En España estamos perdiendo el popular sentido del humor. La nobleza ha firmado un acuerdo con los notarios para evitar los títulos falsos. La culpa la ha tenido un cara que iba por ahí como Príncipe de Marbella…
-¿Pero el Príncipe de Marbella no era don Alfonso de Hohenlohe, creador del Marbella Club e inventor del «glamour» de la capital de la Costa del Sol?
No, este título falso que ha movido al acuerdo entre la Diputación de la Grandeza de España y Títulos del Reino, con su decano el duque de Fernández-Miranda, y el Consejo General del Notariado, con su presidente don José Ángel Martínez Sanchiz, no era un señor, como Hohenlohe, sino un timador de los de «déjame ahí veinte mil euros, que mañana mismo te los devuelvo».
Este falso Príncipe de Marbella, mediante una escritura notarial, hasta consiguió aparecer como tal en el BOE, amparado por la fe pública. ¿Hay arte o no hay arte en la picaresca de los títulos falsos? Hasta hay falsos reyes de armas que se dedican a buscarte un título, y lo que te encuentras es que te han tomado el pelo pidiéndote provisiones de fondos para rebuscar archivos.
Los títulos falsos son de dos clases: estos de los timadores y los pintamonas oficiales, que quieren ponerse unas armas nobiliarias en sus tarjetas de visita y en sus cartas, y los que concede el pueblo, en plan de cachondeo. Estos últimos no sólo no deberían estar perseguidos y penados, sino premiados. Porque el pueblo, que es sabio, cuando le pone a alguien un título nobiliario falso, suele darle en todo el bebe, con muchísima gracia. Es una pena que sea una costumbre que se vaya perdiendo.
En Sevilla había hasta hace poco títulos falsos de gran prestigio, como el recordado Barón de la Castaña, o el no menos celebre Conde de las Natillas, secretario de la peña ferial-humorística de «Er 77» que presidía otro título falso, el Marqués de las Cabriolas. Le pusieron lo de Natillas porque era maestro pastelero en el obrador de la Confitería La Campana.
A una inglesa que cogía una papas mortales en una histórica taberna, Casa Morales, le otorgaron el título de Marquesa de Morales. Y a uno que se buscaba la vida alquilando sillas para los bautizos, lo crearon como Duque de la Enea.
Menos mal que nos queda el humor de los títulos falsos en la política, que ha otorgado una maravillosa dignidad nobiliaria completamente apócrifa a Pablo Iglesias y a Irene Montero, a quienes tras comprarse su casoplón de Galapagar han hecho, naturalmente, Marqueses de Galapagar. «Vivir como un marqués» es algo que no se quita de la mente al español medio. Conocí a un duque, grande de España, que se pegaba la gran vida, y a quien un amigo le dijo:
-Hijo, tú serás duque, pero vives como un marqués.
Así viven los Marqueses de Galapagar, que tienen su casa solariega vigilada por la Guardia Civil las veinticuatro horas del día. Han contratado a una salus que cuida de sus hijos a 100 euros la noche, para que los señores marqueses puedan descansar sin que los despierten los llantos de los niños.
La casa en sí, a la que sólo le falta un escudo de piedra sobre la puerta con las armas de los Galapagar, está construida sobre una parcela de 2.300 metros cuadrados y tiene piscina, jardín y casa de invitados. Y les salió tirada, ya se sabe que a los marqueses suelen hacerles precio: 600.000 euros de nada.
Yo por eso sugeriría a la Diputación de la Grandeza que editara el «Elenco de Verdaderos Títulos Falsos del Reino». Hay marqueses falsos, como los Galapagar, que parecen más verdaderos que los verdaderos creados por Don Juan Carlos I. Por ejemplo, Vicente del Bosque, Marqués del Bosque.
Parece que el título falso es el de Marqués del Bosque, no el de los muy distinguidos don Pablo y doña Irene, a los que con su casta de nobleza Podemos llamar Marqueses de Galapagar.
Antonio Burgos ( ABC )