Si alguien carece de autoridad moral para denunciar amenazas es quien expresa su admiración a ETA y justifica las pedradas.
Pablo Iglesias, el ‘querido" a quien apela Gabilondo en un desesperado intento de evitar el batacazo que le auguran todas las encuestas, dejó de dar el pego como representante de los desheredados en el mismo momento en que abandonó su piso y su barrio de siempre para trasladarse a un chalé con piscina y jardín individuales en un pueblo de la sierra noroeste donde, según él mismo decía antes de auparse al poder, residían los ‘pijos’ que no pisan la calle. El autoproclamado azote de la casta se hizo con una Vicepresidencia y colocó a su señora en un ministerio creado ‘ad hoc’ para ella, de modo que entre los dos juntaban sendos coches oficiales con sus correspondientes conductores, una niñera a cargo del Estado, escoltas fijos en su domicilio así como en sus desplazamientos y unos quince mil euros limpios a fin de mes, tirando por lo bajo, suficientes para acumular en algo más de dos años un patrimonio que sobrepasa el millón de euros y triplica el del propio Sánchez. ¿Qué trabajador de verdad va a comprar su discurso hueco de ‘haz lo que yo digo, no lo que yo hago’? ¿Cuántos españoles formados y con experiencia pueden aspirar a semejante ascensión meteórica fuera de los pesebres que pagamos con nuestros impuestos? Iglesias vendió su alma populista al diablo del lujo que condenaba en cuanto estuvo en posición de hacerlo. Y como ahora ya nadie cree en su palabrería falsaria, como pierde votos a espuertas en los distritos obreros que creyeron ingenuamente en sus promesas de regeneración, ha cambiado de papel para interpretar el de víctima, lloriqueando por los platós ante las amenazas sufridas.
Vaya por delante mi condena sin paliativos a cualquier forma de violencia, incluida la intimidación. Viví once años con la espada de Damocles etarra pendiendo sobre mi cabeza, luego sé bien de lo que hablo. Pero si alguien carece de autoridad moral para hacer tantos aspavientos por un sobre con cuatro balas, es el líder de Podemos. Un Pablo Iglesias que jamás ha expresado su solidaridad con quienes durante cuatro décadas recibieron balas similares no en el buzón, sino en la nuca. Un Pablo Iglesias que expresó públicamente su rendida admiración a la organización terrorista ETA por haber sido «la primera en darse cuenta de que la Transición y la Constitución no eran, en realidad, sino una continuación del franquismo» (‘sic’). Un Pablo Iglesias emocionado al ver a una turba de manifestantes apalear a un policía caído y presto a justificar las piedras lanzadas contra sus adversarios culpando a los apedreados de haber ido a provocar. Un Pablo Iglesias que señala a periodistas con nombre y apellido y que denominaba al acoso ‘jarabe democrático’ hasta que empezó a padecerlo él. Ahora pretende encarnar la democracia amenazada a ver si rasca algún voto, aunque tengo para mí que Iglesias víctima tampoco cuela.
ISABEL SAN SEBASTIÁN,
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