Llegado el momento de la verdad, ni el PP ni Vox han perdido un solo gobierno por llevar hasta el final sus respectivas estrategias.
Al PSOE le preocupa mucho la ultraderecha, pero no lo suficiente para evitar su entrada en gobiernos con el simple gesto de permitir la investidura de cualquier candidato del PP que le haya ganado las elecciones.
Y a Vox le preocupa mucho el Gobierno socialcomunista, pero no lo suficiente, al parecer, para no prolongarlo dificultando acuerdos con el PP por su empeño en vincularlos a la caza de menas o a cambiarle el nombre a la violencia machista, que existe pese a la burda explotación del término por parte de tanta Irene y tanto Ireno Montero.
Ambas estrategias no son equiparables (una es estructural y la otra meramente coyuntural y llena de lógica partidista) como tampoco lo es comparar a Podemos o Bildu o ERC con Vox en términos de extremismos antagónicos: por mucho que se insista en esa caricatura, los tres partidos que apoyan al Gobierno practican la demolición de la Constitución; Vox la defiende y todo lo más promulga cambios desde dentro de ella y con escrupuloso respeto a los procedimientos que prevé.
Llega a producir alipori ver a políticos y periodistas golpeándose el pecho, escandalizados, por la idea reformista de Vox sobre las comunidades autónomas mientras, a la vez, se ponen vaselina para defender la ruptura unilateral, violenta y delictiva de dos de ellas con el resto de España.
En España no hay dos extremos, por mucho que a Vox le tiente a menudo librar a brochazos determinadas guerras culturales que requieren de más pedagogía y menos berridos: solo hay uno, y es el propio Gobierno, que nunca hace rehenes aunque no se saque luego de la boca engolados mensajes pacifistas.
El cinismo de la izquierda ha alcanzado en Castilla y León, y en Francia, el clímax más apoteósico: presentar el respaldo de todos los partidos a Macron para frenar a Le Pen como un ejemplo de cordón sanitario, en lugar de como un mandato al PSOE para que haga aquí lo propio con el Mañueco, Ayuso, Rajoy o Feijóo de turno si tan peligroso le parece Vox; demuestra la falta de pudor del sanchismo en su conjunto, incluso en dirigentes jóvenes como Isabel Rodríguez, ejemplo de que cualquier tiempo pasado fue mejor aunque menos guapo.
La ciudadanía tiene miedo a la ruina y al paro, a la guerra y a la inflación, a la delincuencia y a Hacienda, al virus y al hambre. La ultraderecha, como unicornio electoral, solo preocupa a partidos como el PSOE y dirigentes como Pedro Sánchez, incapaces de gestionar la realidad pero dispuestos a alimentar el miedo como única herramienta de movilización.
Para quienes se pregunten cómo el PP reacciona tan tibiamente a tan burda e infantil estrategia, la respuesta es sencilla desde el análisis electoral: hay cerca de un millón de votos del PSOE que pueden votar al PP, como antes llegó a haber 4 millones de Ciudadanos buscando partido al que votar.
Y si los populares compiten con Vox para esquivar el estigma de «derechita cobarde», todo ese magma electoral huérfano podría acabar mirando a Sánchez: ni Rajoy ni Casado ni desde luego Feijóo eran blandos. Simplemente hacían lo correcto para recuperar a la Moncloa, aunque muchos no lo entiendan.
Quizá empiecen a hacerlo al ver que, llegado el momento de la verdad, ni el PP ni Vox han perdido un solo gobierno por llevar hasta el final sus respectivas estrategias: Abascal rasca del ala dura del PP; el PP se centra en conservadores, liberales y socialdemócratas moderados. Y entre ambos, si no molesta Ciudadanos (con perdón, es cosa de la Ley D’Hont), la suma que siempre estuvo ahí saldrá redonda.
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