Córdoba despidió multitudinariamente al pintor hace 90 años
Córdoba celebra —es un decir lo de celebra, con las tristezas que hay por doquier— el 90 aniversario de la muerte de su artista más famoso, Julio Romero de Torres. Córdoba lo despidió multitudinariamente en mayo de 1930, como no se había visto nunca ni se vería hasta el entierro de Manuel Rodríguez Sánchez «Manolete». Pero en el caso del torero su muerte trágica provocó una unanimidad de elogios ausentes en vida, mientras que el pintor recogió alabanzas de todos los estamentos cordobeses antes y después de su muerte. Hasta hoy es el único que lo ha conseguido. Estas son las cinco grandes virtudes que hicieron de él un triunfador y mito eterno.
Primera. Su calidad como pintor. Con un estilo personalísimo, trascendió del romanticismo, del impresionismo y del modernismo y brilló con un estilo propio que algunos historiadores del arte han querido señalar como propio del regionalismo.
Segunda. Su aspecto físico. «Un hombre de gallarda apostura que rayaba lo extraordinario cuando vestía la airosa capa y el sombrero cordobés; con gesto entre pensativo y desdeñoso, y ademán reposado. Los ojos maduros de mirar hondo y la boca de finos labios sobre la cual se dibujaba un cuidado bigote. La frente despejada rematada por el cabello peinado a raya...».
Tercera. Su carácter. Apurando cada sorbo diario de la vida. Seductor con las mujeres, sobre las que ejercía una gran atracción. Inquieto y curioso por saber y compartir conocimientos en las tertulias masculinas que frecuentaba. Amigo de sus amigos. Juerguista, pero disciplinado en el estudio y en el trabajo.
Cuarta. Su éxito en su ciudad natal, por su identificación y divulgación de Córdoba y la celebridad obtenida fuera de ella. Antes de que se entregase Córdoba a él, él se había entregado a la ciudad. Vivió sus tabernas y cabarets, pero también las exquisitas tertulias, hizo a Córdoba el eje de los paisajes de sus cuadros y Córdoba valoró que mantuviese su casa en ella.
Quinta. Su éxito nacional e internacional. Trató en Madrid con las altas clases sociales e intelectuales, pero no descuidó las juergas y saraos. Y en una España convulsa políticamente, supo compaginar un cierto favor de la Monarquía con su militancia y simpatía republicana.
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