Delgado no es la fiscal general del Estado, sino del Gobierno.
Las mascarillas no, porque te pueden multar con 100 euros si te pillan sin ella por la calle. Aunque no he visto aún a nadie que le hayan puesto esa sanción, mientras estoy harto de recibir vídeos de arriesgados botellones sin que nadie los prohiba. Las mascarillas, pues, no: pero vamos a quitarnos las caretas. Hablo de Dolores Delgado, la fiscal general del Estado que, mire qué casualidad, cuando el Banco de España anuncia los peores presagios económicos y estiman que los parados llegará al millón, va y, de la ceca a La Meca, saca a Don Juan Carlos para distraer al personal de lo verdaderamente importante y para complacer a los socios del Gobierno de coalición que no van
a parar hasta que abran una causa general contra la Monarquía y terminen condenando, por lo menos, a Fernando VII. No he visto otra nación del mundo donde se pida una comisión de investigación con la finalidad última de socavar unos de los pilares más firmes de la sociedad. Igual que van contra la Guardia Civil. Y, mientras, Trapero, el gran facedor el 1-O del golpe separatista catalán, se va de rositas, con un cambalache para que no vaya a la cárcel. Y mientras, de los contaminados por el virus en la temeraria manifestación feminista del 8-M va a tener la culpa la juez que la investiga. Así que vamos a quitarnos las caretas, y a decir que Dolores Delgado no es la fiscal general del Estado, sino del Gobierno. Y que no existe la Abogacía del Estado: es la Abogacía del Gobierno. Que ha ocupado ya el Estado, sin separación de poderes.
Estaba convencido en la tesis del liberalismo: mucha sociedad y muy poco Estado. Estos tíos están llegan a algo más difícil: muy poca sociedad y ocupación del Estado por el Gobierno. Hasta que logren la confusión completa entre Gobierno y Estado no pararán. Lo que no es nuevo. Esto ya se probó con éxito y casi durante 40 años en Andalucía, donde lograron la perfecta confusión entre PSOE y Junta. La que ahora están imponiendo entre Estado y Gobierno.
Con un peligroso optimismo sobre el Covid, vivimos días de confusión. En la dichosa «desescalada» se están pasando de chorradas y a la gente, aborregada, le parece lo más normal. En los trenes, metro y autobuses se puede ir ya como sardinas en lata. No hay que guardar la menor «distancia social... comunista»: los metros de separación impuestos por los desconocidos y autotitulados expertos de un Gobierno que ha sido desbordado por el control de la crisis sanitaria y económica y ha hecho de la mentira su arma de combate. Si en los autobuses pueden ir todos los asientos ocupados, y cuanta gente quepa en pie en las plataformas, ¿por qué esas restricciones de ocupación a las grandes superficies, a los comercios, a los restaurantes, a los bares? ¿Por qué si un romántico que quiere perder el dinero organiza una corrida de toros puede tener hasta 800 espectadores en los tendidos, mañana jueves el Betis y el Sevilla han de jugar el derbi de reanudación del «panem et circenses» de la Liga a puerta cerrada? ¿Por qué no dicen que es una corrida de toros y al menos así pueden entrar 800 personas al estadio? Vivimos en una inmensa mentira, aborregados. Una cosa así como nosotros, por absurdas que sea, acatamos todas las órdenes de este Gobierno que nos lleva a la ruina deberían de ir los judíos en los trenes nazis camino de los campos de exterminio. Mucha obligación de separación, mucho gel desinfectante en las manos, pero aquí No Passssa Nada si se organizan manifestaciones sin guardar la menor distancia, hombro con hombro, para protestar contra la Policía porque en Estados Unidos han matado a un señor de color. Cuando no se ha organizado ni una sola manifestación por los miles de muertos del Covid. Y nunca llegó a celebrarse aquel gran acto funeral de Estado que anunciaron cerraría los días del luto oficial, presidido por Don Felipe VI. O sea, el arte de la mentira.
Antonio BurgosArticulista de Opinión
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