sábado, 19 de marzo de 2011

Zapatero se ha quitado la careta de pacifista que ha exhibido durante años

La misma persona que iba de Gandhi diciendo aquello de "guerra sólo contra la pobreza y el cambio climático" manda cazas y barcos contra el dictador libio.


No puede sorprendernos el entusiasmo con que el Gobierno ha aparcado el "No a la Guerra" que tan rentable le fue en Irak y nos involucra ahora en Libia, en un marco internacional confuso, digno de una política de improvisación.
Es como si al ofrecer las bases de Rota y Morón y cazas para bombardear a Gadafi, Zapatero se sacudiera su mala conciencia. Pero el ardor guerrero que el presidente exhibe ahora con Gadafi y que reprimió con Sadam Hussein, no es nada nuevo: ya apoyó como diputado las veinte mil toneladas de bombas que la OTAN lanzó sobre la antigua Yugoslavia -en contra del criterio de la ONU- y desde que está en La Moncloa no ha dejado de aumentar el número de soldados en misiones del exterior, muchos de ellos en primera línea de Afganistán, sin que los titiriteros de la zeja, tan locuaces con Irak, hayan abierto el pico.
Claro que todo este currículum militarista no puede borrar su gran performance de la paz, esa oposición demagógica a lo de Irak, cuando la pegatina del "No a la Guerra" creó tanta fractura social. Después de los casi doscientos muertos, Zapatero fue el primer presidente europeo en rendirse a las exigencias del terrorismo, decretando una retirada vergonzosa.
Tampoco es fácil entender la irresponsabilidad de buena parte de la diplomacia europea respecto a los sucesos del Magreb. Desde que comenzaron en Túnez y se extendieran a Egipto, la posición de cada país ha dado giros radicales en razón de sus intereses, puramente económicos y energéticos, con Francia a la cabeza.
El problema es que esta falta de una política coherente causa muertes; sucede que los manifestantes de Bahréin esperan que Sarkozy también se envuelva en la tricolor para salvarles y lo mismo pasa en Yemen o incluso en Marruecos.
Infantil en las declaraciones, fría en la contabilidad de los intereses económicos, la política europea y norteamericana está alentando la inestabilidad en la zona y el sufrimiento de la población civil, siempre perjudicada en un conflicto entre regímenes corruptos y oscuros movimientos de sedición que aspiran a controlar las revueltas.
Ahora Zapatero se ha quitado la careta de pacifista que ha exhibido durante años y ha demostrado su incoherencia al meternos en un nuevo conflicto. La misma persona que iba de Gandhi diciendo aquello de "guerra sólo contra la pobreza y el cambio climático" manda cazas y barcos contra el dictador libio.
La misma persona que sacó tajada política de la intervención española en Irak (y también del atentado de Atocha, mediante el bombardeo de sms en la víspera del 14-M) y crucificó a Aznar por la famosa foto de las Azores, posa ahora en París con Sarkozy y Hillary Clinton en un remake de aquella instantánea.
La diferencia es que, en el peculiar decálogo moral de la izquierda, las guerras son justas cuando el PSOE se viste de caqui y poco menos que genocidios cuando el que se embarca es el PP. Por lo demás, la ministra Chacón encuentra con la guerra contra Gadafi una nueva oportunidad de promocionar su carrera por la sucesión.
Todo lo cual demuestra que en este nuevo fregado bélico lo de menos es el derecho o la suerte de la población civil, sino los intereses partidistas de los gobernantes en danza. Que el adalid de la Alianza de Civilizaciones diga que esta vez "Gadafi no nos engañará" es un sarcasmo, cuando el sátrapa norteafricano lleva 40 años tomándonos el pelo, como debe saber muy bien su invitado de honor en la jaima del desierto.
En fin, que después del No a la Guerra, los recortes sociales y el paro, del despilfarro y la crisis que no cesa, ahora toca guerra.


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