sábado, 22 de febrero de 2020

Cosillas

Un ministro no puede mentir tan descaradamente ni dar cada día una versión; ni la sociedad aceptarlo con tal pasividad.
Ministro Ábalos

En la actualidad política española están pasando, con notable frecuencia, cosas, que en otro momento de nuestra vida democrática hubieran causado un escándalo social -digo social y no político- que no dudo en calificar de monumental. Sin embargo, la sociedad de nuestro tiempo apenas se resiente, ni siquiera se incomoda ante ellas. Sólo encuentro la explicación fácil de que el descrédito en que ha caído la política y quienes la ejercen hace que no se les de importancia y que se les considere cosas menores. No lo son. No es una cuestión menor que un ministro del gobierno, como lo es el de Movilidad, Transportes y Agenda Urbana, José Luis Ábalos, haya mentido descaradamente, tratando de explicar con más de
media docena de versiones diferentes, su reunión con la vicepresidenta del régimen de Maduro, que tienen prohibida su entrada en territorio Schengen. No es una cuestión menor que el presidente del Gobierno para sostener lo insostenible diga que el ministro de Movilidad, Transportes y Agenda Urbana ha actuado de la manera que lo ha hecho para evitar una crisis diplomática internacional -mientras la ministra de Asuntos Exteriores estaría buscando setas y el señor Borrell «ministro» de Exteriores de la Unión Europea se pone de perfil porque a España la están orillando en los proyectos de futuro de la Unión Europa después de la salida de los británicos-. Tampoco es una cuestión menor que el presidente del Gobierno español, siéndolo Sánchez en funciones, que reconocía, como muchos otros países de la Unión Europea, a Juan Guaidó como presidente de Venezuela, no lo reciba e incluso se refiera a él, en sede parlamentaria, como el jefe de la oposición venezolana. Ocurre que la ministra de Trabajo y Economía Social, la podemita Yolanda Pérez Díaz, deje de recibir a las organizaciones agrarias, a las que había convocado en el ministerio, horas antes de celebrarse la reunión, sin mayores explicaciones, mientras que lo hace con los sindicatos agrarios, acompañada de Pablo Iglesias, a quien, desde hace unos días, vemos aplaudir con el entusiasmo del converso a los ministros de un partido que consideraba «casta» política detestable hace poco tiempo.
Estamos viendo en el parlamento catalán cosas verdaderamente asombrosas, como las impresentables afirmaciones de la alcaldesa de Vic, Ana Erra, haciendo manifestaciones detestables sobre el que «a los que por su aspecto físico o su nombre no pareciesen catalanes» sólo se les hable en catalán. Declaraciones en la línea de Jordi Pujol, hace años ya, cuando despreciaba a los andaluces considerándolos infrapersonas, o de Joaquín Torra cuya xenofobia es de todos bien conocida. En estos casos -nos referimos a los que tienen lugar en la parte del noroeste de España-, se produce cierta indignación social, pero políticamente son admitidos en buena parte de las formaciones políticas con representación en el Congreso de los Diputados como cosillas que no merecen ni siquiera unos reproches e incluso hay quien las asume con un oprobioso silencio, cuando lo que revelan es la existencia de un peligroso pensamiento fascista que se denuncia inmediatamente, caso de que aparezcan muestras del mismo en otros ámbitos políticos.
No puede haber una vara de medir tan diferente, ni se puede mentir, cambiando las versiones de un día para otro de forma tan descarada, ante la pasividad de una sociedad que da muestras de una gran confusión. Esas cosas no son cosillas, sino polvos que pueden convertirse en lodos.

No hay comentarios: