A estas alturas hay que ser muy iluso para esperar nada digno del un tipo como Pedro Sanchez, que empezó por conseguir su título de doctor haciendo trampas y siguió con sus marrullerías hasta lograr llegar a La Moncloa. Un tipo cuyos ideales y objetivos eran, son y serán, mantenerse en el poder a toda costa.
Todo el fin de semana pasado hemos estado dando vueltas a lo de los expertos en la desescalada, cuya identidad, por cierto, hizo pública en primicia El Correo de España. La colonización de los altos cargos del Estado y de los puestos de confianza por parte de hombres fieles al partido, no es ninguna novedad.
Precisamente es una de las características consustanciales al Estado de partidos. Se trata de controlar todos los resortes de poder de la administración pública y las instituciones. De esta manera, en realidad no es el pueblo, sino el partido, quien maneja la maquinaria normativa y su aplicación, quien controla su interpretación en los Tribunales y quien, a través de la colusión de los intereses económicos con los partidistas, domina la sociedad.
No es de extrañar que con este sistema de partidos que consagra la Constitución de 1978 en su art. 6, nos encontremos con líderes, como Pedro Sánchez, Zapatero o Casado, cuyos grandes méritos conocidos han sido saber trepar por las estructuras del partido.
La ley de hierro de las oligarquías que tan acertadamente Robert Michels enunció, hace que el Estado de partidos seleccione como élite dirigente, no a los mejores, sino a los que mejor han sabido culebrear, vender su imagen mediática y estar oportunamente aceptados por los círculos del poder económico.
Ni siquiera en un caso extremo como la actual crisis sanitaria que vivimos se consigue aflojar esta ley de hierro que coloca los intereses del partido por encima del interés nacional. Claro que este gobierno del PSOE y Podemos excede todo lo concebible.
Ya es escandaloso pagar esplendidos sueldos a las tuercebotas colocadas en el Ministerio creado para la consorte de Pablo Iglesias, de las que se desconoce cualquier mérito intelectual, laboral o empresarial, salvo el de hacer propaganda feminazi.
Pero lo grave es que cuando necesitamos contar en el área sanitaria y en la económica de las mentes más preclaras posibles, los comités de expertos que ha configurado este gobierno están integrados por hombres de partido, amiguetes y tiralevitas, nombrados y colocados a dedo para satisfacer los intereses partidistas y pagar favores.
Nuestra olvidada cultura romana distinguía entre la potestas y la auctoritas. Potestas era el poder que se poseía simplemente por ostentar un cargo jerárquico, mientras que la auctoritas era la cualidad por la que una persona se hacía merecedora del respeto y admiración de sus conciudadanos a través de la demostración continuada de experiencia, conocimiento y un comportamiento moral.
Hace mucho que nuestros políticos han perdido cualquier atisbo de auctoritas. Se hacen obedecer a golpe del poder coercitivo del Estado y respetar a base de subvenciones y clientelismo caciquil.
Lo terrible de estos tiempos, es que los expertos, los técnicos, incluso los científicos están perdiendo también su auctoritas. Hallamos opiniones encontradas sobre el origen del coronavirus, sus efectos o su prevención. Las interferencias políticas o los intereses económicos bastardos nos hacen dudar de la buena fe y de la fidelidad en sus dictámenes.
Al igual que sucede con el cambio climático, es muy difícil confiar en organizaciones internacionales que sirven a oscuros intereses, como la OMS, que tiene a un comunista etíope colocado por el PCCh como presidente. Tedros Adhanom fue ministro de sanidad del gobierno genocida de Mengistu Haile Mariam y ocultó varias epidemias de cólera en su país.
En España, el “experto” Simón nos ha ido contando cada día una cosa, desde que las mascarillas no valían para nada, hasta hacerlas obligatorias en el transporte público. ¿Tampoco sirve para nada hacer test masivos o de nuevo se trata de tapar la incapacidad del gobierno para abastecer de material preventivo a la sociedad? Por supuesto, en los medios y redes encontraremos técnicos sanitarios que nos contaran una cosa y la contraria.
Con esta coyuntura, cualquiera puede entender que montar comités de expertos con amigachos sólo contribuye a aumentar la desconfianza y la zozobra de la población. Cosechamos otro fruto podrido sembrado por el Estado de partidos.
No esperen ningún tipo de conclusiones honestas e independientes por parte de los asesores nombrados por Pedro y Pablo. Recomendaran lo que más convenga a Podemos o al PSOE, no al pueblo español. Así que cuando estos asesores hagan uso de su potestas, obedezcan como los súbditos en que les han convertido, en lo demás, hagan lo que su sentido común de ciudadanos responsables y libres les dicte.
No tienen ni idea, pero sobre todo no tienen la honestidad.
Pero ahí sigue haciendo de las suyas, demostrando lo podrida que está la sociedad española.
Mateo Requesens ( El Correo de España )
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