sábado, 12 de junio de 2021

El motivo de la antológica frialdad de Biden con el presidente Sánchez

 David Alandete

Nada de lo que hace Joe Biden es casual o aleatorio. Por primera vez en medio siglo, los estadounidenses han elegido como presidente a un verdadero conocedor no sólo de los usos y costumbres de Washington, sino también de la diplomacia. Los pocos miramientos que Biden tiene con el actual Gobierno español tienen en parte su raíz en una visita que hizo en 2010 a Madrid y un desplante del entonces presidente, el socialista José Luis Rodríguez Zapatero, al que Washington considera un aliado de Pedro Sánchez.

Según varias conversaciones recientes de funcionarios en Washington, estos ven a Zapatero como una influencia decisiva en la postura apaciguadora internacional hacia las dictaduras venezolana y cubana. Según publicó ABC, Zapatero se

 ha presentado como alguien capaz de influir sobre los demócratas para retirar sanciones.

A diferencia de Donald Trump y predecesores suyos como George Bush o Ronald Reagan, el actual inquilino de la Casa Blanca fue senador 36 años, la mayoría de ellos como miembro de la comisión de Exteriores de la Cámara Alta, y vicepresidente ocho años.

Biden no ha hablado con el presidente del Gobierno español desde que asumió el cargo. El Gobierno estadounidense parece haber relegado a Sánchez a un puesto segundón en la cumbre del clima celebrada jueves y viernes, un asunto que ha sido la gran apuesta internacional del actual ejecutivo en Washington. Y la diplomacia norteamericana incluyó hace poco duras críticas a los ataques de Sánchez y su Gobierno de coalición contra los medios de comunicación, colocando varios incidentes bajo la rúbrica de «violencia y acoso», un apartado al que muy pocos mandatarios democráticos les gustaría estar.

En 2010, Joe Biden, aterrizó en la base aérea de Torrejón de Ardoz con una serie de visitas y reuniones protocolares en la agenda pero, ante la extrañeza en La Moncloa de entonces, sólo pidió un cambio: quería hacer una visita a los soldados de la Brigada Paracaidista del Ejército de Tierra, que se preparaban para una misión en la provincia de Baghdis en Afganistán, cuya seguridad, junto con la de Herat, correspondía a las fuerzas armadas españolas.

A Zapatero y a la entonces ministra de Defensa, Carme Chacón, no les quedaba más remedio que acompañar a Biden a una visita que acabó en arenga y homenaje a unos soldados que iban a luchar junto con los uniformados estadounidenses, que llevaban la voz cantante en la guerra de Afganistán. Zapatero por aquel entonces eludía cualquier compromiso que tocara, aunque fuera mínimamente, al ejército, y su ausencia en algunos funerales de soldados españoles caídos en la guerra contra el Talibán había generado una notable polémica. De hecho, llevaba aproximadamente seis años sin pisar una base española.

Ante la insistencia de Biden, el Gobierno español se vio obligado a improvisar una revista de tropas en la base de Paracuellos del Jarama. Ambos mandatarios pasarían revista a cuatro compañías -400 soldados- de la Bandera Roger de Lauria de la Brigada Paracaidista que en cuestión se semanas iban a tomar el relevo de los legionarios de la Bandera Millán Astray. Para Zapatero, ausentarse era imposible, más cuando entonces venía meses pidiendo un encuentro con Barack Obama, que llevaba dos años en el cargo y ya tenía hasta Premio Nobel de la Paz. Tenía además puentes que tender con la Casa Blanca, pues aún pesaba el recuerdo de cuando en 2003, como líder de la oposición, se negó a levantarse en el desfile de las Fuerzas Armadas cuando pasaron tropas estadounidenses con la bandera de barras y estrellas de su país.

En mundos aparte

De hecho, Biden recordó en su discurso que empatizaba con los uniformados y sus familiares, porque era «padre de un hijo soldado que acaba de regresar de Irak». Uno de los hijos de Biden, Beau, sirvió en Irak entre 2008 y 2009 y falleció de cáncer en 2015. Biden, que entonces era senador, votó a favor de la guerra en Irak que defendió, planificó y ejecutó el Gobierno republicano de George W. Bush.

La apresurada salida de Irak, dictada por Zapatero en abril de 2004, dejó la impresión aquí en Washington de que Zapatero y su Gobierno no eran de fiar, según fuentes diplomáticas españolas. Y esos recelos se mantuvieron tanto con administraciones republicanas como demócratas. De Afganistán no salió Zapatero, ya que España estaba bajo el paraguas de la OTAN y aquella misión, que ya contaba casi una década, estaba estrechamente ligada a la respuesta a la carnicería islámica contra Washington y Nueva York del 11-S.

