Nada que hacer
Es la pregunta de la calle. Nadie la formula refiriéndose al coronavirus, que preocupa menos que la traición y la deslealtad. Sánchez no es un problema, es una plaga, una peste incontrolable de mentiras y rencores. De un lado, un chulo, y del otro, un monigote en cuclillas ante los golpistas. –¿Qué hacemos con esta gentuza?–, se pregunta la gente. Y pocos se atreven a responder. Sánchez ha recibido en La Moncloa después de pasar por la sede de la Generalidad de Cataluña al separatismo catalán. Para negociar. ¿Negociar qué? Bueno es recordarle a los bellísimos y encantadores Sánchez y Torra que ni La Moncloa es de Sánchez ni la Generalidad de Torra y los separatistas. Sánchez no puede disminuir el rango de España al nivel de una autonomía. Sánchez no puede prometer la salida de los presos rebeldes y sediciosos –ay, Marchena, qué decepción la suya–, de las cárceles. Están condenados por sedición. Sánchez no está por encima de la Justicia. Sánchez no está autorizado por los españoles –mintió, una vez más, durante la campaña electoral–, para formar una mesa de diálogo que no nace del diálogo sino de la violencia de los dialogantes de la escisión. Y por otra parte. ¿Qué pretende dialogar? ¿La separación de Cataluña? ¿La destrucción de los poderes independientes de un sistema democrático? Todo ello ¿para conservar palacios, viajes, fincas y privilegios? ¿Es así de hortera, amén de irresponsable? Me respondo: Sí. Sánchez es un gobernante gobernado, un presidente presidido, un trilero timado y un mentiroso mentido. Sánchez no tiene principios ni fines, a excepción de los personales. Sánchez, el que
no podía dormir pensando en un Gobierno compartido con Podemos, está en manos de Podemos. Sánchez, el que no iba a tolerar la violencia independentista, se sienta a dialogar con los violentos. ¿Qué hemos hecho tan mal los españoles para merecer a este Sánchez, y padecerlo? ¿Qué tiene la Constitución Española de 1978 que no le gusta a Sánchez? ¿La unidad de España y todos sus territorios, la Corona, los derechos inalienables de los españoles, los límites de las autonomías?… ¿Por qué Sánchez está enfadado con la Constitución que nos ha proporcionado, a derechas, centros e izquierdas, el período de paz y prosperidad más extendido de nuestra Historia? ¿Qué gana Sánchez inyectando poder a un partido minoritario comunista, un grupo en extinción electoral, cuyos dirigentes han dado muestras sobradas de su diáfana estupidez? ¿Qué gana Sánchez sentándose con los que abiertamente desean la destrucción de España amparando un refrendo que nos burla y nos roba la soberanía a los españoles que no somos catalanes? ¿Qué gana Sánchez amparando, en contra de nuestros socios americanos y europeos, la permanencia de un régimen quebrado y asesino en Venezuela? Para mí, que Sánchez se levanta por las mañanas, tiene una ocurrencia y la aplica. En él se mueven y bullen infinitas contradicciones que al juntarse estallan en reacciones psicopáticas de muy complicado control fuera de las dependencias sanitarias especializadas en la psiquiatría. En Sánchez hay altanería y prepotencia, pero también humillación resignada. En Sánchez hay determinación, pero sobre todo, duda, y una duda, que es lo peor, sometida más al resentimiento que a la reflexión. ¿Qué hacemos con un presidente del Gobierno de España que no se siente identificado con España? ¿Es tonto Sánchez? No. ¿Hace, piensa y dice muchas tonterías? Sí. ¿Entra en la normalidad esa capacidad desbordada para mentir, y después de haberlo hecho, desmentir su mentira para reincidir en ella con mayor caradura? No entra en la normalidad. Dicen que ya ha perdido casi un millón de votos. No lo creo. Los españoles han dejado de leer y de pensar, y sólo se dejan llevar por las infecciosas tertulias de pedorros y pedorras en las cadenas de televisión y los informativos de sucesos, tan manipulados, tan sesgados y tan vulgares. Había tenido lugar una de las más feroces batallas en la guerra de Vietnam. Y en Madrid se había
lesionado gravemente Pirri, el gran futbolista blanco. El vespertino «El Alcázar» cubrió con las dos noticias su portada. En breves caracteres anunciaba la masacre en Vietnam. Y el resto lo ocupaba un pie mientras era intervenido. El Pie de Pirri, decía. «La Codorniz» replicó aquella semana. En su portada, con mucha discreción, anunciaba: «La nueva bomba atómica de la URSS es setenta veces más potente que la de Hirosima». Y con grandes caracteres: «España venció por 5-1 a Trupinia en Canicas Sobre Grava». Ese es el periodismo de las televisiones de hoy, anestesias de la inteligencia y la cultura, templos de los concursos para lelos. Y en esa situación, todo se puede hacer deshacer, mentir, mentir más y destrozar sin miedo a ciudadanas reacciones de indignación. ¿Qué hacemos con Sánchez? Pues nada. No hay nada que hacer.
Escrito por
Alfonso Ussía
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