(PD).- El sacerdote-espía Antonio Hortelano, a un mes su muerte, hizo unas declaraciones para el suplemento "Crónica" de El Mundo que no han pasado desapercibidas para Alfonso Ussía. «Rafael Alberti metía a los prisioneros en cabinas de teléfonos con las paredes electrificadas con alta tensión». El columnista de La Razón comenta este hecho, sabiendo bien de lo que habla. Le tocó muy de cerca.
He esperado durante todo el mes de agosto algún comentario, o reacción, o indignada sorpresa, acerca de las declaraciones al borde de la muerte del sacerdote-espía Antonio Hortelano, publicadas en la «Crónica» del «Mundo» el pasado domingo 2 de agosto. Ni mu. Le queda apenas un mes de vida, y no quiere marcharse a la otra, al Misterio, con la boca clausurada. Su mente se mantiene lúcida, intacta y rica de memorias. Tuvo contactos con El Mossad, la CIA y el KGB, entre otras organizaciones de espionaje e inteligencia. La CIA quiso contratarlo para terminar con los teólogos de la Liberación, y rechazó la oferta. Sabe que Reagan y el Papa Juan Pablo II intercambiaron informaciones, y que a ellos, fundamentalmente, se debe la caída del Muro de Berlín y la pragmática resignación de Mijail Gorbachov.
Sigue Alfonso Ussía su artículo en La Razón:
Pero todo esto son cosas de espías, y no me interesan tanto. Sí, y mucho, su terrorífica alusión al poeta Rafael Alberti y su actuación en las checas de Madrid durante la República y Guerra Civil. A un mes de la muerte no se miente. Y nadie ha valorado sus durísimas palabras. «Rafael Alberti metía a los prisioneros en cabinas de teléfonos con las paredes electrificadas con alta tensión».
Y Ussía sabe de lo que habla. Su abuelo lo vivió en carne propia.
Alberti fue uno de los grandes de la Generación del Veintisiete, si no el más grande de todos. Un poeta formidable, luminoso, siempre brillado y brillante con el prodigio de la palabra. Pero no fue una buena persona. Como Bergamín, se puso el mono miliciano y jamás pisó el frente de guerra. Eran los señoritos del Madrid Rojo. Su poder, el de Alberti, mayor que el del pobre Bergamín, que terminó sus días de batasuno en casa de Alfonso Sastre y Genoveva Forest, casi omnímodo. El hermano de Rafael Alberti, Vicente, gran amigo de Pedro Muñoz-Seca, portuense como ellos, le rogó encarecidamente que hiciera algo para sacar a don Pedro del cautiverio de la checa de San Antón y salvar su vida. No movió ni un dedo. Vicente Alberti era el íntimo amigo del hermano de Pedro Muñoz-Seca, el doctor José Muñoz-Seca, un joven y brillante pediatra con firmes convicciones republicanas. Don Pedro era monárquico y colaborador de «ABC», además de autor teatral de indiscutible éxito. Vicente Alberti se interesó en numerosas ocasiones, acuciado por su amigo el doctor Muñoz-Seca, por el dramaturgo del Puerto de Santa María encarcelado. Se interesó ante su hermano Rafael, el gran poeta dedicado en la cómoda retaguardia de Madrid a visitar checas y prisiones. Al fin, en la primera quincena del mes de diciembre de 1936, Rafael Alberti se puso en contacto con su hermano para darle noticias de Muñoz-Seca. «Lo fusilamos en noviembre». Estuvo encantador.
Y concluye la columna del diario de Planeta:
Silencio, silencio y silencio. Nadie, en todo un mes, ha comentado la acusación del moribundo Antonio Hortelano. Los de la Memoria Histórica se han convertido en jirafas, todos mudos. Hortelano ultima su libro de memorias, y le exige a su agonía el tiempo necesario para terminarlo. Ha acusado a Rafael Alberti de torturador, y no parece relevante que uno de los más grandes poetas de nuestra Literatura se comportara como un canalla estalinista. Me asombran los silencios de los cacareantes por las ignominias del ayer. Ni mu.
