martes, 15 de septiembre de 2015

Peligros de la gratuidad

Hermann Tertsch / ABC

Quizás un ejemplo especialmente útil para entender esta tiránica moda de la gratuidad nos lo brinde la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, su trayectoria y su triunfo. La segunda capital de España, la joya mediterránea, desde hace más de dos mil años una urbe significada en el comercio, la cultura y el avance de la civilización, obedece hoy órdenes de una mujer vulgar hasta las trancas, cuya trayectoria vital solo tiene un elemento destacable y es que siempre vivió en la plena gratuidad. Ada Colau se dedicó desde su tierna juventud a ocupar propiedades ajenas y utilizarlas como propias. Para ello, Colau y sus amigos crearon una organización y un ideario y argumentario para explicar por qué ellos se tomaban por la fuerza aquello que los demás pagan con sufrimiento. Han sido brillantes en vivir a costa de los demás. Tanto que no solo ocupaban casas ajenas. Cobraban además subvenciones de administraciones públicas para su labor de agitación. Así lograron encumbrar el desprecio a la propiedad privada a la categoría de conducta solidaria, compasiva, ejemplarizante y bondadosa. Así, sin pagar alquileres y violando las leyes una y otra vez, Colau ha llegado a alcaldesa de una ciudad otrora poderosa, soberbia y orgullosa y hoy ya, ombliguista y chata.
Gratis, todo gratis. Porque es un derecho, que todo sea gratis, se dice y machaca a los niños y a los jóvenes para que de mayores sean como Ada Colau. Es lo que pasa con el derecho a decidir. Así que les han dicho a los niños, y a los adultos que, una vez nacionalistas, obedecen a los mismos impulsos y razonamientos que los infantes, que el derecho a decidir es gratis. Que nadie puede negarle a un nacionalista el derecho a decidir, decida lo que decida. Cuando se les dice desde fuera del parque infantil que en el mundo de los adultos las cosas tienen precio y los actos sus consecuencias y costes, patalean y gritan e insultan y llaman cruel e inhumano y hasta fascista, claro, al que recuerda que muchos actos graves tienen efectos graves. Y pueden tener repercusiones muy serias en las vidas de aquellos que las desencadenan.
La cultura de la gratuidad es la de esa impunidad que permite por ejemplo al supuesto caco multimillonario Jordi Pujol viajar por el globo, mientras una tonadillera Pantoja se pudre en la cárcel por cuatro cuartos. Y tolera que Artur Mas se gaste dinero público en un proceso de sedición y golpismo continuado o que un comunista llamado Romeva pretenda que va a partir España en dos porque le apoya el 51% de no se sabe qué participación en cuatro provincias. Se ponen histéricos cuando se les recuerda el derramamiento de sangre que han provocado los últimos procesos de independencia europeos. Y no eran aquellos como España, un Estado Nación de quinientos años que gobernó gran parte del mundo y es una de las grandes naciones de cultura de la civilización humana. Partir en dos un Estado así no es una fiesta. Y quien lo pretenda debe saber que el precio sería inmenso y que a la larga nunca pacífico. Aunque una parte de España, en un instante de ofuscación, dejara ir a la otra, agresividad y expansionismo hacia otras regiones harían inevitable el conflicto entre ambas. Y habría sangre, sí. Y hay que decirlo aunque asuste. Ni es gratis tolerar el crimen y la corrupción, ni lo es abrir sin control las compuertas a la inmigración, ni es gratis pretender destruir el Estado. Se paga caro, tarde o temprano. Y lo pagan los culpables o todos. Es por ello una irresponsabilidad criminal pretender que nada sea gratis cual piso de Colau.
 
Origen: ABC

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