Tampoco es ninguna sorpresa que el Gobierno que pretende formar Pedro Sánchez, para cachondearse de todos los españoles, dependa de Pablo Iglesias y de Rufián y su banda. Aunque lo que si que es peligroso es que se estén repartiendo sillones cuando no hay ni acuerdos para embestir a los españoles. Socialistas e independentistas acordaron ayer la formación de una mesa de negociación que supone, de facto, la claudicación del Gobierno a las condiciones de los secesionistas, una triste reedición con los republicanos del vergonzante Pacto de Pedralbes. Qué conclusión extraer si no del hecho de que en el equipo de ERC se encuentre Josep Maria Jové, ex número dos de Oriol Junqueras e imputado en el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña por la organización del 1-O. Para explicar la dimensión que posee la inclusión de Jové, baste recordar que varios documentos aportados en la fase de instrucción del juicio lo señalan como el arquitecto del procés y del referéndum ilegal: él era, según los informes, quien anotaba en una agenda Moleskine todas las reuniones y encuentros donde se trazó la hoja de ruta. Una de las pruebas fundamentales que sirvió para sustentar las condenas del Tribunal Supremo.
La obscenidad con la que Pedro Sánchez continúa blanqueando a quienes reivindican que se saltaron el orden constitucional es una pésima noticia y un jarro de agua fría para los que pensaban que Sánchez había abandonado su conchabeo secesionista. Si per se ya configura un escándalo poner en manos de sediciosos la acción política de un Ejecutivo, aceptar en una mesa de negociación a la línea más dura de ERC, con un imputado por organizar el más grave atentado político, social y legal contra nuestra democracia de las últimas décadas, es una humillación que solo servirá para alimentar a los republicanos y fortalecerlos de cara a los suyos en la lucha de egos y radicalismo que libra el independentismo. La querencia de Sánchez a meterse en la boca del lobo solo por apuntalarse en el poder rebasa la frontera de todo lo admisible. Pero es que esta humillación evidencia, además, el paripé que PSOE, Podemos y ERC han simulado con las consultas internas que han activado. Las preguntas torticeras que han lanzado a sus militantes no son más que una coartada tramposa para enmascarar y legitimar las decisiones que tomarán o que ya han tomado de antemano.
Pedro Sánchez decidió pactar con Podemos aunque ello supusiera una enmienda a la totalidad de su discurso y estrategia de campaña. Lo anunció como si estuviéramos ante un pacto de Estado cuando lo esbozado no era más que un conjunto de generalidades bienintencionadas. Lo ofreció a la militancia mediante una redacción tramposa. Y todo ello sin aportar la información clave respecto del punto ciego del acuerdo que ahora ha explotado a la vista de todos: el sometimiento al independentismo. De Podemos cabía esperar que echase mano de todos los recursos populistas a los que nos tienen acostumbrados: desde la perversión de toda lógica plebiscitaria hasta apoyar sin decoro a aquellos que quieren hacer saltar por los aires los consensos que nos han garantizado 40 años de democracia plena. Pero es inadmisible que el PSOE adopte estos métodos: la presidencia de Sánchez no puede obtenerse a cambio de hipotecar el futuro del país.
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