Hace ya mes y medio que no se sabe nada de José Ramón Julio Martínez. Concretamente, desde que la Fiscalía Anticorrupción pidió para él cuatro años y diez meses de cárcel por apropiarse, supuestamente, un total de 57.402 euros del dinero de la SGAE. A saber: 10.100 euros por "unas páginas" sobre un proyecto de televisión que nunca se desarrolló; por "la presentación de un 'power point' y un CD explicativo" de un plan de derechos de autor que tampoco tuvo ni "desarrollo" ni "utilidad" se llevó 5.800; 28.000 euros por las "líneas directrices" de otro programa de TV; y casi 7.000 por "20 páginas" de un proyecto que pretendía acercar a los autores jóvenes a la SGAE. Culpable o inocente, lo que está claro es que esto no contribuye a mejorar la imagen vapuleada, con o sin razón, que se ha gestado de él durante los últimos años.
Una dura estocada de la que el músico no ha podido reponerse todavía pero Ramoncín, como el Che Guevara, morirá de pie antes que vivir arrodillado: "No actuaré en España hasta que no pueda colgarme un cartel a la espalda en el que se lea Inocente". Así de rotundo se mostraba a través de su perfil personal de Facebook: "Me he sentido en los últimos 15 años insultado, amenazado, vejado y condenado. Me estoy enfrentando a los días más difíciles de mi vida al verme señalado, una vez más, por una ignominia que nadie alcanza a comprender".
Ahora, a la espera de un juicio en el que será defendido por la conocida abogada Teresa Bueyes, ha dejado en 'stand-by' la reedición de uno de sus discos más emblemáticos, Arañando la ciudad, un concierto para celebrar su 60 cumpleaños y hasta la publicación de un nuevo trabajo discográfico, Descalzo entre ascuas. Pero su círculo más cercano asegura que no tiene fuerzas para nada de eso. En una de sus últimas entrevistas, hace apenas unas semanas, se mostraba tranquilo: "Estaré encantado de ir y declarar. Estoy deseando hacerlo, porque esas cosas son muy desagradables. Ya no me preocupa tanto, pero hubo un momento en que sí, muchísimo. 'Tengo mis papeles, tengo todo en regla, yo no he hecho nada', me decía. Y eso descoloca un poco. Pero luego cuando ves cómo se practica la justicia, cómo puedes declarar, presentar tus datos, pedir el estudio de cosas, tienes que confiar en lo que hay. Y yo confío ciegamente en la justicia".
Hoy, convertido desde hace años en uno de los personajes más odiados de nuestro país, se lame las heridas en su domicilio madrileño rodeado de los suyos, especialmente de la que es su más fiel compañera y su mejor apoyo en los peores momentos, su hija Ainhoa Martínez, que gestiona una tienda de la marca textil 'Do Rego & Novoa' en Madrid. De su pareja poco o nada se sabe, es más, se sospecha que en estos momentos anda libre como los taxis, ya que hace más de tres años que aparece solo en todas sus apariciones públicas. Las últimas mujeres que le acompañaron, una joven periodista catalana y una exótica rubia, han hecho mutis por el foro. No sus amigos, Alaska, Loquillo, Fernández Sastrón, Maribel Sanz o Isabel Pantoja, que puede ir preparándole una 'Guía de supervivencia carcelaria'. Solo por si acaso.
Está claro que ha llovido mucho desde que aquel joven rockero ligón, de aire chuleta y bandera en mano, arrasara en el panorama musical de los años 80 con canciones como Hormigón, mujeres y alcohol, Varriobajero o Valle del Kas y que terminó reconvertido en presentador, tertuliano y anecdótico escritor acusado de hacer lo que él mismo denunciaba: "Salvo honrosísimas excepciones, el mío es un colectivo de impresentables, hipócritas, analfabetos, insolidarios y cómplices silenciosos. Gente que pone la cartera en un sitio y la boca en otro. Así que llegaba a mi casa y me decía: "Soy gilipollas. Me están dando de hostias por defender los derechos de éste y encima está trincando".
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