viernes, 29 de abril de 2011

El PSC declara Cataluña 'tierra prohibida' para Zapatero

No lo quieren ver por allí ni en pintura en tiempo electoral

Los amargos frutos de la aventura temeraria y sin sentido del Estatut.
Hace apenas tres años, José Luis Rodríguez Zapatero era el político mejor valorado en Cataluña. Los votos de la comunidad catalana le permitieron renovar su mandato presidencial en 2088; la quincena de escaños de ventaja que sacó allí al PP corresponde exactamente a la diferencia global obtenida en toda España.
El lío del Estatuto, que hizo crujir las costuras del modelo constitucional, le proporcionó entre los catalanes una popularidad creciente y victoriosa: por fin habían encontrado «en Madrid» un gobernante que entendía su compleja sensibilidad identitaria. Era aclamado y querido, un valor seguro de mutua confianza.
Hoy, apenas un cuatrienio después, el romance ha terminado; los socialistas han sido desalojados del poder autonómico y el presidente ha recibido el veto de sus propios compañeros para la campaña de las municipales.
Como escribe Ignacio Camacho en ABC, le han prohibido cruzar el Ebro y no quieren ver en sus mítines a nadie que represente al zapaterismo. La política no deja sitio para la compasión en horas bajas.
Por medio de ese desengaño está la sentencia con que el Tribunal Constitucional revocó parcialmente el Estatuto de marras, lógica consecuencia de su marrullera redacción calzada a martillazos en el ordenamiento jurídico, y también media el abrasivo desgaste que la crisis ha provocado al presidente entre el electorado de izquierdas.
Los nacionalistas han vuelto a gobernar la Generalitat y lo contemplan como un interlocutor poco fiable, mientras para los votantes socialistas se ha convertido en el responsable de la quiebra del Estado del Bienestar. Armó un destrozo irreparable sin contentar a nadie.
Ya no es útil para la causa del soberanismo ni para la del proteccionismo clientelar. Su apuesta catalana se ha desmoronado y todo el embrollo que organizó a cuenta de la deriva estatutaria ha desembocado en un rotundo descalabro.
Para Cataluña se quedó corto; para el resto de España se pasó de frenada. La herencia consiste en un caos social y una ruina financiera.
La apuesta por el soberanismo ha propiciado un repunte del fervor por la independencia.
Los votantes de las capas populares urbanas, el feudo tradicional del socialismo catalanista, se sienten desamparados en medio de la recesión y el desempleo.
Su partido teme una fuga masiva de votos y ve en peligro incluso la simbólica Alcaldía de Barcelona. El resumen de esa aventura temeraria, de ese proyecto deslavazado, es el de un meteórico descenso hacia ninguna parte.
Le han trazado un cordón sanitario. Repudiado por las bases y vetado por el aparato del PSC, despreciado por los nacionalistas y abandonado por sus antiguos socios radicales, Zapatero se ve ahora desterrado de la Cataluña en la que cimentó su última victoria, preterido como un apestado político.
Es la factura de su improvisación y de su incompetencia: un modelo esclarecido, flagrante, palmario, de fracaso.

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