Nunca he pronunciado las palabras que ahora tanto se dicen sin que muchos sepan siquiera qué significan.
Me acuso, padre, de lo políticamente correcto, de que nunca he pronunciado las palabras que ahora tanto se dicen sin que muchos sepan siquiera qué significan. Pero que, como están de moda, hay que pronunciarlas para quedar bien. Hay una nueva jerigonza que ha superado incluso al Tertulianés y al Politiqués. Palabras que cree la gente que por decirlas eres más progresista. Un ejemplo: «La resiliencia que significa el empoderamiento, como no podía ser de otra manera, supone una atención a la población vulnerable de un modo transversal». ¿Se pueden decir más tonterías en menos palabras? Pues se dicen. Y quienes lo hacen están orgullosos de cómo manejan ese neolenguaje que no sé de dónde ha salido, como no seade la imbecilidad del género humano.Estoy dispuesto a pagar lo que sea, e incluso a hablar en Tertulianés, si alguien me demuestra que me ha escuchado pronunciar la palabrita de marras: «resiliencia». Que hasta he tenido que ir al diccionario para saber qué significa: «Capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos». ¿Cómo se dice esto en español de siempre? Pues se dice, por ejemplo, vecinos de la isla de La Palma frente al volcán, el que a todas horas nos ponen en la televisión, que la colada es ya como de la familia, en un continuo miércoles de ceniza. Antes de que se pusiera de moda esa palabreja, esto era «capacidad de superación ante la adversidad». Aguante y salir adelante. Lo que los españoles tuvieron en circunstancias tan adversas, desde el histórico «año del hambre» de la postguerra a la superación de las crisis económicas.
¿Y el «empoderamiento»? ¿Dónde me dejan el «empoderamiento»? Tampoco lo he pronunciado nunca, palabrita del Niño Jesús. Y también he de recurrir al Diccionario para saber qué quieren decir: «Acción y efecto de empoderar (II hacer poderoso a un desfavorecido)». A mí «empoderamiento» (será la deformación de la afición) me suena a Tauromaquia. Me suena a una forma quizá nueva de los que se llaman «productores» taurinos en vez de empresarios como toda la vida. Para mí no hay más empoderamiento que el de los apoderados taurinos, la figura que dicen que inventó Camará con Manolete. El empoderado me parece una nueva versión del apoderado, sin los signos externos antiguos de su oficio, como un pedazo de puro habano, una gran tumbaga, un reloj de oro, un buen traje a medida de sastre y una chequera en el bolsillo... para no pagar a nadie. No conozco a otro empoderado que ese. El que hacía que a los toreros, por las escrituras de exclusividad de representación que otorgaban, se les llamara con una palabra preciosa, ya desaparecida: «Poderdante», el que daba poderes ante notario. Los empoderados ahora no tienen empoderdantes, qué pena. Será cosa de la transversalidad. Porque cuanto acabo de decir lo he manifestado, «como no puede ser de otra manera», de un modo transversal. Y a favor de lo vulnerable. Que son nuestros oídos, de cómo rechinan con estas palabras espantosas.
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