Cuando por resentimiento sectario la diputada de Más Madrid ataca a un artista, está abriendo una causa general contra la libertad.
Lo que ha dicho Mónica García de Nacho Cano, acusándolo de recibir un trato de favor de la presidenta Ayuso por ser amigos, revela no sólo la ignorancia sino la maldad de la izquierda. El artista, ciñéndose estrictamente a la Ley, ha pagado de antemano un millón de euros -y pagará un total de dos- por el uso durante cuatro años de un espacio específicamente destinado a actividades culturales. Creará 165 puestos directos de trabajo y 500 indirectos. En él presentará el musical ‘Malinche’. Y aunque yo siempre he defendido que una sociedad culta y civilizada ha de hacer con el talento todas las excepciones que sean necesarias, no es el caso de la Comunidad con Nacho Cano.
Cuando por resentimiento sectario la diputada de Más Madrid ataca a un artista y le acusa sin pruebas de haber hecho trampas, está abriendo una causa general contra la libertad. Es exactamente de esta clase de políticos de los que la democracia y la cultura han de guardarse, porque bajo una apariencia moderna esconden el regreso de la más casposa censura.
Para que la señora García haya caído en la bajeza de sus declaraciones, tiene que haberle pasado inadvertida la genialidad de Nacho Cano, circunstancia que en cualquier país serio sería motivo de definitivo descrédito. Puede no gustarte Nacho Cano pero desdeñar su inmenso tesoro artístico por su afinidad con la presidenta sería que yo despreciara el arte purísimo de Pablo Milanés o de Silvio Rodríguez por ser colaboracionistas de una repugnante dictadura.
Haciendo un uso frívolo y decepcionante de nuestra libertad y nuestra democracia hemos permitido que personas como esta diputada tuvieran responsabilidades de gobierno: Pablo Iglesias llegó a vicepresidente y Ada Colau es la alcaldesa de Barcelona, y aunque tiene razón Jabois cuando dice que a Manuela Carmena no se la puede meter exactamente en el mismo saco, elevarla a alcaldesa tampoco fue la mejor decisión que han tomado los madrileños. Tendríamos que cuidar un poco más de nuestra libertad, porque es lo único que esencialmente poseemos. Tendríamos que tener menos prejuicios contra quien intenta abrir la economía y el mercado, y más prevenciones contra quien pretende secuestrar nuestras vidas a golpe de tributo y distribuirnos en listas de buenos y malos en función de nuestra adscripción política.
Mónica García y su iletrada maldad no son un peligro abstracto y pese a la abrumadora mayoría de madrileños que votó en mayo a la presidenta Ayuso, la izquierda pone balas hasta en los sobres para obtener de cualquier modo lo que quiere. Por supuesto que se trata de Nacho Cano, del artista y de su obra. Pero también, y sobre todo, de la cultura entendida como una forma de libertad y la libertad como nuestro modo de vida. Si la presidenta Ayuso ganó con el voto de artistas, taxistas, camareros y Vallecas no fue porque experimentaran una súbita conversión a la derecha sino porque entendieron lo frágil que es la llama que nos alumbra frente a la siniestra maquinaria de los que quieren dejarnos a oscuras.
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