La envidia descontrolada puede producir, desde su quebranto anímico, fiebres y enfermedades físicas. El ánimo y el físico van de la mano, y cuando el desequilibrio impera, el físico se desmorona.
La envidia es una enfermedad. Todo enfermo necesita cariño, paciencia, misericordia y dedicación. Se trata de un mal con difícil remedio porque llega a afectar al organismo. Los envidiosos terminan, al cabo de los años, con problemas hepáticos. Un envidioso dedica a la envidia más de la mitad de su vida, descontando las horas de sueño. La mal llamada «envidia sana» no es envidia, sino una rama de la admiración. La envidia es insana, perforante, y metastásica. Una enfermedad devoradora. El acomplejado, el descontento con su incapacidad de escapar de la mediocridad, se convierte en un envidioso obsesivo, en un acaparador de deseos del mal ajeno. Los animales no conocen la envidia, si bien tampoco saben establecer las diferencias entre Mónica Oltra y Sharon Stone. Ese desconocimiento de la envidia carece de mérito. Luis Vives se refería a las dos peores bestias que hacen más estragos en el ser humano, la envidia y la adulación. El envidioso se daña a sí mismo, se carcome y se aflige, mientras el envidiado, en muchas ocasiones, no se da por enterado del mal que causa al envidioso. Echenique es un enfermo de envidia, y su envidiado favorito, al que admira profundamente al tiempo que deplora su triunfo en la vida, es Amancio Ortega. Amancio Ortega nació en la humildad y la pobreza. Y se dedicó a lo que más odian los comunistas y los sindicalistas: a trabajar. A trabajar veinte horas cada día y durante muchos años reservando cuatro para la recuperación y el descanso. Tanto trabajo, sumado a la inteligencia, da siempre resultados. En el caso de Amancio Ortega, resultados asombrosos. Echenique no tiene una vida deslumbrante y le dedica a la envidia muchas horas de cada jornada, para no aburrirse. El comunismo nada tiene que ver con un pensamiento o un movimiento social. Es la explosión ilustrada de la envidia más elemental y miserable. La envidia al individualismo que sobrevuela la vulgaridad del colectivo. Se disfraza en frases sin sentido y en un clamor de idiotas, en el caso específico de Podemos. Los comunistas inteligentes, que también los ha habido, terminan siendo millonarios. Pasan de ser envidiosos a envidiados. Pero sin saña.
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