Es la sobria lección de las mujeres de Ucrania: existe quien lucha. Por eso el 8-M se llama, este año, Ucrania.
Ocho de marzo, hoy. También en Ucrania. En Ucrania, sobre todo. Donde las mujeres combaten, codo a codo con los hombres, a un ejército invasor probadamente genocida. Y en donde nada puede herirlas más que las confortables majaderías del pacifismo europeo.
Hace sólo cinco días, yo escuchaba la radio. Y sucedió esto. De cuya conmoción no logro reponerme. Lo he grabado. Vuelvo a escucharlo cada vez que desespero de la dignidad humana, ese bien tan precioso y tan escaso.
Dos ministras españolas, primero. Voz de Irene Montero, que rechaza el envío de armas a los resistentes ucranianos, porque «somos las mujeres quienes más sufrimos en todos los conflictos bélicos» y ningún arma impedirá eso. Voz de Belarra: «La guerra no se
frena con más guerra… El no a la guerra es el mandato que impone la decencia». Nada muy nuevo, me digo. El mismo infantilismo criminal de siempre. Pero, en ese momento, el periodista -Dieter Brandau- hace entrar a dos mujeres ucranianas. Hablan ambas un español impecable. Han escuchado a las ministras y están atónitas.
Voz de K: «Esto lo digo de parte de las mujeres de Ucrania: aquí con la paz no vamos a conseguir nada, sino luchando y protegiéndonos, y protegiendo a toda Europa con toda la fuerza de los cuerpos de nuestros hombres, que están poniendo una pared entre Rusia y Europa. Y no, sin armas no podemos resistir. Y sí, nosotras sufrimos: ninguna familia vive ahora en paz, porque los chicos en mi país están protegiendo a toda Europa. A cada uno de vosotros. Y esas armas que pedimos sirven para que no nos maten. Aquí, en Ucrania, las armas salvan vidas».
K cuenta, estoica, cómo su marido la ha conducido a ella y a sus dos hijos hasta la frontera polaca. Y cómo luego ha retornado a su país para seguir luchando. A ella, el deber de cuidar a esos niños le impide hacer lo mismo. «Nada desearía más que estar combatiendo allí».
Y una segunda ucraniana ratifica, desde Madrid, inapelable: «Nos encontramos indefensos, porque, a pesar de tener ánimos para luchar no tenemos el armamento suficiente, ni los suficientes militares… No queremos dictadura en nuestro país, porque vivimos muchos años con la dictadura y sabemos lo que es». Parece que Belarra y Montero no lo saben. Quienes lo hemos sabido no perdonamos sus puerilidades. Sí, en Ucrania, las armas en manos ucranianas salvan vidas ucranianas.
Yo no sé a qué dosis de ansiolíticos habrán de recurrir hoy, para manifestarse a favor de la emancipación de las mujeres, las ministras que niegan a las mujeres ucranianas armas para ser libres. Porque nadie es libre con las manos desnudas frente a un asesino armado. Nadie: ni mujer ni hombre.
Ésta es la sobria lección de las mujeres de Ucrania: existe quien lucha. La retórica pacifista es -hoy, como siempre- el refugio de la indignidad. Por eso el 8-M se llama, este año, Ucrania.
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