sábado, 12 de octubre de 2019

Violencia enmascarada

Protestas de independistas catalanes en Arenys de Mar



Uno de los muchos mantras, que repiten una y otra vez los independentistas catalanes, es que sus planteamientos y actuaciones en pro de alcanzar una república catalana, son pacíficos. Se presentan como unos adalides de la no violencia. Es una mentira más de las muchas que vienen orquestando desde que pusieron en marcha lo que denominan el «proceso». Ha venido a sustituir aquello de «España nos roba» porque quien robaba era la familia que estuvo a la cabeza de ese planteamiento durante décadas. Saben muy bien, como dejó sentado Goebbels, con el que tienen notables puntos en común, que una mentira repetida mil veces, termina siendo asumida por la sociedad como si fuera una verdad. Un axioma que es incuestionable.

Ejercen la violencia, más allá de que haya entre los denominados como Comités de Defensa de la República gente dispuesta a colocar explosivos para sabotear servicios públicos y que no han podido llevarlo a cabo, hasta el momento, gracias a la intervención a de Guardia Civil y la Policía Nacional, cuerpos molestos para sus intereses y que, precisamente por ello, quieren expulsar de Cataluña. 

La violencia que practican es una violencia enmascarada, solapada. Han llegado a espiar en los colegios a los niños para ver que alumnos no hablaban catalán. Incluso a colocar puntos verdes en la frente de aquellos que se expresaban en castellano como forma de señalarlos, marcarlos y denigrarlos. Han pisoteado y pateado vehículos de los cuerpos de seguridad del Estado. Han obligado a que una secretaria judicial tenga que salir de un edificio público por el tejado. Señalan a aquellos que no lucen un lazo amarillo en la solapa. Se refieren de forma insultante -lo ha hecho quien hoy es presidente de la Generalitat- llamando bestias con forma humana a quienes no hablan catalán. Insultan, escupen y denigran a policías y guardias civiles. Pero ellos mantienen en el mantra de que no son gentes violentas. No es violencia mantener durante quince horas cortada una de las principales vías de Cataluña por la que fluye el tráfico hacia Francia. Tampoco lo es, invadir las vías de los trenes para inmovilizar el tráfico ferroviario. Insultar y amedrentar a quienes no han querido secundar las huelgas que, en pro de sus planteamientos, han llevado a cabo. Pintarrajear la vivienda de un juez que administra justicia y a ellos no les satisface. Pero siempre hacen alarde de no ser violentos. Mienten, como mienten cuando afirman que se les niega el derecho a decidir, cuando lo que quieren hacer, vulnerando la ley en un Estado democrático, es sustituir el derecho de todos por el de una parte y se lo irrogan como un derecho que sólo pueden ejercerlo ellos. Quieren aparecer como lo que no son. Hay muchas formas de ejercer la violencia, como la que les lleva a mentir cuando se dicen ser víctimas de ella, mintiendo sin rubor. Claro está que nada de ello debería extrañarnos cuando algunos de sus prohombres decían cosas como estas: «En España, la población se divide en dos razas. La aria, del Ebro al Pirineo, y la que ocupa del Ebro al Estrecho que, en su mayoría no es aria, sino semita, presemita y mongólica» Pompeu Gener. O esta otra de Prat de la Riba: «Cataluña es prácticamente la única representante dentro de España de la civilización europea en ese fajo mal atado de Kabilas africanas que el estado español encarna».

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