ARTÍCULO VÍA LA RAZÓN
He esperado durante todo el mes de agosto algún comentario, o reacción, o indignada sorpresa, acerca de las declaraciones al borde de la muerte del sacerdote-espía Antonio Hortelano, publicadas en la «Crónica» del «Mundo» el pasado domingo 2 de agosto. Ni mu. Le queda apenas un mes de vida, y no quiere marcharse a la otra, al Misterio, con la boca clausurada. Su mente se mantiene lúcida, intacta y rica de memorias. Tuvo contactos con El Mossad, la CIA y el KGB, entre otras organizaciones de espionaje e inteligencia. La CIA quiso contratarlo para terminar con los teólogos de la Liberación, y rechazó la oferta. Sabe que Reagan y el Papa Juan Pablo II intercambiaron informaciones, y que a ellos, fundamentalmente, se debe la caída del Muro de Berlín y la pragmática resignación de Mijail Gorbachov.
Sigue Alfonso Ussía su artículo en La Razón:
Pero todo esto son cosas de espías, y no me interesan tanto. Sí, y mucho, su terrorífica alusión al poeta Rafael Alberti y su actuación en las checas de Madrid durante la República y Guerra Civil. A un mes de la muerte no se miente. Y nadie ha valorado sus durísimas palabras. «Rafael Alberti metía a los prisioneros en cabinas de teléfonos con las paredes electrificadas con alta tensión».
Y Ussía sabe de lo que habla. Su abuelo lo vivió en carne propia.
Alberti fue uno de los grandes de la Generación del Veintisiete, si no el más grande de todos. Un poeta formidable, luminoso, siempre brillado y brillante con el prodigio de la palabra. Pero no fue una buena persona. Como Bergamín, se puso el mono miliciano y jamás pisó el frente de guerra. Eran los señoritos del Madrid Rojo. Su poder, el de Alberti, mayor que el del pobre Bergamín, que terminó sus días de batasuno en casa de Alfonso Sastre y Genoveva Forest, casi omnímodo. El hermano de Rafael Alberti, Vicente, gran amigo de Pedro Muñoz-Seca, portuense como ellos, le rogó encarecidamente que hiciera algo para sacar a don Pedro del cautiverio de la checa de San Antón y salvar su vida. No movió ni un dedo. Vicente Alberti era el íntimo amigo del hermano de Pedro Muñoz-Seca, el doctor José Muñoz-Seca, un joven y brillante pediatra con firmes convicciones republicanas. Don Pedro era monárquico y colaborador de «ABC», además de autor teatral de indiscutible éxito. Vicente Alberti se interesó en numerosas ocasiones, acuciado por su amigo el doctor Muñoz-Seca, por el dramaturgo del Puerto de Santa María encarcelado. Se interesó ante su hermano Rafael, el gran poeta dedicado en la cómoda retaguardia de Madrid a visitar checas y prisiones. Al fin, en la primera quincena del mes de diciembre de 1936, Rafael Alberti se puso en contacto con su hermano para darle noticias de Muñoz-Seca. «Lo fusilamos en noviembre». Estuvo encantador.
Y concluye la columna del diario de Planeta:
Silencio, silencio y silencio. Nadie, en todo un mes, ha comentado la acusación del moribundo Antonio Hortelano. Los de la Memoria Histórica se han convertido en jirafas, todos mudos. Hortelano ultima su libro de memorias, y le exige a su agonía el tiempo necesario para terminarlo. Ha acusado a Rafael Alberti de torturador, y no parece relevante que uno de los más grandes poetas de nuestra Literatura se comportara como un canalla estalinista. Me asombran los silencios de los cacareantes por las ignominias del ayer. Ni mu.
ARTÍCULO VÍA LA RAZÓN
No hay comentarios:
Publicar un comentario