martes, 19 de octubre de 2021

EL FALSO PERDÓN DE UN TERRORISTA

 

Ayer fue uno de esos días en los que la democracia española se maltrata y desprecia a sí misma, y en los que se avergüenza de ser un sistema engrandecido por su propia historia para terminar sometiéndose a la dictadura inmoral de un terrorista.

Para conmemorar los diez años desde que ETA se disolvió, Arnaldo Otegi leyó un comunicado en el que dijo «sentir el dolor de las víctimas», que «nunca debió haberse producido». Como declaración de intenciones casi mil muertos después, casi seis mil heridos después, y casi cincuenta años después, no deja de tener una carga inasumible de hiriente hipocresía.

El dolor de las víctimas solo puede sentirse si se ha sido una de ellas. Si se empatiza con ellas, si se les acompaña, si se les protege, y si se les ayuda. Si se les quiere. Ni Otegi ni nadie de Bildu, de Sortu y de todo ese sucio mundo batasuno se han arrepentido jamás de nada.

En sus palabras de ayer no hay arrepentimiento, no hay una petición expresa de perdón, no hay colaboración con la justicia, no hay un compromiso de ayudar a ninguna víctima, no hay resarcimiento de ninguna clase, y no hay promesa alguna de poner un solo euro de los muchos que recibe Bildu en subvenciones públicas para indemnizar a las familias de los asesinados. No hay nada más que una trampa dialéctica que la izquierda política ha vuelto a consumir. Y ya nisiquiera de manera claudicante, sino cómplice.

Ayer fue el día en que el PSOE y Podemos, los dos socios de gobierno, dictaron su sentencia definitiva para nuestra historia reciente, según la cual ETA solo debe quedar como un mal recuerdo porque basta y sobra con que un terrorista diga que «siente» el dolor de las víctimas.

Y a partir de ahí, el pasado, pasado está. El golpe asestado a la decencia de nuestra democracia solo es equiparable al que otro socialista, José Luis Rodríguez Zapatero, dio a la ética colectiva cuando bautizó a Otegi como «hombre de paz». El PSOE usará todos los eufemismos que quiera para pintar de rosa su venenoso concepto de la convivencia y la concordia.

O para repetir, sin reparar en la gravedad de la expresión, que España tiene que «pasar página» con ETA. O sea, olvidar sus disparos, sus bombas, sus secuestros, sus ataúdes y el silencio cobarde de un nacionalismo enfermo de odio durante décadas. Pero por más páginas que pasemos, ETA fue una banda de asesinos, y Otegi uno de sus exponentes.

Si un solo socialista es capaz de olvidar a sus compañeros de partido asesinados participando, a plena luz del día, de esta estrategia de blanqueo de una organización criminal, y si vuelve a hablar de ‘memoria histórica’ o de ‘memoria democrática’ como asignaturas pendientes de los españoles, difícilmente podrá incurrir ya en más bajeza.

Ensalzar a Otegi, como hizo ayer la izquierda, solo demuestra que desde el Gobierno ya nadie va a luchar contra la prostitución de nuestra memoria real y de un dolor colectivo que jamás ha desaparecido. Nadie luchará contra la malversación de nuestro patrimonio moral y contra esta humillante equiparación entre víctimas y asesinos. La propia frase de Patxi López delató ayer al PSOE: «Los que sabemos de estas cosas…», dijo. Como si solo los socialistas, y nadie más, supiesen qué fue ETA.

Otegi no lamenta nada. Solo se resitúa para convertirse en un socio preferente de Pedro Sánchez, y para debilitar al PNV, que es con quien compite en las elecciones en el País Vasco. Si algo quiere Otegi es ser lendakari y aparentar, ante una opinión pública cada vez más acrítica y manipulable, que pide un perdón que jamás ha pedido.

Y que sigue sin pedir, por más que este PSOE cómplice e irreconocible lo siga adulando como a un líder político, en vez de tratarle como a un terrorista.

ABC

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