viernes, 2 de abril de 2021

Susana Díaz, Pasión y Muerte política. O no

 La responsabilizarán de no haber querido la presidencia del Senado

Carlos Herrera

Los augurios políticos que hacen referencia al futuro político de Susana Díaz se corresponden mucho con el día de hoy, Viernes Santo. Sánchez, de cuya falta de piedad podrían escribirse enciclopedias, ha dictado su martirio: la actual secretaria general de los socialistas andaluces no debe sobrevivir a la ofensiva política que sin disimulos se ha desatado sobre ella. Los signos inequívocos que ha mostrado el sanchismo no dejan lugar a dudas, pero aún así es legítimo que algunos se pregunten si Díaz tiene margen para sobrevivir o salir triunfante ante un ataque nada disimulado.

El PSOE andaluz debe decidir quién será su responsable y, por lo tanto, su candidato a enfrentarse a Juanma Moreno en una próxima cita electoral. Susana quiere serlo, pero la oficialidad no. Quien tiene la palabra es la militancia. Quienes manejan ahora el socialismo andaluz -íntimamente ligados al socialismo reinante- han decidido confiar ese trabajo a Juan Espadas, alcalde de Sevilla. Espadas no solo no le hace ascos: está encantado de cambiar el traje de alcalde por el de secretario general y candidato a la Junta. Es un candidato sin aristas: su gestión en Sevilla no ha aportado grandes cambios, pero ‘institucionalmente’ ha desempeñado una labor muy aseada, sin pisar charcos ni ganarse enemistades grupales, cosa que en Sevilla tiene su mérito.

Su lugar lo ocupará Juan Carlos Cabrera, hombre bien considerado en la ciudad y que goza de buena relación con todo tipo de sectores. Pero ¿y Susana?. El anterior látigo de Pedro Sánchez, de quien decía lindezas en público y en privado -muchas de ellas con particular acierto, tal como se ha visto-, se desdijo en varias ocasiones afirmando de forma algo sorprendente que quien tenía razón era Sánchez y no ella. Hasta dio por bueno el acuerdo con Bildu y la chatarra de ERC, cosa impensable en una dirigente que aspiró a ser líder de la izquierda nacional con el discurso de todos conocido. Cualquiera que conozca al ocupante de La Moncloa sabe que ese arranque de arrepentimiento no va a servirle de mucho y que el ofícialismo socialista ha venido dando muchas muestras de su condena. Ahora, Díaz tiene que organizar un discurso cara a sus primarias: si prosigue en el peloteo a su declarado enemigo, Sánchez, pocos la van a creer, pero si de repente cambia y vuelve a la postura anterior, en la que muchos creen que debería haber continuado, muchos le reprocharán haber cambiado de nuevo de estrategia. Antes no, luego sí y ahora otra vez no. No resulta eficaz. Susana podría haber conservado su discurso y fallecer con honor, pero ahora, salvo sorpresas, fallecerá mientras mastica palabras de lisonja a su íntimo enemigo. Los que lleguen, si ganan, la desplazarán detrás de la columna correspondiente y cuando acabe la legislatura le darán las gracias y dos palmaditas en la espalda. Si no dos puñaladas. Y la responsabilizarán de no haber querido la presidencia del Senado o, incluso, un ministerio. Susana apostó, pero lo hizo de forma extraña. Tiene buen talento político, pero no lo puso al servicio de la apuesta correcta.


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