martes, 14 de abril de 2020

Portugal sorprende a Europa y frena mejor el coronavirus

La cadena de aciertos del Gobierno socialista de Antonio Costa en la gestión de la pandemia contrasta con la sucesión de errores del Ejecutivo liderado por Pedro Sánchez

Los 1.214 kilómetros de frontera entre Portugal y España parecen haberse convertido en una especie de «cortafuegos» para el coronavirus, al menos es lo que retrata la abismal dicotomía de los datos a uno y otro lado. Una divergencia tan reveladora que se traduce en un inquietante enigma: ¿por qué se registra en el país vecino un número de muertes 13 veces menor, proporcionalmente hablando?
A fecha de el viernes día 10, la frialdad de las cifras lo dice todo: 15.843 muertos en España… por 435 en Portugal y 157.022 casos en España… por 15.472 en Portugal.
No es solo que, geográficamente, el territorio luso se sitúa en el flanco más occidental de Europa y que los índices de contaminación de Lisboa y Oporto son claramente inferiores a los de Madrid y Barcelona, una circunstancia que disminuye el riesgo de infecciones respiratorias a nivel genérico.
Se trata, sobre todo, de dos factores clave: que las medidas drásticas de contención se aplicaron con anterioridad, incluso con una baja incidencia de la pandemia, y que el Gobierno (igualmente socialista, pero en solitario) no ha cometido las negligencias que caracterizan día tras día la gestión de Pedro Sánchez, sin olvidar que la cohabitación entre el primer ministro, Antonio Costa, y el presidente conservador Marcelo Rebelo de Sousa funciona con envidiable sintonía.
El Gobierno luso se lo tomó muy en serio desde el primer instante y no cayó en el error de alentar la asistencia masiva a las manifestaciones feministas del 8-M, exactamente seis días después de registrarse el primer caso de la nueva enfermedad en Lisboa, a causa de alguien que había regresado de un viaje a Italia.
Consciente de la fragilidad de su Sistema Nacional de Salud, el gabinete de Costa se dio cuenta de que debía ponerse manos a la obra cuanto antes, como demuestra el hecho de que declararon el estado de emergencia un día antes que Pedro Sánchez (y en una fase mucho más embrionaria del impacto de la enfermedad), cuando no habían transcurrido más que 11 días del positivo inicial.
A partir de ahí, la sensatez y la firmeza han caminado juntas en Portugal, sin titubeos, y el difícil trance no ha sido el terreno abonado para ningún episodio político del estilo «arrojarse-los-trastos-a-la-cabeza» ni de reivindicaciones fuera de lugar, como se atrevieron a realizar los nacionalistas catalanes y vascos.
El mismísimo «The New York Times», el periódico más influyente del mundo, arremetía esta semana contra el Ejecutivo comandado por el PSOE y las irrupciones de Pablo Iglesias, al tiempo que comparaba su manifiesta incapacidad con el acierto de Antonio Costa.
La estabilidad institucional de nuestros coetáneos en la península ibérica, larvada desde que los socialistas alcanzaron el poder en diciembre de 2015 y exenta de chantajes separatistas inexistentes en territorio luso, contrasta con los vaivenes del panorama español: cuatro elecciones legislativas en cinco años y una presión asfixiante desde Barcelona por parte de unas autoridades locales y regionales que no se conforman con disfrutar del mayor grado de autonomía de toda Europa, por no hablar de que rara vez apoyan las decisiones de Madrid.
Así las cosas, Portugal solo ha tenido que tomar nota de las equivocaciones de Italia, España y Francia. Y lo ha hecho con gran atención, de una manera precisa y cabal, sin reacciones contradictorias.
Su frontera terrestre únicamente linda con nuestro país, lo cual facilita el control de entradas y salidas. El civismo y la autodisciplina de los ciudadanos ha quedado patente de sobra estos días, tal vez nada extraño si tenemos en cuenta que el nivel cultural medio de la población se ve favorecido por la ausencia de doblaje en las películas y series, además de que la telebasura es casi residual en las distintas cadenas. Todo eso contribuye como telón de fondo en un contexto que requiere de una solvente concienciación colectiva.
Por eso, el ‘cerrojazo’ se sustenta en la voluntad y la responsabilidad de unos ciudadanos menos dados a los aspavientos, que valoran la ecuanimidad no solo del Gobierno sino también de la oposición, tal cual demostró Rui Río tendiendo la mano al primer ministro. Es decir, no estamos ante un confinamiento de tipo coercitivo, salvo en los días de Semana Santa.

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