Leopoldo es golpista, pero Alfon y Bódalo unos presos políticos. Las contradicciones de Garzón, el político más valorado de España pese a sus extravagantes filias y sus llamativas fobias.
Alberto Garzón luce al menos dos medallas, contradictorias entre sí: es el político más valorado de España, según un CIS necesitado de abandonar las cocinas de productos precongelados, y tiene plaza fija en la sala de espera del desfibrilador de tontos de Santi González en el programa de Carlos Herrera.
Garzón ayuda a saber dónde están o no los derechos humanos: en el lado contrario al que él defienda
Y no parece muy difícil determinar en cuál de las dos condiciones ha ejercido para analizar la salida de la cárcel de Leopoldo López, la figura que mejor encarna y sufre la vergonzosa tiranía de Maduro, ese sátrapa calcado al profesor Jirafales de la mítica serie 'El chavo del ocho'. Dijo Garzón, líder de una IU devorada por Podemos a cambio de un escaño en cuarta fila, que el opositor encarcelado era, sin más, "un golpista".
De este malagueño cabe esperar casi cualquier cosa: desde encabezar un festival contra la precariedad laboral tras haber logrado, casualmente, un puesto a dedo para su hermano Eduardo en el Ayuntamiento de Madrid; hasta tildar de fascista a un político venezolano condenado en una farsa de juicio en palabras del mismísimo fiscal que le juzgó.
Garzón, el hombre que sabía de todo sin haber hecho personalmente casi nada, más allá de un efímero paso por la Universidad en formato de becario, roza el rizo de los despropósitos cada vez que habla de derechos humanos, pero contribuye decisivamente a que cualquiera sepa, sin margen al error, cómo defenderlos: basta con pensar y decir justo lo contrario que Alberto, y el acierto estará garantizado.
Pues si para este líder preclaro Leopoldo -más de tres años en prisión, aún hoy en arresto domiciliario- es un golpista, no es de extrañar que Otegi, Alfon o Bódalo le parezcan legendarios presos políticos dignos de codear su nombre en el mismo panteón de resistentes que Nelson Mandela.
No hay desfibrilador que venza su resistencia, expresada definitivamente cuando hace un par de años algún tribunal lumbreras de la Europa fofa derribó la 'doctrina Parot', permitiendo con ello la salida a la calle de una tropa de etarras, violadores y pederastas que, allá fuera, no dejaron de serlo. Pero Albertón calificó aquello de "gran día" y se alegró con la misma intensidad que sus llantos al conocer la muerte de Fidel, ese emblema de las libertades.
Es Garzón, Alberto, el político más valorado de una España que, pese a todo, se sobrevive a sí misma.
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