¡Por fin alguien lo había pensado y lo
dijo!
Acabo de leer en internet que a la entrada de algunos restaurantes europeos les decomisan a los clientes sus teléfonos móviles.
Acabo de leer en internet que a la entrada de algunos restaurantes europeos les decomisan a los clientes sus teléfonos móviles.
Según la nota, se trata de una corriente de personas que busca
recobrar el placer de comer, beber y conversar sin que los ring tones
interrumpan, ni los comensales den vueltas como gatos entre las mesas mientras
hablan a los gritos.
La noticia me produjo envidia de la buena. Personalmente, ya no recuerdo lo que es sostener una conversación , larga y profunda, bebiendo café o una copa, sin que mi interlocutor me deje con la palabra en la boca, porque suena su móvil.
En ocasiones es peor. Yo trabajo en un centro sanitario, y es frecuente que los familiares de los pacientes que estan en la sala de espera
contesten sus móviles,como si estuvieran en mitad del campo,sin respetar el silencio que en este recinto se merece.
Gracias al móvil, la conversación se está convirtiendo en un
esbozo telegráfico que no llega a ningún lado. El teléfono se ha convertido en
un verdadero intruso.
Cada vez es peor. Antes, la gente solía buscar un rincón para hablar. Ahora se ha perdido el pudor. Todo el mundo grita por su móvil, desde el lugar mismo en que se encuentra.
La batalla, por ejemplo, contra los conductores que manejan con
una mano, mientras la otra, además de sus ojos y su cerebro se concentran en
poner SMS, parece perdida. Aunque la gente piensa que puede hablar o escribir al
tiempo que se conduce.
No niego las virtudes y a veces la necesidad de la comunicación por móviles. La velocidad, el don de la ubicuidad que produce y por supuesto, la integración que ha propiciado para muchos sectores antes al margen de la telefonía. Pero me preocupa que mientras más nos comunicamos en la distancia, menos nos hablamos cuando estamos cerca.
Me impresiona la dependencia que tenemos del teléfono. Preferimos perder el DNI antes que el móvil, pues con frecuencia, funciona más que nuestra propia memoria. El móvil más que un instrumento, parece una extensión del cuerpo, y casi nadie puede resistir la sensación de abandono y soledad cuando pasan las horas y éste no suena. Por eso quizá algunos nunca lo apagan. ¡Ni en cine! He visto a más de uno contestar en voz baja para decir: “Estoy en cine, ahora te llamo”. Tampoco lo apagan en las consultas médicas. No hace mucho me encontraba en una iglesia en una boda y precisamente cuando se estaban dando el "sí quiero" sonó un teléfono con una música que se suele poner en las corridas de toros para que salga el toro al ruedo, esta música se prolongó porque la "señora" al parecer no lo encontraba entre todos los objetos que tenía en su bolso, que más bien parecía una maleta. Es algo que por más que intento, no puedo entender.
También puedo percibir la sensación de desamparo que se produce en
muchas personas cuando las azafatas dicen en el avión que está a punto de
despegar que es hora de apagar los móviles. También he sido testigo de la
inquietud que se desata cuando suena uno de los ring tones más populares y todos
en acto reflejo nos llevamos la mano al bolsillo o la cartera, buscando el
propio aparato. No conozco a nadie que tenga Blackberry y no sea adicto
a él. Alguien me decía que antes, en las mañanas y al levantarse, su primer
instinto era tomarse un café. Ahora su primer acto cotidiano es tomar su aparato
y responder al instante todos sus mensajes.
Es la tiranía de lo instantáneo, de lo simultáneo, de lo disperso,
de la sobredosis de información y de la conexión con un mundo virtual que
terminará acabando con el otro delicioso placer de conversar con el otro frente
a frente.
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