El rostro de Carmen Calvo, habitualmente en rictus de semiberrinche progresista, lo transmitía todo. La vicepresidenta en funciones transitaba por las teles amigas -que son todas- con una sonrisa desbordada.
Su euforia era tal que diríase que el Club Deportivo Egabrense, el equipo de su pueblo, Cabra, acabase de conquistar la Champions. Nuestro presidente en funciones, que disfruta en Nueva York de un garbeo de cuatro días con su mujer mientras detiene el cambio climático, hacía un inciso en su lucha sin cuartel contra el calentamiento global para saludar la noticia en los términos más solemnes: «Es una gran victoria para la democracia».
No, Sánchez, no. La gran victoria para la democracia se produjo en 1978. Entonces los dos bandos que se habían matado con crueldad en la Guerra Civil acordaron el perdón mutuo y el olvido de antiguas y horribles afrentas para abrir juntos un periodo de libertad y concordia. Acertadamente, Franco pasó entonces a convertirse en materia para los historiadores.
Y allá se quedó, sumido en el semiolvido, hasta la llegada de Zapatero. Experto en remover avisperos (reabrió también la caja de Pandora del separatismo), se propuso por motivos familiares un imposible: vengar la derrota republicana en una Guerra Civil de más de sesenta años atrás.
Impulsó para ello una Ley de Memoria maniquea e intransigente, que solo admite una lectura única y sin matices: todos los franquistas eran unos sanguinarios criminales y todo lo que hizo Franco fue execrable; todos los republicanos, frentepopulistas y anarquistas eran unos idealistas encantadores, alentados por los más nobles propósitos, y la República fue una Arcadia feliz, una perfecta democracia, que habría ido como la seda de no ser por la traición de cuatro generales africanistas desleales.
Sánchez, que viene a ser Zapatero 2, pero ya sin sonrisas de cortesía, le ha dado otra vuelta de tuerca a las leyes de Memoria, hasta el punto de que decir lo que voy a resumir acabará constituyendo un delito. La República se había convertido en un régimen totalmente fallido, incapaz de hacer cumplir sus propias normas y con el orden público descontrolado.
Franco evitó que España sucumbiese a una revolución comunista y acabase bajo una dictadura de ese signo. Pero para ello llevó a cabo una represión durísima, brutal en los primeros años cuarenta, y se convirtió en dictador perpetuo, incapaz en vida de dar paso a las libertades.
Sin embargo, la fase final del régimen fue aperturista, dejando atrás la tontuna autárquica y con iniciativas económicas valiosas que hicieron posible el estirón de España. Además, el régimen franquista tuvo una clara vertiente social, con una notable protección de los trabajadores. Decir todo esto está prohibido.
Franco, convertido por Sánchez en ministro sin cartera del PSOE, sale del Valle de los Caídos, donde llevaba 44 años y donde jamás quiso estar. De telón de fondo, en Cataluña ya se preparan bombas contra España y su democracia y Torra sale en defensa de los terroristas. Pero ahí Sánchez no opina. Está muy entretenido con sus huesos electorales de hace cuatro décadas.
Luis Ventoso ( ABC )
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