Enrique IV pasó de ser un humilde rey de la Navarra francesa a convertirse en el monarca de todos los franceses. Pero para ello hubo de abjurar del protestantismo y abrazar la fe católica. No se lo pensó ni medio segundo. Suya es una de las frases más célebres de todos los tiempos: «París bien vale una misa». El epítome universal del pragmatismo. Sántxez no será Enrique IV ni en setenta reencarnaciones porque para eso debería ser más culto y, sobre todo, mejor gobernante. A lo que sí gana al hugonote y a todo dios es a desahogo. Lo del indultazo a los golpistas catalanes lo adelantamos hace tiempo pero nunca pensamos que la justificación y la plasmación fuera tan obscena. Lo del presidente parafraseando al delincuente Junqueras, que en el juicio en el Supremo declaró que la condena representaba «una venganza», es vomitivo. Significa tanto como poner en tela de juicio todo el ordenamiento, desde el Código Penal hasta el Civil, pasando por el Mercantil, el Administrativo, la Constitución o cualquier norma de rango menor. Por esa regla de tres es una vendetta meter cadena perpetua al malnacido que asesinó a sus dos hijos con una motosierra, enviar 12 años a la cárcel a un pederasta y encerrar 54 a uno de los islamistas que participaron en el asesinato de 16 ciudadanos en La Rambla. Lo mismo cabría colegir de la ejemplar condena de 30 años decretada en 1982 a los ejecutores, que no cerebros, del 23-F: Milans y Tejero. Lo de Armada, el militar más próximo a Juan Carlos I, quedó en una broma: seis años. El a la sazón presidente, Calvo-Sotelo, expresó su pesar por «la benevolencia» de la sentencia, recurrió y en 1983 el Supremo igualó a los tres. Les impuso tres décadas de reclusión, entre el doble y el triple de la sanción recaída sobre los tejeritos catalanes. O más porque ahí no hubo malversación. Contrasta la lógica dureza de aquella sentencia por rebelión con la impuesta por sedición a gentuza que hizo lo mismo: perpetrar un «putsch» para acabar con el orden constitucional. Por cierto: ni en uno ni en otro caso hubo víctimas mortales. La decencia del superlativo Calvo-Sotelo es inversamente proporcional a la de un Sántxez que no sólo se cisca en el Supremo, en el Estado de Derecho y en la separación de poderes, sino que, además, nos toma por gilipollas.
Su indulto por conveniencia, «autoindulto» en brillante acepción de Marchena, constituye un acto de prevaricación como la copa de un pino. Otorgar una medida de gracia para beneficiarte tú está expresamente prohibido en el artículo 102 de la Constitución. La gravedad de la decisión que va a tomar el peor presidente de la historia es tanto mayor cuanto supone un golpe de Estado sobre el golpe de Estado. Por el Falcon, el Airbus 310, el SúperPuma, el Palacio de La Moncloa, Quintos de Mora y Doñana no puedes cargarte la democracia. En el pecado llevará la penitencia. Tamaña traición no le saldrá gratis electoralmente y espero que tampoco legalmente. A la Sala de lo Contencioso y a su presidente, César Tolosa, nos encomendamos. De su resolución depende que España continúe siendo una democracia de calidad o degenere en «banana republic». No es ninguna broma.
Eduardo Inda
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