Traidor a sí mismo y a la libertad. Imprevisible por conflictivo que antes debería haberse sentado en el sillón de un psiquiatra para resolver conflictos emocionales, que ejercer como peón sumiso de Satanás contra todos los españoles. Señalar a los demócratas como fascistas para colocarlos en el punto de mira de la violencia, es una más de sus sorpresivas e indecentes aportaciones que lo harán revolverse en la tumba.
La meliflua voz de uno de los manipuladores de la democracia con más actitudes de traición a España, después de disimular ser uno de los peores sectarios de la siniestra radical, contrasta con la crueldad y falta de escrúpulos que guarda en un espíritu retorcido.
A veces inspira pena y otras repugnancia. Fernando Grande Marlaska ha hecho ya historia con esa manifestación de trauma y tiranía que le seguirá a la sepultura y más allá. El festín de los gusanos, cuando Dios lo reclame a juicio, será una celebración para los españoles de bien que le han visto el plumero.
Nunca hubo más pétrea corrupción de la dignidad en quien dulcifica con la voz tibia el discurso de un tirano. Tirano de segunda o tercera, sumiso obediente de sus amos. Marlaska, el «bien pagao» de sí mismo, restado del orgullo patrio. Ahora condescendiente con el mal que juzgó, travestida la conciencia, se añade a la Historia como traidor.
El juez cayó en desgracia oyendo los cantos de sirena que intuía, metido en el armario del arribismo político. Cuando salió para mostrarse siniestro radical, no le resultó difícil mostrar su muy extraviada condición moral de un cinismo enfermo; ahora llama fascistas a quienes defienden el sentido común y los valores que magnificaron cuarenta años de verdadera democracia.
La misma que ha mermado con la traición, olvidado de la dignidad que aparentó mientras el Demonio no le dio cuerda para sacar el interior pútrido, rompiendo las formas aparentemente dignas con que antes presentaba su relevancia como togado.
Hoy es un abanderado del satanismo convertido en política, cómplice del delito derivado en tiranía, traidor a España y a sí mismo por no haber tratado sus conflictos personales. Ahora el desvarío no tiene solución, agravado con una soberbia enferma, rayana en la psicopatía de su amo. Su amor por la justicia se convirtió en delirio retorcido e identidad extraviada y perdió el norte de la conciencia y la moral alineándose con lo criminal.
Todo un orgullo de su madre.
Igncio Fernández Candela ( El Correo de España )
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