El día en que marcó diferencias con Carmen Calvo y reveló que había intentado bloquear esa ley, cuando creí que la vicepresidenta era su gran defensora. El día en que más se habló de usted, porque fue su estreno legislativo. Y remató la jornada de forma que este escribidor tiene que escribirle esta carta casi como si se la escribiese a un confesor.
Me acuso, ministra, de sentir un inmenso complejo de haberme quedado horrorosamente antiguo. Me comparo con usted, si usted me lo permite, y estoy tan lejos de su progresismo, que me siento del Pleistoceno. Es que yo tengo hijas, Irene. Ciertamente un poco mayores, ambas profesionales y por tanto responsables de sus pensamientos y de sus actos. Pero también fueron adolescentes.
Y esta noche, al escuchar a Juan Ramón Lucas que su ministerio acoge o adopta como suyo el grito feminista de «Sola o borracha quiero llegar a casa», no pude menos que imaginar a mis hijas en su edad temprana. Libres como el viento, seguras de que nadie las iba a asaltar, pero borrachas.
Ya sé que ese grito fue sentido como propio por miles y miles de mujeres y hombres, cuando tuvimos noticia de La Manada de Pamplona. Pero me ha sorprendido que su ministerio lo haga suyo. Alabo, apreciada Irene, su lucha por la igualdad y la seguridad femenina. Bendigo su inquietud y su esfuerzo por garantizarla. Tomo su intención como el ejemplo diario de una luchadora que va conquistando jirones de justicia.
Pero mi código de valores –que también lo tengo, créame– todavía me dice que beber no está bien; que beber sin moderación no es exactamente una virtud, que las autoridades públicas no dan el mejor ejemplo al publicitar la borrachera y que, por lo tanto, la borrachera no debiera ser aceptada con toda naturalidad y asumida como eslogan por un ministerio del Estado. Solo es una opinión, señora Montero.
Pero a mis hijas, aunque sean mayores, no las quiero ver borrachas. Aunque usted grabe ese mensaje con letras de oro en el Ministerio de Igualdad.
Fernando Ónega ( Onda Cero )
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