Griñán, Zapatero y Chaves.
Solchaga cobró 461.000 euros del escándalo Matsa.
El atraso económico que convierte Andalucía en una de las regiones más pobres de España y de Europa se debe a un régimen político nostálgico.
En Andalucía empezó todo, porque las primeras noticias de la corrupción a escala brutal fueron las del hermanísimo Juan Guerra, ese personaje de trabuco y serranía que acabó en un despacho oficial, como si fuese El Estudiante en vez de El Algarrobo.
El tinglado, al descubrirse, se llevó por delante a todo un Alfonso Guerra, flamante vicepresidente del "cambio", que así se llamó a esa transformación profunda de España que empezaba por las siglas políticas -al menos en su acepción popular- cuando el partido socialista comenzó a ser conocido como corrupsoe.
Aquel término no fue fruto de una hábil maniobra de la oposición, porque entonces casi ni existían esos gabinetes de publicidad capaces de crear líderes partiendo de iniciales, o de parir eslóganes que se distribuyen por sms. La identificación del socialismo -sobre todo el andaluz- con la corrupción, se debe a que los ciudadanos lo percibían naturalmente así, y que hasta el ministro de Economía parecía alentarlo con esa sacralización del pelotazo, al proclamar sin rubor que España era el lugar donde uno podía hacerse rico más rápidamente.
Eran otros tiempos, hoy es el país donde es más fácil empobrecerse, quedarse en paro o tener que echar el cierre si eres empresario hostelero. Claro que no para todos. El atraso económico que convierte Andalucía en una de las regiones más pobres de España y de Europa se debe a un régimen político nostálgico de aquellos maravillosos años, una clase dirigente que renuncia a bajarse del coche oficial y que sigue siendo el ejemplo perfecto del nepotismo socialista, donde se reparten prejubilaciones y peonadas entre la familia y el carné, resucitando ese afán de trabajar para la psoe.
Hoy La Gaceta desvela que Solchaga -el ministro que proclamara el régimen del pelotazo- cobró una suculenta minuta de Matsa, la empresa que recibió más de 10 millones de euros de la Junta de Andalucía. Es como si en el sur de EspaEspaña el tiempo político se hubiera detenido, como si el búnker del corrupsoe si hiciera fuerte en su magnífico latifundio, origen y cimiento de su poder.
Es el socialismo Dorian Grey, donde no pasan los años y todas las épocas son buenas para conseguir pingues beneficios. También parece detenido el reloj de la vía administrativa, porque todavía no se ha resuelto el expediente sancionador abierto contra el anterior presidente de la Junta, Manuel Chaves, por no haberse inhibido en este asunto escandaloso, en el que una empresa recibe un dineral que bate récords de subvenciones, cuando en los dos lados de la transferencia está el mismo apellido, el suyo.
Padre e hija unidos por un cheque de 10 millones de euros, el primero como donante, y la segunda como apoderada de la empresa a la que le ha tocado tan magnífica lotería. El sentido común no necesita de trámites administrativos o penales para detectar el olor mefítico del pelotazo. Sólo una generalización de las prácticas corruptas, sumada a una resignación ciudadana, explica que Chaves continúe recibiendo un sueldo público, y no cuesta nada imaginar el despliegue mediático, judicial y policial que habría desencadenado este mismo asunto, o el de Mercasevillla, si se hubiese dado en una comunidad gobernada por el Partido Popular.
Pero es que Andalucía parece sujeta a otras leyes. Allí empezó todo, alrededor de una tortilla repartida entra pocos, metáfora perfecta del régimen socialista que querían implantar, y del que muchos sentirán nostalgia cuando se acabe el reparto, si es que antes no se acaba la tortilla.
Solchaga cobró 461.000 euros del escándalo Matsa.
El atraso económico que convierte Andalucía en una de las regiones más pobres de España y de Europa se debe a un régimen político nostálgico.
En Andalucía empezó todo, porque las primeras noticias de la corrupción a escala brutal fueron las del hermanísimo Juan Guerra, ese personaje de trabuco y serranía que acabó en un despacho oficial, como si fuese El Estudiante en vez de El Algarrobo.
El tinglado, al descubrirse, se llevó por delante a todo un Alfonso Guerra, flamante vicepresidente del "cambio", que así se llamó a esa transformación profunda de España que empezaba por las siglas políticas -al menos en su acepción popular- cuando el partido socialista comenzó a ser conocido como corrupsoe.
Aquel término no fue fruto de una hábil maniobra de la oposición, porque entonces casi ni existían esos gabinetes de publicidad capaces de crear líderes partiendo de iniciales, o de parir eslóganes que se distribuyen por sms. La identificación del socialismo -sobre todo el andaluz- con la corrupción, se debe a que los ciudadanos lo percibían naturalmente así, y que hasta el ministro de Economía parecía alentarlo con esa sacralización del pelotazo, al proclamar sin rubor que España era el lugar donde uno podía hacerse rico más rápidamente.
Eran otros tiempos, hoy es el país donde es más fácil empobrecerse, quedarse en paro o tener que echar el cierre si eres empresario hostelero. Claro que no para todos. El atraso económico que convierte Andalucía en una de las regiones más pobres de España y de Europa se debe a un régimen político nostálgico de aquellos maravillosos años, una clase dirigente que renuncia a bajarse del coche oficial y que sigue siendo el ejemplo perfecto del nepotismo socialista, donde se reparten prejubilaciones y peonadas entre la familia y el carné, resucitando ese afán de trabajar para la psoe.
Hoy La Gaceta desvela que Solchaga -el ministro que proclamara el régimen del pelotazo- cobró una suculenta minuta de Matsa, la empresa que recibió más de 10 millones de euros de la Junta de Andalucía. Es como si en el sur de EspaEspaña el tiempo político se hubiera detenido, como si el búnker del corrupsoe si hiciera fuerte en su magnífico latifundio, origen y cimiento de su poder.
Es el socialismo Dorian Grey, donde no pasan los años y todas las épocas son buenas para conseguir pingues beneficios. También parece detenido el reloj de la vía administrativa, porque todavía no se ha resuelto el expediente sancionador abierto contra el anterior presidente de la Junta, Manuel Chaves, por no haberse inhibido en este asunto escandaloso, en el que una empresa recibe un dineral que bate récords de subvenciones, cuando en los dos lados de la transferencia está el mismo apellido, el suyo.
Padre e hija unidos por un cheque de 10 millones de euros, el primero como donante, y la segunda como apoderada de la empresa a la que le ha tocado tan magnífica lotería. El sentido común no necesita de trámites administrativos o penales para detectar el olor mefítico del pelotazo. Sólo una generalización de las prácticas corruptas, sumada a una resignación ciudadana, explica que Chaves continúe recibiendo un sueldo público, y no cuesta nada imaginar el despliegue mediático, judicial y policial que habría desencadenado este mismo asunto, o el de Mercasevillla, si se hubiese dado en una comunidad gobernada por el Partido Popular.
Pero es que Andalucía parece sujeta a otras leyes. Allí empezó todo, alrededor de una tortilla repartida entra pocos, metáfora perfecta del régimen socialista que querían implantar, y del que muchos sentirán nostalgia cuando se acabe el reparto, si es que antes no se acaba la tortilla.
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