martes, 17 de enero de 2017

Penas de prisión a los ultras de Blanquerna: se confirma el trato de favor a Rita Maestre

Descarada discriminación del sistema judicial en dos casos casi idénticos

Penas de prisión a los ultras de Blanquerna: se confirma el trato de favor a Rita Maestre

 Ayer el Tribunal Supremo  dictó sentencia endureciendo las penas impuestas a los ultraderechistas que participaron en el asalto al centro cultural Blanquerna de Madrid en septiembre de 2013.
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Como recordaréis, en febrero del año pasado catorce de los quince acusados habían sido condenados a penas de entre 6 y 8 meses de prisión, de modo que no tendrían que ir a la cárcel por carecer de antecedentes penales. Según la nota publicada ayer en el portal del CGPJ, a los acusados se les ha impuesto “la agravante de obrar por motivos de discriminación ideológica”. El argumento no deja de ser paradójico si tenemos en cuenta la absolución de Rita Maestre el mes pasado por haber asaltado una capilla católica en Madrid en 2011, un acto motivado por un claro odio ideológico y que se produjo entre consignas claramente amenazantes contra la Iglesia Católica. Lo que en un caso ha servido para endurecer una condena y enviar a unos asaltantes a prisión, en el caso de Maestre sirvió para convertir una simple multa en una absolución.
¿Esta doble vara de medir no es una ‘discriminación ideológica’?
La paradoja, insisto, es que el mismo sistema judicial que dicta agravantes de “discriminación ideológica”, a la vez emite sentencias que discriminan en función de la motivación ideológica de los acusados. Si eres un ultraderechista y asaltas un centro cultural nacionalista, entonces te cae una condena de prisión, pero si eres una concejal podemita y has asaltado una capilla católica, entonces te vas de rositas y la sentencia ni siquiera se puede recurrir. Cuando la Justicia valora de forma tan radicalmente distinta hechos que son casi idénticos, entonces lo que tenemos no es Justicia, sino otra cosa. Se lanza así el mensaje de que asaltar un centro de reunión e impedir el normal ejercicio de los derechos fundamentales de los asaltados sólo es penalizable según cuál sea la ideología del asaltante. Concretamente, si eres de ultraizquierda, entonces ni siquiera importa que grites consignas tan graves como “Vamos a quemar la Conferencia Episcopal”, que se ha coreado en diversas manifestaciones de izquierda durante años -y que se coreó en aquel asalto a una capilla católica-, sin que hasta ahora ningún juez haya dictado condena contra quienes profieren esa clarísima amenaza. Los ultras de Blanquerna no amenazaron con quemar a nadie -de ahí lo que dije antes de que estamos ante hechos casi idénticos-, pero les han juzgado como si esas amenazas que coreó Rita Maestre las hubieran entonado ellos contra los separatistas catalanes.
Hay algo peor que una izquierda sectaria: tener una Justicia parcial
Podría decir que la misma izquierda que ha defendido a un agresor como Bódalo -condenado por agredir a puñetazos a un edil del PSOE- y a un violento como “Alfon” -condenado por ir a una huelga con una mochila en la que portaba explosivos- no ha tenido reparos en defender la cárcel para los ultras que asaltaron Blanquerna, que ni agredieron a nadie a puñetazos ni portaban explosivos en su acción. No me faltaría razón al denunciar el sectarismo de quienes pretenden que a la gente se la condene en función de sus ideas, como en una dictadura, y no por los hechos que haya cometido. El gran problema, por si alguien no se ha dado cuenta todavía, es que esa concepción sectaria del Derecho ya se ha instaurado en España sin que Podemos haya ganado unas elecciones. Tampoco ha hecho falta que Podemos llegase al poder para que estén siendo constantemente laminados derechos fundamentales como la libertad de idioma, la libertad religiosa o el derecho de los padres a decidir la formación religiosa y moral que reciben sus hijos.
Cada cuatro años algunos nos amenazan con una caída al caos, pero lo que no dicen es que esa caída lleva años produciéndose en forma, eso sí, de una suave pendiente resbaladiza, por la que los españoles nos deslizamos de forma mucho más inconsciente de lo que lo haríamos si nos precipitásemos por un acantilado. Buena parte de los males que algunos nos anuncian como asociados a un chaparrón populista ya han caído sobre nosotros a modo de lluvia fina, que ha ido calando nuestras libertades en un plazo de años o incluso de décadas. El resultado ya lo tenemos aquí, y a quienes debemos agradecérselo es a los grandes partidos que han convertido nuestras leyes y nuestro sistema judicial en un motivo cada vez mayor de inseguridad y de desconfianza, al que muchos españoles nos hemos asomado -cuando así nos ha tocado- como quien se asoma a una ruleta y no a un lugar regido por sólidos principios y por una diáfana lógica. Y luego aún se extrañarán de la creciente pérdida de confianza en las instituciones democráticas…

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