he estado allí dos veces. Me sabe mal decirlo, pero aquel régimen, sin duda opresor y antidemocrático, ofrece a sus ciudadanos más libertad que cualquier país socialista (tal vez excepto Yugoeslavia). Al decirlo, no siento ningún tipo de envidia, sino vergüenza, porque aún recuerdo el dramatismo de la guerra civil española. Los españoles tienen las fronteras abiertas (no importa por qué motivo, que en este caso son los treinta millones de turistas que cada año visitan el país), y ningún régimen totalitario puede funcionar con las fronteras abiertas. Los españoles no tienen censura previa, allí la censura interviene después de la publicación del libro; en las librerías españolas pueden comprarse las obras de Marx, Trotsky, Freud, Marcuse, etc. Igual que nosotros, los españoles no tienen elecciones ni partidos políticos legales pero, a diferencia de nosotros, disfrutan de muchas organizaciones independientes del Estado y del partido gobernante. Y viven en un país soberano.
El franquismo como comodín para justificar cualquier cosa
Ya al margen de estas valoraciones, hay un par de cosas que siempre me han chocado mucho en relación al franquismo. La primera es que el régimen de Franco se ha convertido en el comodín favorito de ciertos políticos para justificar cualquier cosa, desde el odio a España hasta el rechazo a la religión católica, pasando por el rechazo a las Fuerzas Armadas e incluso a las fuerzas del orden. Todo lo que se pueda asociar, siquiera remotamente, con el franquismo ha sido objeto de una insistente campaña de descrédito en todos estos años de democracia, pero con excepciones. No he visto a políticos e intelectuales progresistas criticar la Seguridad Social -creada por la dictadura, aunque luego se intentase atribuir su autoría el PSOE de Felipe González-, o diversas regulaciones creadas entonces y que siguen vigentes (desde un rígido mercado laboral hasta la estiba, por ejemplo). De hecho, se da una paradoja: algunos políticos que se dicen antifranquistas insisten constantemente en la necesidad de que el Estado vuelva a tener el monopolio de ciertas infraestructuras y sectores económicos, que es lo que pasaba en la dictadura. Con mucha frecuencia, esa hipocresía política se ha utilizado para intentar imponernos restricciones de libertades que se diferencian poco o nada de las existentes en una dictadura, como ocurre con ciertas leyes que se disfrazan con términos como “igualdad” mientras incluyen preceptos que discriminan a los ciudadanos por su sexo, por sus creencias o por sus ideas, e incluso se incluyen preceptos abiertamente totalitarios como la inversión de carga de prueba, es decir, que se le exija a un acusado probar su inocencia.
La hipocresía de criticar a Franco y ensalzar a Castro o a Lenin
En segundo lugar, también es paradójico ver demonizando al franquismo a políticos que luego ensalzan a dictadores como Castro o Lenin, y que celebran el centenario de la Revolución Bolchevique al mismo tiempo que reclaman la desaparición de todo vestigio del franquismo. Lo que demuestran algunos es que no les molestaba el franquismo por ser una dictadura, sino porque no era una dictadura de su cuerda ideológica. Con la misma energía con la que hablan de los crímenes del franquismo, algunos incluso justifican sin rodeos los crímenes cometidos por el bando republicano alegando que los asesinados -muchos de ellos por sus ideas o sus creencias- merecían lo que les pasó por simpatizar con el bando nacional. En este sentido, cabe afirmar que la etiqueta “antifranquista” ha servido para disfrazar el carácter antidemocrático y liberticida de buena parte de nuestra izquierda, igual que con mucha frecuencia disfrazan de “antifascismo” su apoyo al totalitarismo comunista. Ése es uno de los motivos por los que la etiqueta “antifranquista” ha acabado resultando tan vacía de contenido, cuando no un signo de falsedad e hipocresía, para muchos españoles de mi generación, pero también para algunas personas que sí militaron en el antifranquismo cuando vivía Franco, y que han acabado adoptando posiciones ideológicas distantes a las que tenían entonces, y a menudo muy críticas con esos nuevos “antifranquistas a destiempo”.

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