Biden hizo en general un discurso apasionado, el de alguien que votó también a favor de la guerra de Afganistán y, como sucede en Washington, no conoce diferencias con republicanos u otros demócratas con respecto a asuntos castrenses. El vicepresidente norteamericano proclamó que quiso verse con los uniformados españoles, verdaderos «luchadores», para «rendirles homenaje». Y añadió: «Cuando los soldados americanos pueden elegir a aquellos junto con los que combaten, siempre eligen a las mejores unidades de elite, tan valientes como estas que tengo delante». «Recuerden», acabó, «ustedes luchan por la libertad».

Según informaron los medios españoles, incluido ABC, en su día, Zapatero se mantuvo en su línea general: pacifismo, colaboración y solidaridad. «Vosotros encarnáis la solidaridad española», dijo a las tropas, a las que les encomendó la misión de «aumentar los niveles de educación» y fomentar la creación de «puestos de trabajo». Junto al presidente del Gobierno estaban el entonces Jemad, José Julio Rodríguez (hoy en Podemos) y los jefes de Estado Mayor y altos mandos de los tres Ejércitos.

Lo realmente interesante, confirmado por presentes en aquel acto en Paracuellos, es que Biden, al parecer encantado de estar con los soldados de élite españoles, se quedó más de lo previsto y en un gesto de descortesía diplomática, Zapatero y la ministra Chacón se marcharon, dejando en la base militar al presidente de EE.UU. que hoy ocupa el Despacho Oval.

Al actual inquilino de la Moncloa no le beneficia que se le considere a él y a su socio de coalición, el partido Podemos, como cercanos a Zapatero. No es un secreto que a la diplomacia de EE.UU. -ajena a partidismos- le irrita especialmente la actitud de Zapatero y de Sánchez con respecto a Venezuela, y su poco disimulado retorno a los contactos con la dictadura de Maduro, ninguneando al gobierno transicional de Juan Guaidó. Aquello provocó unas relaciones gélidas de Madrid con el equipo de Donald Trump, que optó por comunicarse directamente con el Rey, como jefe de Estado que es. El problema para Sánchez es que esas relaciones no han mejorado en absoluto con Biden en el poder.

Este diario ha solicitado en numerosas ocasiones a la Casa Blanca que explique si tiene intención de facilitar una bilateral telefónica, para que Biden y Sánchez hablen de los muchos temas pendientes que tienen ambas naciones, que son socios históricos, como por ejemplo el convenio para mantener las bases de uso compartido en Rota y Morón, la lucha contra el yihadismo, el comercio y el embargo a Cuba. La respuesta de esta nueva presidencia estadounidense ha sido el silencio: «no tenemos nada que anunciar». Sí ha confirmado una fuente a ABC que España ha hecho el ofrecimiento de facilitar la reunión.

Grupo de Puebla

La diplomacia estadounidense también está al tanto de las gestiones de Zapatero y varios miembros del Gobierno español dentro del llamado Grupo de Puebla, un foro globalista y alternativo que apoya la extensión de la izquierda por Iberoamérica, lo que a fin de cuentas significa defender, como sucede en sus reuniones, al castrismo y al chavismo. Zapatero tuvo parte a finales del año pasado en varias reuniones con periodistas y políticos a los que dijo que su supuesta sintonía con Biden le facilitaría conseguir un levantamiento de las sanciones de EE.UU. contra el régimen de Nicolás Maduro. Esas sanciones, de momento, siguen en pie.

En entrevistas y discursos, Zapatero ha definido a Biden como un político de «centroizquierda», con sintonía con «el mundo sindical», aunque a todas luces el actual presidente de EE.UU. es un centrista en su partido y en primarias las bases demócratas recelaban de su tradicional buena sintonía con los republicanos. La primera reunión que montó en la Casa Blanca con legisladores del Capitolio fue de hecho con los conservadores.

En realidad es cierto que, tras la época de Felipe González, que tejió una sólida alianza con Washington, sólo los ejecutivos populares han tenido buena sintonía con sus homólogos estadounidenses. Conocida es la amistad de José María Aznar con Bush, y su polémica entrada en la guerra de Irak, que en parte benefició a Zapatero en las urnas, según encuestas de la época. En años recientes, el encuentro de mayor perfil fue la visita de Mariano Rajoy en 2017 a la Casa Blanca, donde Trump le colocó la alfombra roja, dio una rueda de prensa con él ante el Despacho Oval y hasta defendió la unidad de España ante el pulso independentista catalán.

ABC

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