Málaga, 1966. Columnista en El País y Joly; antes El Mundo y Vocento; comentarista en Cadena SER y otros medios; director de Mesa de Análisis en Canal Sur. Profesor Titular de Comunicación (UMA). Libros: El artículo de opinión, El periodismo débil...
Qué le sucede a esa izquierda que denuncia que los pobres no pueden salir de pobres, excluidos del ascensor social porque todo está diseñado para frustrar sus esperanzas… pero si un hombre humilde prospera, rompe los techos de cristal, hace crecer un negocio creando trabajo y riqueza, como Amancio Ortega, lo que aflora es un rencor implacable contra él exhibiendo una plutofobia indisimulable.
Es difícil que no te vengan a la memoria aquellos versos elegíacos de Cernuda a García Lorca sobre la «hiel sempiterna del español terrible,/ Que acecha lo cimero / Con su piedra en la mano».
A Amancio Ortega no se le perdona su éxito, porque hay algo en el español –quizá no sólo en el español, pero sí de modo singular en éste– que le emponzoña las tripas de forma atrabiliaria («hiel sempiterna del español terrible») contra quien triunfa («lo cimero») y acude a su lapidación («con la piedra en la mano»). Ya advertía Camba que la envidia española no se define por desear el coche del otro, sino por desear que el otro se quede sin coche. A Amancio Ortega no se le perdona que sea un triunfador planetario con una riqueza formidable. Lo que se desea no es más amancios, sino ningún amancio.
Incluso en su rol de filántropo, cuando dona aparatos contra el cáncer por cientos de millones a la sanidad pública o cuando se apresuró a poner su red logística al servicio de su país al declararse la pandemia, siempre aparecen los de la piedra en la mano. Ahora, elegida su tercera hija como presidenta no ejecutiva, de nuevo el Tribunal Popular de Twitter ha dictado sentencia contra él. Aunque numerosos expertos han analizado una gestión y transición de profesionalidad excepcional, con un CEO durante dieciséis años entre el padre y la última de su descendencia, los savonarolas del podemismo ya han sacado la hiel y la piedra. ¿Qué sabrán en Harvard, donde dedican seminarios a Amancio Ortega y al fenómeno Zara, si los tuiteros ya han dictado sentencia?
Algunos, sobre todo en la extrema izquierda, no pueden evitar que Amancio Ortega saque todos sus demonios como la Navidad a Mr. Scrooge. Es particularmente desolador que antes que equipos contra el cáncer procedentes de ese hombre rico, prefieran el cáncer. El español terrible.
Después está, claro, el sectarismo. Lo de Ortega no se le aplica a Roures, porque sirve a la causa. Pero ante esas contradicciones de 1º de Demagogia no vale la pena perder el tiempo.
Va de suyo, eso sí, que en lo de Marta Ortega hay buenas dosis de machismo. No se ha visto con otros herederos varones, pero al parecer Marta Ortega o Patricia Botín han de ser humilladas en la picota de la plaza pública. Con seguridad a Juan Villar Mir o a Jonathan Andic no les espera eso mismo; pero seguramente sí a las hijas de Juan Roig. La perspectiva de género se relega a la perspectiva de clase, pero la perspectiva de clase no excluye el machismo.
Por demás, es fatigosamente absurdo caer en él ¿y tú más? sobre las ministras de Podemos señaladas por haber prosperado al formar parte del círculo íntimo del macho alfa de la tribu. Siempre hay que juzgar por lo que uno hace, no prejuzgar por quién es. A una heredera como a una ministra.
Lo de Amancio Ortega, en fin, resulta delirante. Haciendo campaña para IU, Pablo Iglesias tuiteó: «25% de paro y Amancio Ortega tercero en el ranking mundial de ricos. Democracia ¿Dónde? Terrorista ¿Quién?». Es el mismo Iglesias que llamaba hombre de paz a Otegi, a quien después lograría llevar a la nueva mayoría del bloque en el poder. No hay más preguntas, señoría… No hay modo de sintetizar con más crudeza la irracionalidad de ese instinto primario.
Sí, esta es la pregunta: ¿por qué odian a Amancio Ortega?
La condena de su éxito, e incluso las reacciones hostiles a su labor filantrópica con el desprecio emponzoñado de tantos y tantos echeniques, retratan la plutofobia nacional. No admiran el talento, no celebran la creación de riqueza y trabajo, claro está; pero además odian que les estropee su discurso.
Y sí, vienen a la memoria aquellos versos de Cernuda: «hiel sempiterna del español terrible,/ Que acecha lo cimero / Con su piedra en la mano».
Siempre dispuestos a tirar la primera piedra.
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