Culpar de los males propios al «enemigo exterior» es una vieja costumbre practicada desde que existe memoria, con resultados tan rentables a corto plazo como desastrosos a la larga. El «enemigo» en cuestión varía en función del contexto, pero el mecanismo defensivo perdura.
Y ahora le ha correspondido a Europa el papel de «mala» en una película cuyo guión es responsabilidad de España, o más concretamente de su gobierno y su judicatura. No es la primera vez que nuestros vecinos del norte cargan con el sambenito que ahora les intentan colocar los disconformes con la sentencia emitida por el TJUE.
Resulta mucho más sencillo achacar cualquier fracaso a la inquina ajena, el rencor histórico o la conspiración de presuntas fuerzas intrínsecamente perversas, que reconocer nuestra incapacidad para abordar y resolver un problema exclusivamente nuestro, cual es el empeño del separatismo por romper esta vieja Nación.
Un anhelo pertinaz, obstinado, basado en propaganda falaz e inasequible a la razón, que desde hace lustros solo se topa con políticas apaciguadoras, claudicación ideológica, cobardía legislativa y debilidad judicial. Digámoslo claramente: El tribunal europeo ha resuelto conforme a Derecho una consulta del todo innecesaria, cuya única motivación fueron los temores del Supremo a perder un eventual recurso.
O sea, sus complejos. Ha resuelto, además, un asunto referido a unos delincuentes condenados por sedición y malversación, con los cuales el presidente español en funciones está negociando no solo su investidura, sino su quehacer durante los próximos cuatro años.
Y ha resuelto una cuestión de forma cuyo fondo es la existencia en nuestro país de unos partidos que abogan abiertamente por la destrucción del Estado español, sin por ello dejar de ser legales, se presentan a todas las elecciones con el auxilio de una ley electoral diseñada para beneficiarlos al máximo, gobiernan desde hace décadas sus respectivas comunidades autónomas, donde adoctrinan a su antojo, utilizando escuelas y televisiones, y emplean dinero público para hacer proselitismo dentro y fuera de nuestras fronteras. ¿Ustedes qué pensarían si fuesen un juez alemán o italiano?
La culpa del innegable éxito mediático alcanzado por Junqueras, Puigdemont y demás criminales afectados por la decisión del TJUE es nuestra y solo nuestra. De unos más que de otros, desde luego. El mayor mérito personal corresponde sin lugar a dudas a Pedro Sánchez, que ha demostrado carecer por completo de honor, dignidad, patriotismo, lealtad al cargo que ocupa y respeto por la función que desempeña, hincándose de hinojos ante los sediciosos de ERC y tragando con sus condiciones a fin de obtener su plácet para satisfacer su ambición.
No le han arredrado ni las amenazas explícitas de Junqueras («otro referéndum es inevitable»), ni la chulería de sus negociadores, ni las humillaciones a las que lo están sometiendo, ni desde luego el altísimo riesgo que implica para España tener un Ejecutivo rehén de semejante ralea.
Ha suplicado, se ha arrastrado, ha ofrecido lo que no está en su mano conceder y comprometido mucho más de lo que sabemos, con tal de alcanzar, al fin, la meta que ansía su desmedida egolatría. Los Reyes Magos nos traerán el gobierno Frankenstein por el que tanto ha penado, con consecuencias que pesarán sobre sus espaldas y las del Partido Socialista Obrero Español; no la Unión Europea, de la que España ha obtenido innumerables beneficios de toda índole.
Ahora toca afrontar la realidad y construir una alternativa. Cuanto antes se pongan a ello PP, Vox, Cs y cualquier otra fuerza dispuesta a relegar sus intereses partidistas para defender la indisoluble unidad de la Nación española, antes empezaremos a resolver el problema.
Isabel San Sebastián ( ABC )
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