La agresión al presidente Rajoy en Pontevedra ha conmocionado la campaña electoral española en sus últimas jornadas. Un adolescente de 17 años le propinó un puñetazo a bocajarro en plena calle, mientras el candidato del PP se hacía fotos con vecinos de la ciudad.
El perfil del agresor responde, por lo que se va conociendo, al de un adolescente conflictivo de una familia conocida y acomodada de Pontevedra, con una mezcla de fanatismo ideológico en la ultraizquierda, brotes psicóticos, antecedentes de gamberrismo y expulsiones de colegios, hasta recalar en uno de los centros privados más elitistas de Galicia. Anunció a sus amigos lo que iba a hacer por el WhatsApp y se jactó de haberlo hecho después de ser reducido por los escoltas del presidente, lo que convierte la agresión en un atentado contra la autoridad premeditado, y expone al agresor a una pena de hasta seis años de internamiento en un centro para menores.
El Rey Don Felipe se interesó por el estado del presidente Rajoy, que continuó con su actividad electoral, dio el mitin en La Coruña que tenía previsto dar y tuiteó a sus seguidores que se encontraba “estupendamente”. Las imágenes después de la agresión lo muestran, no obstante, con el pómulo enrojecido y sin las gafas, arrancadas por la fuerza del puñetazo.
Todos los candidatos reaccionaron condenando el ataque y teniendo detalles de solidaridad con Rajoy. Hay no obstante cierta modulación significativa en una de las respuestas, que merece observarse.
Al final de la jornada, cuando ya se sabía que no fue una “bofetada” de la que hablaban los primeros titulares periodísticos inmediatamente después de la agresión, y el vídeo del puñetazo se había extendido por Internet, el candidato de Podemos intervino en el programa de televisión El Intermedio, de La Sexta para decir, con un tono compungido, que condenaba la agresión y se solidarizaba con el presidente, pero también, para añadir un testimonio significativo. Pablo Iglesias contó que él mismo fue víctima de una agresión en sus tiempos de estudiante en la Universidad Complutense, al intentar retirar unos carteles favorables al general Augusto Pinochet durante su arresto en Londres por orden del juez Baltasar Garzón. El candidato de Podemos dijo: “Sé lo que es recibir una agresión, y por eso, empatizo con el señor Rajoy”. Este es el mensaje profiláctico que Iglesias quería que circulara en la Opinión Pública: que él, conocido por alentar la violencia de los escraches –que definió como “la fuerza del pueblo”–, y por participar personalmente en el sabotaje de una conferencia de Rosa Díez en la Universidad Complutense, en realidad ha sufrido la violencia política como el que más. La equiparación recuerda, en su esencial obscenidad, a la que el presidente Zapatero se animó a hacer cuando, en una de sus reuniones con las víctimas de ETA, les dijo que él comprendía perfectamente su dolor porque su abuelo había sido fusilado por el bando nacional durante la Guerra Civil.
La agresión al presidente Rajoy es la acción de un descerebrado sobre el que caerá –es de esperar– todo el peso de la ley. La presencia del mal entre el bien es una anomalía inevitable, con un valor poco más que estadístico. Incluso los miserables que jalearon al agresor cuando la Policía se lo llevaba, o los fanáticos que, en Twitter y otras redes sociales, mostraron toda su mala entraña al justificar y aplaudir el puñetazo, son una minoría, no un síntoma de nada. La inmensa mayoría de personas, en cualquier sociedad abierta, se comporta con probidad. La agresión al presidente Rajoy no es culpa de Pedro Sánchez (PSOE), como corrió a señalar, con apetito ventajista, la candidata del PP por Segovia, Beatriz Escudero. No hay una culpa colectiva o abstracta, no hay una “retórica del odio” ni tampoco una “violencia estructural” dirigiendo los puños de los agresores, contrariamente a lo que la izquierda sectaria pregona para justificar la violencia, cuando es de su cuerda, o para sacar ventaja de ella, cuando les interesa atribuirsela a “los otros”.
Por desgracia, las sociedades abiertas como la nuestra tienen que convivir con el riesgo de sufrir acciones de violentos y de tarados. Presidentes, diputados, obispos, líderes públicos, han recibido huevos, tartas, zapatillas y puños en la cara. Felipe González, Yolanda Barcina, Mario Dragui, Romano Prodi, Hollande, Cameron, George W. Bush, el arzobispo de Bruselas atacado por las Femen,… Ha ocurrido y seguirá ocurriendo en todas las democracias. Es el precio inevitable de la libertad. Ayuda a apreciar mejor el hecho de que el liderazgo no solo conlleva privilegios, sino también sacrificios y valentía. Por eso, quizá, la agresión al presidente Rajoy ocupa este jueves un lugar más bien discreto en la prensa internacional, muy alejado del despliegue de titulares, editoriales y lecturas en clave ventajista del periodismo local español. Mucho más útil es estudiar por qué falló la seguridad del presidente y aprender de la experiencia, para mejorar su protección. Y al agresor, todo el peso de la ley.– V. Gago
[Con información de El Mundo, Libertad Digital, ABC, El País, Pontevedra Viva, La Sexta, Actuall, blog de Esperanza Aguirre y Twitter]
No hay comentarios:
Publicar un comentario